El encuentro (2006)

NOTA: El contenido de este relato puede herir la sensibilidad y buen gusto del lector, por lo que así queda advertido.

EL ENCUENTRO
Y después de concluir todo, estuve dos buenas horas pensando, apoyada mi flotante cabeza en la almohada y el pesado cuerpo en aquella cama, mi cama de siempre. Debería intentar dormir, pero el cansancio no parecía suficiente para abandonar la inexplicable excitación, y por la que me mantenía aún en la actitud de explorar aquellas sensaciones nuevas, recién descubiertas.
Sucedió que ya en la terminal de llegada del aeropuerto, mientras miraba los paneles de los vuelos, mi pensamiento parecía anticipar acontecimientos que luego se habrían de suceder según habíamos preparado. Y como los pensamientos todos confluían en lo mismo, hasta me produjeron un erección que preconizaba un festín de los sentidos. Internet sólo había sido una larga espera en un interminable ensayo. Ella ahora venía y yo la esperaba, libre de aquel compromiso al que siempre me aferré para soslayar un deseo real enmarcándolo en supuestos literarios. Si todo se producía como ambos habíamos ensayado, la promesa de un encuentro inolvidable estaba servida.
» Arrival, Llegada» , marcó en el panel el vuelo que ella había tomado. Esperaba que las diez horas de viaje no hubiesen hecho mella física en ella. Yo quería llevarla al hotel en el que le había reservado habitación y allí mismo, después de cerrar la puerta detrás de nosotros, dar rienda suelta a la masacre de la carne por la carne


Tenía alguna foto de ella, así que no me fue difícil reconocerla entre aquel río de personas que vomitaban las puertas de salida al hall. Sentí un escalofrío de placer iniciario al divisarla. Probablemente se acababa de pintar aquellos labios carnosos, bien dibujados. El carmín era color carne encendida, que no es el rojo chillón que resalta pero no incita. Luego me fije en sus pechos, redondos, turgentes, velados por una camiseta blanca en forma de segunda piel. Se apreciaban sus pezones como arietes que iban a romper la tela de un momento a otro, o eso pensé. Dios, ¡qué trasero! Un pantalón bermudas de un par de tallas menos parecía que iba a estallar al empuje de aquellas carnes gloriosas que buscaban espacio donde derramarse. Ella no había aún advertido mi presencia, por lo que tuve ese tiempo libre para contemplarla y valorar sus encantos. Mi cuerpo permanecía tenso, quedándose con las imágenes, y mi pensamiento buscándoles acomodo en mi ansiedad creciente.

Nuestras miradas se cruzaron. Una sonrisa iluminó su cara. Pareció vacilar, pero sólo fue un instante, porque yo me adelanté a su encuentro físico. Ella dejó caer la bolsa de mano al suelo y abrió los abrazos. Yo me refugié en ella, casi como un ser desvalido que necesita consuelo. No nos besamos, sólo juntamos las mejillas y todo lo que nuestros cuerpos hallaron en el camino. Seguro que ella apreció que mi miembro le daba eufórico la bienvenida, porque tuve la sensación de que su vientre le dispensaba un acogimiento especial. Sentí que su calor traspasaba mis huesos, y vacilé antes de dejarla libre y poner vacío por medio.
Urgía acabar con aquellos prolegómenos; nos esperaba el hotel y un desbordamiento sexual que haría palidecer cualquier literatura erótica, por muy explícita que fuese. Los momentos imaginados, perfeccionados en infinitas sesiones literarias iban a ser ahora objeto de ensayo con todo, como si la vida fuese para nosotros el teatro donde íbamos a dar rienda suelta a todo lo que queríamos expresar, sin ninguna convención humana que restringe al imperio de los sentidos. Quizá los dos pensábamos que íbamos a morir o a vivir eternamente; valía la pena el riesgo.
