El poema de María

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María llevaba una vida dual: amaba a su marido, un hombre entregado por completo a su mujer, y también amaba, o al menos eso manifestaba, a un hombre que había conocido a través de la RED. De éste sólo se podría decir que era una gran embaucador, palabrero, fabricante de poemas y de historias a mitad de camino de parecer reales y fantásticas. A María le seducía su forma de decir las  cosas, tal que se creía musa o velada protagonista de ellas. Y es que María era una soñadora, para la que la vida real era una rutina.

Un día, su marido la sorprendió, frente al ordenador, escribiendo. María, hasta entonces, sólo había conectado el  ordenador para, según ella decía, curiosear, ver recetas de cocina y leer el horóscopo diario que aparecía en una web especializada. Intrigado el marido por verla escribiendo, le preguntó:

–Querida, ¿a quién le escribes?

–A nadie –le contestó —estoy escribiendo un poema.

–¿Un poema? ¿Tú un poema? Me sorprendes, no sabía que tuvieras esa afición. ¿Puedo verlo?

–No está terminado. 

–¿Y qué vas a hacer con él, luego que lo termines?

–Imprimirlo y regalártelo. Te lo daré pasado mañana, día de nuestro aniversario.

–Será un bonito regalo. Gracias, querida. Espero te salga como lo sientes.

–Será así, tenlo por seguro.

María se sintió liberada de haber salido en bien de aquella situación embarazosa y siguió escribiendo su poema. Luego que lo consideró terminado, lo envió primero a su amor virtual y después imprimió una copia. Apagó el ordenador, no antes de borrar todo rastro del poema, y se llevó la copia con ella. 

María puso el poema impreso en una cajita, delicadamente envuelta en papel para envolver regalos, sin dejar de ponerle una cinta roja en forma de cruz, rematada por un lacito rizado, y la guardó en un cajón de la cómoda, oculto entre su ropa íntima. Pero María no eligió ese lugar por casualidad. Quiso expresamente ponerlo allí pensando en su amor cibernético, imaginando todo tipo de deleites con él. 

Llegó el día del aniversario de su boda. María se levantó y fue a buscar el poema para dárselo a su marido mientras desayunaban. Cuando lo tuvo en sus manos, María se quedó mirando la cajita. Sintió remordimiento por lo que había hecho y volvió a guardarlo entre su ropa íntima. Tomó las prendas que había usado en la noche de bodas y se volvió a la cama. Con caricias y susurros despertó  suavemente a su marido que aún dormía.

–Querido, mi poema para ti.

María le hizo el amor a su marido, siguiendo las pautas que tanto le habían excitado leyendo un poema de su otro amor. El marido le expresó su satisfacción por tan especial sorpresa y no se le ocurrió preguntar por el poema que su esposa había escrito dos días antes.

Ese mismo día, María estuvo especialmente pendiente del correo electrónico.

(JDD 2003)

Estas cosas, de las que tengo archivadas cientos, las exhumo cuando estoy perezoso y mi cerebro es como un corcho que flota entre nubes de algodón; no por jaqueca. Si son buenas o malas poco importa, y no soy yo el indicado para juzgarlas. Eso sí, la mayoría son cabronas, sin concesión a una literatura amable que ensanche el alma, en lugar de encogerla. Pero qué le voy a hacer, si soy así, de natural algo cabrón.

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