En la noche, dese mi ventana VI

¡Lucidez, maldita ramera! Dime, ¿qué pretendes que haga para complacerte? Me dejaste sin el recurso fácil de inventar historias y me persigues implacable cada vez que creo tener una real. Siempre encuentras lo que tú llamas pequeñas cosas que la desvirtúa en la fidelidad exigible a los hechos, que cuento minucias insustanciales capaces de hacer bostezar a cualquiera. Me diste un respiro aceptando el realismo mágico que me inspiraron las luces de la ciudad, para enseguida decirme: ponte a cocinar, es lo tuyo. Ya no sé qué es lo mío, estúpida amiga. Tú, que pareces saberlo todo, dame una historia, una historia real, y te prometo ser fiel a ella. Habla, ¡coño!, no me susurres, que a penas te entiendo.

–¿Qué tipo de historia quieres, un drama, un romance, una comedia de enredo? Mi zurrón esta lleno de historias que no han querido otros escritores propensos a imaginar. Tengo historias de la historia, valga la redundancia, que son muy buenas, con personajes que todo el mundo ha oído hablar de ellos, pero que no supieron de sus pormenores. Tengo historias de políticos que hicieron fortuna engañando al pueblo y el pueblo los corearon. Tengo historias de hombres y mujeres que vendieron su honra sin cobrar por ello. De religiosos y religiosas que adoraban a un dios por el día y a otro por la noche. De animales sorprendentes, pero sólo para humanos estúpidos, De seres humanos que creen que el ombligo es el USB por el que se conectan con el universo. Tengo historias para todos los gustos, los buenos y los malos. Y tú estás ahí, a la orilla del Mediterráneo,  varado en un banco de arena, a la espera de que una caracola te diga al oido: cuenta esta historia, es verídica. No recibirás honores porque cogerás a los lectores desprevenidos y sólo dirán que tu historia les ha sorprendido, algo que no dirían si les hubiese parecido falsa. Escoge una, con cualquiera podrás presumir de escritor, o tú verás, quizá el arte culinario es lo tuyo y el mundo se está perdiendo un gran cocinero.

–Déjate de ironías, ser cocinero no es un demérito, si cocinas con arte. Mira, hablas mucho y sólo escucho enunciados. Porque tu formas parte de mí, cuéntame una historia de las que tu calificas real; nadie me tachará de plagio, aunque alguno me dirá que soy un escritor autocensurado.

–Tengo una muy buena de una puta…

–¡Basta! Basta ya de putas, con Lola tuve suficiente, una puta que resultó no ser una puta. Seguro que esta nueva propuesta tuya habla de una puta que confiesa ser una hija mía bastarda.

–No, esta puta es de verdad, de la cabeza a los pies, y su historia es conmovedora, ¿te la cuento?

– Me dá igual si es conmovedora o desarrolla condiciones especiales para ser una gran puta, te digo que no me interesa. ¿No tienes una de putos? Haberlos hailos, como dicen los gallegos, y nadie ha escrito, que yo sepa, la historia de un puto, capricho de algún poderoso.

–Sí, tengo algunas, o bastantes, pero no serían publicables, y a ti te interesa que te lean y no meterte en líos.

–En eso te doy la razón, debe haber historias, desde luego reales, que ningún escritor tendría el valor de contarlas. Vete pensando mientras voy al servicio, que mi próstata es otra historia.

A mí con historias de putas, es como si pretendiera escribir la historia de unas monjas de clausura; ambas totalmente desconocidas para mí. Sería el hazmerreír de todos los chulos y proxenetas del mundo, de los honorable padres de la patria. Vamos, como pretender enseñar cocina china a los chinos. Si esta vez Lucidez me falla, la voy a mandar a tomar por culo, y me dedicaré, a tope y sin freno, a escribir historias imaginadas; hay muchos lectores a los que les encanta ser engañados con falsas historias, en consonancia con sus falsas vidas.

Continuará…

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