“¿ Has hecho un buen viaje? ¿Estás… cansada? No me puedo creer que estés aquí, real y …tan cerca”, fueron las frases urgentes, intencionadas que salieron de mi garganta mientras me separaba y le cogía las manos sin apartar mi vista de sus grandes ojos negros. Ella sonreía, “no, no estoy muy… cansada, sí, parece un sueño, te veo mejor que en las fotos…” Sus frases no parecían decir nada, de puro protocolarias. “Tengo que regresar a recoger la maleta que espera en la aduana”, me dijo finalmente, y yo asentí. No podía acompañarla al interior de la terminal, y solté sus manos. Con la misma sonrisa, se volvió y se dirigió a la puerta por la que había salido. Yo la seguí con la mirada, una mirada demasiado inquisitiva para aquella primera toma de contacto.
Por el camino, en mi coche, apenas pudimos intercambiar frase alguna, de tan complicado como estaba el tráfico. Sentada, a mi lado, dejaba a la vista unas rodillas brillantes, hermosas, y una cuarta de muslo espléndido que yo, con riesgo de darme un trompazo con otro coche, miraba de soslayo. Ganas me daban de soltar una mano del volante y apoyarla allí para establecer una comunicación que las palabras no conseguían.
En el hotel, despachados los trámites del registro en el mostrador de la recepción, nos dirigimos al ascensor. Afortunadamente nadie esperaba, y mi pensamiento se volvió a disparar: la cabina, pequeña, nos obligaría a permanecer cerca durante breves instantes. Era la estúpida urgencia del que no domina sus impulsos. Entramos cuando la puerta se abrió. Pulsé 7ª planta y las puertas se cerraron, Me volví, y ella, con su sonrisa, me miraba . Me acerqué en silencio y la tomé por el talle. Ella se dejó atraer. Yo, con los ojos entornados, exhalé un suspiro. Nuestras zonas púbicas se aplastaron entre sí y yo, luego, hice una rotación pausada para parar de nuevo en el centro. Mis caderas impulsaron un movimiento de penetración largo y prolongado en las suyas, y así permanecimos hasta que el ascensor e detuvo. Necesité hacer un gran esfuerzo mental y de contracción perianal para evitar que eyaculara. Hubiese sido un desastre llegar a la habitación “servido”; ella no me lo habría perdonado, aunque más tarde estuviese de nuevo en la posibilidad de darle cumplida satisfacción. Si bien lo conseguí, mi pensamiento se desvió a la cuestión fundamental. Yo no había previsto hasta qué punto podría dominar la eyaculación y que no se convirtiese en una corrida juvenil al primer toque. Era cierto que con la edad ésta se fue retrasando, pero suponía que no sería lo mismo en este caso concreto, mucha veces imaginado y deseado, además de la larga continencia forzada. ¿Qué hacer? Ahora no tenía tiempo para pensarlo, pues todo se sucedía demasiado deprisa. Quizá consiguiera prolongar el momento de la eyaculación si me entregaba a juegos eróticos sin que mi polla tocara tierra; eso lo tenía comprobado que funcionaba. Ya no tuve tiempo de pensar más, porque ya estábamos dentro de la habitación. El botones había llegado antes en otro ascensor y esperaba con la puerta abierta. “Ya tienen la maleta en la habitación. Feliz estancia”, y se marchó cerrando la puerta tras de nosotros, al ver que yo no hacía ningún gesto de darle una propina. No estaba yo para esas minucias.
