Minicuento de Navidad

–Cómo está, señora? –preguntó el viandante a una mujer ya entrada en años, o gastada prematuramente por la vida, que, sentada en un banco público, parecía ausente, de mirada perdida en los pensamientos, sin parecer interesada en el bullicio de la calle, llena de apresurados compradores para la cercana Navidad.

–Por qué me pregunta, caballero? –respondio la mujer, sin dirigirle la mirada, aparentemente congelada.

–La veo muy sola, nada parece interesarle de lo que le rodea. Si necesita que alguien la escuche, yo puedo hacerlo.

–No podría entenderme ni darme una solución.

–Podía probar. Quizá ya no confía en nadie, incluída usted misma. Hable, y le daré la razón si la tiene.

–Siéntese en esa esquina del banco, si lo desea, quizá me decida a hablar con usted.

El hombre, de edad aproximada a la mujer, se sentó sin dudarlo. Y sin girar su cabeza al lado donde se encontraba , entrelazó sus manos entre sus piernas y adoptó parecida actitud . Por un momento ambos permanecieron callados. La situación al hombre comenzó a parecerle embarazosa, no tenía nada nuevo que decirle ni preguntarle. Era una de esas situaciones en la que ninguno parece interesarse por el otro, a pesar de compartir el mismo banco.

Al fin, y utilizando el comodín obvio de presentrase,  el hombre le dijo:

–Me llamo Jesus, y soy, según dicen, el hijo de Dios Padre. En teoría yo debería tener la posibilidad de dar solución a cualquier problema que tengas, también consuelo. Desgraciadamente, y aunque ningún creyente lo entienda, tengo mis limitaciones. Si fuesen ilimitadas, nadie tendría que padecer, porque yo tendía remedio para todo lo que aflige a la humanidad. Estoy aquí de casualidad. El Padre me pidio que viniera y viera si podía hacer algo por alguien que lo necesitase. No es que tú hayas sido elegida entre todos los que padecen, en realidad ha sido una casualidad el encontrarme contigo.

La mujer, lejos de reaccionar ante aquella sorprendente presentación, siguió en su actitud de mutismo e indiferencia. El que había terminado de hablar, tambíén adoptó la misma postura, esperando que fuese la mujer la que hablase. Pasados unos minutos, que ninguno decía nada, alguien se acercó llevando un carrito de bebé con un supuesto bebé dentro. Era una joven, no muy agraciada, casi recién superada la pubertad. Su semblante parecía desencajado. Cuando se paró delante de la mujer sentada, musitó una casi inaudible frase.

–Madre, ya está, creo que mi bebé tendrá con esa familia más suerte que con nostros. No han querido el carrito, ellos le comprarán otro mejor.

El hombre sentado al lado pudo escuchar y entender la tragedia de aquella joven madre y la de la abuela. Se levantó y siguió su camino sin decir nada. No tenía ninguna solución para ellas.

 

 

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