La maleta

Dejaron a los invitados bailando. Se habían casado a mediodía. Presidieron el banquete junto a sus padres y padrinos. Todos comprendieron que los novios quisieran desaparecer cuanto antes de allí. Con alguna chufla graciosa de los asistentes, que hacían velada mención a lo que iban a hacer, se fueron algo sonrojados.

Habían reservado la suite nupcial en un hotelito coqueto, íntimo, situado en una montaña cercana a la ciudad, en plena naturaleza salvaje, recomendado por amigos que ya lo habían utilizado para ocasión similar.

Llegaron con el coche regalo de boda de los padres del novio. Se acercaron con una pequeña maleta al mostrador de la recepción y se identificaron:

–Señores de Martínez. Tenemos una reserva.

El recepcionista consultó un libro y asintió con la cabeza. Luego, dijo:

–Bien venidos y enhorabuena. ¿Traen ustedes más equipaje?

–Gracias –contestó ella.

–Sí, una maleta grande que hemos dejado en el portamaletas del coche –dijo él

–No se preocupen, enviaré al botones a por ella. Su habitación es la número 300, tercera planta. La suite está preparada. Aquí la llave, pueden subir si lo desean. Les llevaremos la maleta. Usen el teléfono interior si necesitan algo y que podamos atender.

–Gracias –volvió ella a anticiparse.

Subieron en el ascensor. Mientras subían, ella susurró:

–No debiste dejar que la maleta la tocara nadie.

–Amor, no te preocupes, está bien cerrada.

–Aún así, me preocupa.

–Veras que no pasa nada. Tranquila, subirá detrás de nosotros. Si se retrasa, llamaré a recepción.

–Tenemos que obrar con toda cautela.

–Querida, te prometo que en lo sucesivo atenderé a tu recomendación; no quiero que te pongas nerviosa..

La puerta del ascensor se abrió y los dos salieron a un pasillo tenuemente iluminado. Buscaron el número recorriendo el pasillo, de mayor a menor, hasta situarse frente a la puerta con el número 300.

Abrieron la puerta y entraron. La suite estaba iluminada por luz eléctrica intensa. Debía suponer el gerente del hotel, que sólo así, las parejas de recién casados podían aprecia el confort que iba a acogerles en la noche más importante de sus vidas.

Miraron a un lado y a otro mientras pronunciaban palabras de admiración por lo que veían. Se abrazaron y se besaron apasionadamente. Él comenzó a despojarse de su chaqué y ella se sentó en el borde da la cama, dando botes para comprobar su excelente flexibilidad. Debieron recordar la maleta, pues él se quedó, como una autómata desconectado, mirando la puerta de entrada, y ella dejó de botar, mirando estática a la misma puerta.

Pasaban los segundos que a ellos se les antojaron eternos sin que nadie llamara a la puerta.

–Tarda –pronunció ella con un hilo de voz.

–Eso parece. Quizá son nuestro nervios.

–Llama a recepción y pregunta.

–Contaré hasta sesenta, y si no ha aparecido, llamaré. No debemos dar la impresión de desconfianza o inquietud. Uno, dos, tres,…

Mientras él seguía pronunciando números, ella lo iba haciendo mentalmente, lenta y algo más acelerada.

–Llama! Ya he contado hasta sesenta.

–…cincuenta y siete, cincuenta y ocho –siguió pausadamente contando él

–¡Qué llames, algo sucede! –exclamó ella levantándose de la cama.

–…y sesenta! –pronunció él.

Antes de ir hacia el teléfono, él dio unos pasos hacia la puerta, la abrió y asomó medio cuerpo hacia el pasillo. No había nadie, el silencio era absoluto. Cerró tras de sí la puerta y se fue directo hacia el auricular posado en una de las mesillas de la cama. No tenía números y se lo aplicó directamente a la oreja. Oyó música y esperó unos segundos mientras miraba a su expectante esposa. Alguien se puso al otro lado.

–Oiga, ya debería haber subido el botones con nuestra maleta –dijo él en tono algo enérgico.

Se quedó escuchando lo que parecía ser la voz al otro lado. De pronto su cara se puso rígida, con una palidez de muerte. Ella, que observaba, se dio cuenta, y muy alterada, preguntó:

–¡¿Qué sucede?

–El botones se ha ido con la maleta y el coche –pronunció transpuesto él y a media voz.

Antes de que él hubiese terminado la frase, ella cayó desplomada. El, incapaz de mover un músculo, dejó caer el auricular. Cuando medio se recuperó, saltando por encima del cuerpo yaciente de su esposa, se dirigió al cuarto de baño.

El conserje conectó inmediatamente con la policía. A petición de ésta, llamó a la habitación varias veces para que le informaran de la matrícula del coche, marca, modelo y color. Como nadie respondía, se decidió a subir; debió intuir que sus clientes se habían dejado mal colgado el teléfono y no oían la llamada. Cuando llegó a la puerta de la suite, golpeó con sus nudillos, primero con suavidad, luego más fuerte. Al no obtener respuesta, decidió utilizar su llave maestra. La puerta se abrió y penetró en la estancia..Vio a la mujer tendida en el suelo, aparentemente muerta. No viendo al hombre, entró en el cuarto de baño: un cuerpo colgaba de un cinturón atado a la ducha.

El, fallecido; ella, imbécil irrecuperable de una ataque cerebral, no pudo declarar.

Pasados unos días, la policía encontró el coche abandonado. Del botones y la maleta, ni rastro.

Mucho tiempo después, estando la investigación en un callejón sin salida, la policía archivo el caso.

La prensa y medios de comunicación difundieron el extraño suceso. Se hicieron todo tipo de conjeturas. Y este autor de la historia, que podía haberla terminado con un final verosímil, no tiene la menor idea de qué contenía la maleta… nupcial. A veces, las historias terminan así. Y no estaría mal que algún lect@r se aventurara con un final que no dejara esta historia inconclusa. Os invito a ello, sin truculencias, que sería demasiado fácil.

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