La habitación, con cama de matrimonio como yo había solicitado, disponía, además, de dos grandes sillones y una mesita. Ella, nada más entrar, se dirigió a uno de los sillones y se sentó con alivio en su expresión, como el que, al fin, llega a casa después de un largo viaje. Pero no pareció estar relajada. Este gesto me descolocó, ¿qué tenía que hacer yo? Si me sentaba en el otro sillón sería para hablar, y malditas las ideas que se me venían a la cabeza que quisiera compartir con ella. Y desde el sillón, separado bastante del otro y con una mesa por medio, ¿cómo iniciar el asunto que tantas veces habíamos programado hasta el más mínimo detalle? Desde luego era lógico que habláramos, no sabía de qué, pero hablar es lo que procedía, y no el “aquí te pillo aquí te mato”. Su presencia es verdad que me excitaba, pero esas cosas si se hacen espontáneas suelen resultar muy improvisadas y algo groseras. Puede que le molestara, así que yo me senté en el otro sillón, estiré las piernas y me quedé mirándola con los ojos medio entornados. Me sorprendió que esperara a que yo iniciara cualquier conversación desde que nos vimos en el aeropuerto, eso significaba que era tímida, todo lo contrario a la impresión que me había dado en los interminables chats, en los que se manifestaba desinhibida, dicharachera y hasta demasiado lanzada y liberada al abordar temas escabrosos o tabú para ser planteados por una mujer a un hombre y viceversa. Desde luego aquella no era la mujer que había imaginado cuando me decía que tuviese vaselina u otro lubricante, que una de las cosas que quería hacer conmigo era una penetración anal; o que si llevaba condones que fuesen de colores vivos y sabores, que eso la ponía ; o que por muy larga que fuese mi picha se la iba a tragar toda; y también que su coño se derretía al sentir una lengua húmeda y vibrátil como la de una serpiente… Sí, de esas cosas hablábamos con entera naturalidad. Yo le proponía que mientras la follara me metiera su vibrador por el culo para masajear mi próstata, que lo había probado con alguna hortaliza y me había proporcionado tal erección que mi polla se había puesto de color morado, a punto de estallar; o que me gustaría tenerla, yo echado y ella de pie, desnuda, abierta de piernas encima de mí y meándome en la cara, cosa llamada lluvia dorada por los entendidos. El climax verbal lo alcanzábamos cuando simulábamos, o realmente lo hacíamos, el describir un orgasmo simultáneo mientras decíamos masturbarnos. Ahora, ella allí, con esa sonrisa que ni siquiera me parecía pícara o insinuante y sí más bien amable, de verdad que me lo ponía difícil. Si por lo menos hubiese adoptado una postura provocativa… pero, al contrario, parecía una señorita educada frente a su ginecólogo, piernas juntas y tronco erguido sin tocar el respaldo. ¿Le habrían molestado mis insinuaciones físicas en el aeropuerto y en el ascensor? Quizá fue prematuro por mi parte mostrarle que si venia hasta mí era sólo para eso, o por eso; la mujer, en general, no entiende bien que el hombre sólo piense en follársela, y más bien deseará que si eso llega ha de ser en un largo y sutil proceso de acercamiento previo, donde la palabra y la comunicación gestual tendría mayor importancia para ellas que el arrebato violento y sorpresivo del hombre que de entrada ya quiere poseerla.
Pero había que comenzar por algún sitio o empezaríamos a notar que nuestro fracaso flotaba en el ambiente.
Mirándola, me fijé que tenía algo corrido el rímel de los ojos. Este detalle nimio encendió en mí alarmas como que estaría sucia después de tan largo viaje. Y si estaba sucia, especialmente en su entrepierna, probablemente sintiese rechazo a realizar ciertas prácticas. Tenía que sugerirle que se duchara y recurrí al tópico: “Ponte cómoda, una ducha caliente te tonificará”. Ella dibujó una especie de rictus en el marco de su sonrisa y me dijo:
–Preferiría dormir un poco. ¿Por qué no te vas un par de horas y vuelves? Para entonces estaré en mejor disposición.
