Vikingos

Como es ya mi costumbre, una nueva reflexión sobre la serie que actualmente estoy viendo.

Me parecía, en esta ocasión, que la realidad se confundía con la fantasía. De mis incursiones por Escandinavia, me llamó la atención la idiosincracia de los actuales escandinavos. No me pareció el pueblo del que tenía información. Aficionado a la historia de aquellos pueblos que habían dejado huella, lecturas sobre los Vikingos me había fascinado. Para actualizar aquellos lejanos recuerdos, he recurrido a la siempre inagotable fuente de información que me brinda Internet. A la vez que refrescaba mi memoria, percibía que la serie que estoy viendo abandona mínimamente el rigor histórico. Los vikingos de la serie son los vikingos de la historia, quizá, y para que la serie atrape todos los instintos, los guionistas dieron prioridad a la exposición exhaustiva, pormenorizada y atosigante a los instintos que denominamos, injustamente, más bajos. Son instintos primarios, no pasados por el tamiz de religiones, filosofías moralizantes o manuales de efectos secundarios dañinos.

Los vikingos, aunque esto lo pongo en duda, creían que sus dioses habían dispuesto lo que cada individuo o conjunto de individuos tenían programado, de forma que todo lo que hacían y el destino de sus acciones, estaba prefijado por sus dioses y nada podían hacer para elegir con libre albedrío. No existía, por tanto, el arrepentimiento, ni siquiera  la consideración personal del pecado (tómese la palabra pecado en el sentido amplio y general de algo mal hecho). En contradicción aparente, se juzgaban aquellos actos que no gustaban al poder y se condenaban severamente. Odín también lo tenía dispuesto.

La serie abunda de tics habituales y recurrentes: la guerra ofensiva como herramienta del pillaje,  la muerte, el amor y el amor libre, el sexo, la amistad, la traición,  la crueldad, a veces terrible en sus ritos, supuestamente para agradar a sus dioses y obtener el favor de alcanzar su gloria (el Valhalla). Se parece a un repertorio de distintos vasos comunicantes, árabes, cristianos, indus, etc. Si los incorporaban a su acerbo cultural como consecuencia de sus viajes a otros países, es algo que carece de importancia. Los vikingos eran extremos en todo, y cada uno de esos tics parecían propios y exportables, con marchamo de marca registrada.

Hoy los escandinavos en nada se parecen a sus antecesores. Son pacíficos y pacifistas, melifluos, nada belicistas, educados, socialmente avanzados. La serie, si de algo peca, es de que el exceso de realismo en la exposición de los tics antes mencionados no permite tomarla como referente de la historia.

Pero la ejecución artística es extraordinaria.

 

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