El director de cine

El director de la película estaba sentado en su silla de director, no en vano la silla tenía en su respaldo escrito DIRECTOR, bien visible y con letras gordas, para que nadie lo ocupara por distracción.

Delante y detrás de él pululaban un sinfín de personas, muchas de ellas ayudantes con cometidos concretos en la película que estaban rodando. El director era un hombre muy serio, con cara de pocos amigos y hasta un pelín cruel con la gente que manejaba, siempre a su antojo, sin discusión posible. Estaban rodando una escena de amor romántico en un parque con los dos protagonistas principales, hombre y mujer en este caso, jóvenes y de buen ver. Sentados en un banco, y previa colocación sugerida u ordenada por el director, se disponían a iniciar la escena, sólo esperaban la orden

–¡Silencio, se rueda!

La algarabía general se paralizó y se hizo el silencio. Las miradas de todos se dirigieron a los dos jóvenes. La escena en el guión o en la mente del director consistía en que los dos artistas, en escorzo ella, y él tratando de llamar su atención para que se volviera y pudiera verla de frente. Le posaba una mano en su hombro mientras le hablaba. Ella, inclinada la cabeza sobre su pecho no debía atender la solicitud de su amante. En estas escenas al aire libre no se grava la voz, por lo que el galán que hablaba sólo debía gesticular las frases que supuestamente le estaba diciendo a su amada, ya que la voz se incorporaría después. Mientras esto sucedía en el banco, figurantes pasaban delante de ellos sin volverse. 

Sucedió que dos perros que no figuraban en el guión ni en la nómina del productor, se incorporaron a la escena. Eran un perro y una perra. El macho iba en pos de la hembra, supuestamente en celo, olisqueándole y lamiéndole el sexo. La hembra, que no debía estar por la labor en aquel momento, tratando de zafarse del perseguidor, fue a refugiarse debajo del banco en el que estaban la pareja de artistas. Todo el mundo, excepto la pareja que rodaba, miró al director, esperando un ¡Corten!, pero el director levantó una mano y el dedo índice de la otra indicando claramente silencio y ningún gesto para que el rodaje se parara. El rodaje continuó, todos ahora mirando de nuevo la escena que tenía lugar en aquel banco. Eran ahora cuatro los personajes que la cámara estaba captando. Los dos artistas, no habiendo recibido la orden de suspender su acción, seguían según lo previsto y ensayado. La perra, segura debajo del banco, sentada sobre sus cuartos traseros, miraba acezando hacia la acera. El perro, sentado sobre sus cuartos traseros, miraba a la perra mientras gemía una especie de llamada o súplica. Así durante un buen rato. De pronto, el director dio la orden.

–¡Corten!

Volvió la algarabía y los dos artistas se levantaron. Miraron a los chuchos y se alejaron del banco. Ya cerca del director, le hicieron un gesto como preguntándole: ¿Qué es esto?. El director, sin responder a la interrogante de todos, ordenó: 

–¡Toma buena!

–Pero, ¿cómo, me vas a decir que esos malditos perros no han jodido la escena? –preguntó airado el protagonista.

–Es la escena más perfecta que he conseguido filmar en mi vida; un prodigio inesperado de hiperrealismo.

–A ver si lo entiendo –volvió el protagonista a hablar—De modo que la escena rodada va a salir tal cual en la película que estamos haciendo, ¿eso es lo que me estás diciendo?

–No exactamente. Voy a pedir al guionista que la rehaga por completo en función a esta escena.

–¿Por completo? ¿Quieres decir que no será la misma?

–Exactamente eso quiero decir.

–Pues no cuentes conmigo; no me presto a hacer ese ridículo; sería el hazmerreír de la historia del cine.

Mientas esto hablaban y algunos escuchaban atónitos, nadie, excepto el director, se percató que los dos perros se estaba apareando detrás del banco. El director se volvió al cámara y le ordenó que dirigiera el objetivo hacia los perros y los filmara. 

Todo el mundo dirigió el objetivo de sus miradas hacia los perros, a los que, aparentemente, no parecía importarles los numerosos espectadores que tenían, pues siguieron a lo suyo, como si tal cosa. Y parecía cosa nunca vista, a juzgar por la atención casi reverencial con la que todos miraban. El perro macho, montando a la hembra, intentaba acertar en la penetración sin conseguirlo. “¡Vamos, vamos! Se oía decir, y también: “¡Un poco más abajo, a la izquierda, a la derecha, ahora, ahora!” Al fin, el perro consiguió su objetivo, y una explosión de aplausos se escuchó entre la multitud que observaba. 

El protagonista, confundido por aquella muestra de unánime aceptación, se volvió hacia el director y le dijo:

–Creo que tienes razón; la peli será un éxito.

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