Ciertamente no me sorprendió. Pensé que querría reflexionar sobre mi persona, ahora que me conocía físicamente. Por otra parte yo también necesitaba pensar sobre los compromisos que se seguirían después de una sesión apasionada. La había invitado a venir, le había pagado el billete de avión y el hotel, y si ella había viajado 15.000 kilómetros, seguro que no se había molestado sólo por tener un encuentro sexual conmigo. ¿Estaba yo dispuesto a algo más que ella esperara de mí? Tenía que pensarlo. Le dije que me parecía bien, y con un beso en su mejilla mientras ella permanecía sentada sonriente, me despedí hasta las las 10, cenaríamos juntos en el mismo hotel y quizá fuésemos a algún lugar apropiado para tomar unas copas, oír música, bailar…
Antes de acostarme, en mi cama de siempre, he llamado por teléfono al hotel con el propósito de confirmar lo que sospechaba. El que ella se haya ido sin dejar rastro entraba de lleno en la pura lógica, aunque confieso que nunca lo pensé. Todo lo que pasó por mi cabeza, y sigue renuente a abandonarme, no fue sino las elucubraciones sugeridas por algunas publicaciones pseudoeróticas, tipo Henry Miller y otras, y también por escenas de porno duro que veo ocasionalmente en la televisión nocturna. Que me complazca en esas imágenes está muy lejos de significar que estuviese en disposición de protagonizarlas. Siempre viviendo el sexo como una rutina desprovista de esas variaciones que intentan mantenerlo como el desiderátum más importante que te ofrece la vida, tenían que imponerse como una asignatura pendiente, aunque finalmente no la aprobaras. Tanto que ella se haya ido como que yo no pensaba volver, es el mejor de los colofones, porque ni ella me amaba ni yo la amaba como para superar ese encuentro. De esta forma, pienso, nos hemos evitado el asco de habernos conocido.

A propósito de una crítica bastante negativa
Un hombre -y supongo una mujer- es un complejo mundo en el que las dudas van a la par que las convicciones. Mi personaje no es un estereotipo del que se deba espera comportamientos lineales, previsibles y conformes a un rol masculino determinado deseable. Si mi historia hubiese presentado un tipo así, yo no habría dicho de esta historia que me parecía buena. Tal que así, este personaje es digno de un estudio profundo psicológico y de multitud de tesis. Sus incoherencias son, a veces, medios de justificarse, lo que las convierte paradójicamente en coherentes. Un hombre así, será lo atípico que se quiera, pero existe, y es ese hombre que quiere y no puede, que imagina y no hace, que se asusta ante cualquier suceso que le saca de la rutina. Es ese hombre que muchas mujeres padecen cuando se los encuentran en sus vidas, porque la mujer busca seguridad en el hombre -por favor, no se interprete como supervivencia- y nada le disgusta más que un hombre inseguro de sí mismo.
El párrafo inicial. Este párrafo , que parece sacado de contexto, es fundamental. El relato se inicia donde termina, un recurso muy común. Pero es que, además, es el resumen de toda la historia que luego se va a contar, es como los últimos versos de un soneto. La libertad que predico, permite que existan personajes literarios que no responden al héroe especial que se espera y sólo dejen una estela de polvo gris a su paso.
Cuando leyendo esta historia se piensa del personaje que “ quería follar como un loco…», creo que se le va la olla a quien lo dice o piensa. Un hombre puede recrear escenas de sexo en su imaginación para luego masturbarse, pero será incapaz de practicarlas, con su esposa , por ejemplo, o con un ligue ocasional. Quizá si va de putas y una experta se lo hace, llegue a interpretar el papel que le ponen en las manos, pero a buen seguro que una cámara oculta registraría sus inmensas torpezas y vacilaciones.
Si, concedo que en esta historia ni se debió mencionar la palabra amar, aunque fuese en negativo. Pero creo que lo único que impide el asco del poscoito olímpico–en ambos– es el que exista un vínculo afectivo. Mea culpa por llamarlo amor, que no sé lo que es, pero quizá esté bien para que los demás lo entiendan.
En los cuentos se suele dar el caso de “fueron felices y comieron perdices”. Pero, y mucho lo siento, yo esos cuentos no los tengo en mi mesilla de noche.

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