No era su hijo

«Coge tu mochila, llénala con todas las cosas que quepan, vístete adecuadamente, ponte unos calzados cómodos, no te despidas de tu madre, sal a la calle sin cerrar la puerta y camina, camina siempre en dirección opuesta, que sólo te pare la muerte».

Con estas palabras un padre se dirige a su hijo. Tiene sólo 16 años. No es mal chico; el rigor del padre parece excesivo.

El padre acaba de enterarse que su hijo no es su hijo; lo dice un análisis de ADN. Siempre lo sospechó, pero no se atrevió a comprobarlo. Hasta ese momento fue para él un hijo, su único hijo, al que cuidó con toda dedicación y amor.

En una visita rutinaria al urólogo, el informe médico lo quedaba claro: «padece azoospermia». El medico le aclara que no es un padecimiento sobrevenido, que siempre fue así.

Desde esa verdad científica, el padre pasa dos años comportándose como si no fuera con él la cosa; igual con su no hijo y ningún reproche a su esposa. Durante dos años sólo piensa qué debe hacer. No encuentra la respuesta. Piensa en el espermatozoide que lo engendró, en el momento que otro hombre poseyó a su esposa, en los 16 años de ocultamiento, en que el niño no tiene la culpa por haberlo considerado su padre, en el dolor infinito que la verdad le ha producido. Ama a su esposa, si le fue infiel, de eso ya han pasado 16 años; ahora está seguro de ella. Pero ha llegado un momento en que la presencia del muchacho rodea de desencanto y hasta de odio el corazón. Mejor si está ausente, alejarlo para siempre de su vida.

También él se tuvo que ir de casa de sus padres a una edad parecida. El caso no es el mismo, él se fue dada la penuria de aquella casa de seis hermanos y unos padre impotentes para darles una vida digna. Lo que pudo ser una tragedia, dada su corta edad, fue para él una decisión afortunada, porque por azar del destino o por un instinto de supervivencia al límite, salió adelante y consiguió que la vida le tratara con respeto, ¿por qué habría de ser diferente ahora?

El chico había planteado en casa el proyecto de visitar Europa durante las vacaciones de verano. Sólo necesitaba su mochila, algunas cosas y un calzado cómodo. Pretendía viajar utilizando el autostop e ir de albergue juvenil en albergue. Trabajaría en lo que fuese para obtener algún dinero, otros ya lo habían hecho y no tuvieron problemas.

Al padre de ocasión se le abre una luz y cree que es el momento. La madre no debe saber el trasfondo de aquella conformidad de su marido.

Y el joven parte sin comprender el alcance de las palabras de su padre, aunque sí piensa que quiere de él algo parecido a lo que tuvo que hacer cuando tenía su edad. Probará que puede.

Ha pasado un año. La madre vive el atroz sufrimiento por la ausencia de su hijo, sin noticia alguna si está vivo o muerto. El esposo se debate en el dilema de confesarle por qué su hijo no ha vuelto, quizá ya no sufra tanto al no darlo por perdido. Pero también puede ser peor, cuando compruebe que su hijo se fue porque su esposo lo expulsó de sus vidas. No quiere perder a su esposa, y ha de convivir con una situación sin salida.

La tragedia parece desproporcionada si se considera que el origen fue un espermatozoide, quizá no tanto si la mentira duró dieciséis años. Yo no tengo criterio para juzgar el caso, un caso verídico del que fui testigo.

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