El Génesis más probable.

AY a Dios, después de crear el Universo, no satisfecho de aquel tótum revolútum sin sentido racional de orden ni concierto, le dio por pensar que algo tenía que hacer para sentirse un dios en todo su significado de ente único, que debía justificar su existencia y de paso entretenerse, pues esa fue su intención primera.

Y tomando un poco de materia, la amasó con algo de agua. Con sus divinas manos comenzó a darle forma a aquel pegote informe. Poco a poco el barro maleable se fué pareciendo a una cosa  que a Dios le comenzó a animar. «¿Y qué hago yo con esto?», pensó. «Haré que se mueva con cierto orden, no como todo eso que anda por ahí», (se refería al Universo). Y soplando aquella cosa, ésta comenzó a moverse, a dar saltitos y cabriolas. Dios se partía de la risa. «Me gusta, seguiré perfeccionándolo». Y dicho y hecho, primero lo cubrió de pelo para distinguirlo del resto de la materia. Luego pensó: «¿y si hago que diga algo y así podré conversar con esta cosa? Por entonces a Dios, que no estaba en todo,  no se le ocurrió un lenguaje inteligible, y aquella cosa comenzó a emitir unos sonidos  guturales que no había dios que los comprendiera, pero bueno, como no se le ocurría otra cosa, lo dejó así. Y entonces, como aquella cosa parecía no estar contenta con su existencia solitaria, Dios se dijo: «no es bueno que esto esté solo, haré otro para que le acompañe y no me dé a mí la lata con esos gruñidos». Dicho y hecho, ya con la experiencia de la cosa creada y, con su sabiduría divina, le quitó un poco de barro  y con algo más hizo otra cosa que se le parecía. «Vaya, ¿y si los hago a mi imagen y semejanza, de forma que  solos puedan hacer otros como ellos  mismos y pueblen alguna de esas cosas tan grandes que van por ahi (se refería al Universo) y que no sirven para nada? Y Dios no se lo pensó dos veces: «multiplicaos y poblad todo eso que se me fue de las manos, así habrá valido la pena». La verdad es que a Dios no se le ocurrió cómo podían hacerlo, fueron aquellas dos cosas las que se las ingeniaron, descartando coger barro y hacer como Dios había hecho con ellos. Así se inventó, aprovechando alguna diferencia entre los dos, lo que ya por siempre se vino en llamar follar para tener descendencia. Pero como, visto lo visto, toda obra de Dios era imperfecta, más por su indolencia que por su infinita capacidad, aquellas cosas le cogieron gusto a aquel asunto  y, además hacer otros como ellos, frecuentaban la práctica, a veces con tal desenfreno que Dios les prohibió practicarlo si no era para lo que era.

Pero Dios, al que se le había ido la mano una vez más, no pudo o no quiso controlar que sus criaturas se comportaran y los dejó a su libre albedrío. Tampoco era cuestión de privarles de alguna alegría.

Y en esas estamos, follando a diestro y siniestro como actividad principal y secundaria para tener descendencia. Dios, de vez en cuando, se enfada porque aquello no lo previó, y les aplica consecuencias  en forma de efectos secundarios. Algo consigue, pero termina aceptando que la jodienda no tiene enmienda. Más que nada porque no fue su invento, y a lo hecho, pecho.

 

 

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