¿Qué fui y qué soy?

Aún tengo lucidez para conocerme. Tiempo atrás, ese conocimiento estaba, en ocasiones, embarrado con ilusorias imágenes de hombre pletórico de satisfacción personal. Nunca me puse a prueba públicamente más allá de algunos escritos que confesaban mis verdades y también mis mentiras. El reflejo público era engañoso y el primer engañado era yo. Pero me ayudaba a vivir en la burbuja que me ponía al abrigo de las frustraciones. No suponía que llegaría el momento en el que las imágenes auto creadas dejarían de venir en mi ayuda porque los espejos los rompería el tiempo. Todo hubiese sido diferente si yo hubiese sido comedido con aquella euforia, hoy, en una transición brutal, ya no tengo espejos en los que mirarme travestido de alegre payaso capaz de embaucar la mediocridad de mi público. Tómese mediocridad como capacidad media para separar el grano de la paja, y no un calificativo de inferioridad; todos somos mediocres en tanto que no somos genios.

¿Por que digo que aún tengo lucidez para conocerme? Tampoco se trata de un esfuerzo por parecer humilde, si concluyo que hoy me veo con capacidad inferior a la media. Quizá el desgaste ha rebajado todas mis capacidades otrora aceptablemente en el límite. Cada día entro en bucle que repite mis vivencias ya sin ilusión. Sin contar con la sensación de que la muerte, si no es fulminante, se va produciendo lenta pero sin pausa ni retroceso. ¿Sólo me sucede a mí? No lo creo, sí sólo somos fisiología, hoy por hoy no existen máquinas perfectas, y ni los lubricantes más refinados impiden el desgaste.

Entrar en un diagnóstico explícito de lo que me sucede, todavía puedo ocultarlo mientras la ocasión no me obligue a ser descubierto. Y salvo que me falte también el criterio, voy a no asumir ese riesgo.

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