El escritor y su dolor de espalda

Son las 4 A.M del viernes, 23 de 2018. Un sueño interrumpido por haber agotado todas las posturas en la cama. Si los huesos duelen, creo que son los huesos los que me piden que me levante, quizá suponga un alivio. Me levanto y me dirijo a la cocina. Preparo una bebida caliente con cacao y un par de pastas de la navidad anticipada. Mientras  tomo la humeante bebida, mis ojos, aún sin abrir del todo, buscan alguna imagen inédita donde posarse. Se sumergen en el sueño que acabo de tener.

Unas mujeres aparecen con rostros intercambiables. De forma imprecisa parecen  reunidas en semicírculo, en conciliábulo secreto. En el centro geométrico está un viejo escritor al que van a juzgar.

Una de ellas toma la voz para decir: «este estúpido nos ha utilizado, nos ha convertido en personajes de ficción sin medir las consecuencias, consecuencias para nosotras, que en una mezcla de realidad virtual y otra claramente inventada, ha supuesto que éramos sus personajes literarios. A mí, personalmente, me duele porque lo tenía por mi amigo del alma y me ha roto el corazón, ya que llegué a quererle mucho.

Mientras la que habla para beber un sorbo de tequila, otra toma la palabra depositando en la mesa un porrón lleno de vino que acaba de elevar sobre su cabeza para beber. Carraspea, enseña un libro, dice que lo ha escrito ella y que el reo que tienen delante, con desfachatez,  lo ha cuestionado como infumable. Sigue diciendo: «nosotras sí podemos decir que somos escritoras, no utilizamos amigos para ponerles  máscaras que los conviertan en personajes degradados de ficción a nuestro gusto, o mal gusto. Este individuo merece que  desterremos de nuestra lectura habitual lo que venía escribiendo». Descansa de su parlamento y vuelve a escanciar el porrón, del que ya sólo quedan unas gotas. Balbucea unas palabras ininteligibles, quizá palabrotas.

Otra,  sin rostro irreconocible, aprovecha para sustituirle: «Me siento estúpida -dice- Nosotras somos las estúpidas al dispensarle nuestra atención. Somos para él sólo materia literaria, de la peor  especie. Y para disimular, dice que nos va  a sacar de una maleta que pretende llevar en un último viaje. Este cretino cree nos íbamos a conformar con ser papeles para echar en su papelera. Propongo que le ignoremos o que le condenemos a ser desenmascarado como impostor en todas las redes sociales, sus escritos han dejado de interesarme ni como ideas para  mis creaciones. Calla y toma una taza de infusión desconocida.

La que aún no ha hablado, levanta la voz con tal fuerza, que las demás  la miran atemorizadas. Se acompaña con un golpe en la mesa y dice: No hay derecho, no tiene derecho a sumir en el desconsuelo a una de nosotras, y no me refiero a mí, que soy fuerte como un roble. Nosotras podemos aguantar sin quemarnos con sus invectivas pseudoliterarias. No perdamos más tiempo con  este escritorcillo del tres al cuarto y sigamos con los verdaderos escritores consagrados como referentes cualificados para todo escritor novel, como somos nosotras, pero con un futuro prometedor, y no como este individuo claramente acabado». Un silencio acompaña a este último parlamento, la que acaba de hablar le pega un chupetón a una especie de pipa, con contenido sin identificar.

Interviene el reo, pide la palabra en su defensa. Todas se miran buscando la aprobación unánime. «Habla», dice una de ellas. Las demás callan en forma de asentimiento . El escritor, sin levantar la vista, dice: «yo os quiero a todas por igual porque todas me habéis acompañado cuando me sentía solo. Siempre he sido condescendiente con vuestras singularidades, a veces difíciles de llevar. Pido perdón por haberos utilizado. Un escritor está siempre a la búsqueda de ideas, pero éstas no siempre aparecen. Su condición le impulsa a echar mano de cualquier cosa. A veces hasta haría literatura de su padre, convirtiéndolo en un borracho maltratador, si no tuviese nada mejor. A vosotras no os he tratado tan mal en mi desfiguración de vuestras realidades.  Sí, eso de sacaros de mi maleta en mi supuesto último viaje, además de macabro, suena a desprecio. Pero no era tal. Con ello quería significar que mi último viaje no tiene por qué ser el vuestro, y de llevaros conmigo, en el último momento sentiría la angustia de haberos arrastrado al abismo. Vuestro camino está lleno de promesas, yo ya no tengo esperanza. Os pido que no me dejéis como un estúpido, casi prefiero que digáis que soy un cabrón».

Si iba a continuar, el sueño se interrumpe con un fundido en negro. me duele la espalda, he de orinar y me levanto. Hubiese querido un desenlace, me habría servido para escribir algo, pero sin desenlace no hay historia. O sí, puedo inventarlo mientras me ducho; no sería la primera vez.

Son las 5:14 A.M, parece que la espalda ya no me duele tanto, voy a ver si consigo dormir un par de horas. Quisiera soñar con un prado verde lleno de vacas blancas pastando, ajenas al mundo y sus incoherencias.

Las 8: 30 A.M. He conseguido dormir dos horitas. Repaso lo que escribí de temprana madrugada. Todo, más o menos, sucedió así en mi sueño. Sólo olvidé que en aquel lugar había un público heterogéneo que aparecía y desaparecía sólo para mostrar su agrado o desagrado con lo que escuchaba, poniendo el pulgar hacia arriba o hacia abajo al estilo romano en los circos. El escritor no tenía en cuenta sus gestos, estaba  acostumbrado a  ser sólo estadística en su contador de lectores.

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