Vivir feliz y afortunado

Desde que tienes uso de razón, piensas en la vida que tienes por delante. Cuando alcanzas los cincuenta, comienzas a especular sobre la vida que te queda. Si llegas a los setenta, tu pensamiento cambia sustancialmente, y ya sólo te preocupa el día a día de tu estado de salud, que como cualquier cosa fungible, y el cuerpo humano lo es, lo vas manteniendo de achaques sobrevenidos, unos reales, otros de etiología sobrevalorada o hipocondriaca. Vas con frecuencia a consultas médicas y, cuando es necesario, con el tratameinto que te proponga el doctor de turno, sientes haber hecho lo que debías. Un estudio en varios centros de prestigio, concluyó que de los pertenecientes a la llamada tercera edad, obtuvo el resultado de 362 sujetos (83,8%, extrapolandolo a la población de hecho), que fue considerado significativo. El 83,1% de ellos utilizaba uno o más medicamentos a diario. No hago cálculos de lo que ese porcentaje supone, pero las empresas de los medicamentos deberían llevarle un ramo de flores a cada persona que alcanza esa tercera edad, al parecer la definitiva, pués nunca escuché de que existiera una cuarta.

De lo que aceptamos como habitual y normal, traigo aquí la historia de un hombre  singular que ha nacido de mi imaginación, quizá porque existe en mi subconsciente como un nexo entre la eternidad y el instinto de supervivencia impreso en nuestro genes.

Por llamarlo de alguna forma, lo llamaré Félix, que por venir del latín,  significa «Aquel que se considera feliz o afortunado».

Félix tiene ochenta años, recien cumplidos. La pregunta subsiguiente sería: ¿puede Félix, en buena razón, considerarse un ser feliz y afortunado? Puede, esa es la respuesta que elabora mi subconsciente. Y me propone más: tú eres otro Félix, debes considerarte un ser feliz y afortunado.

Pero Félix también es consciencia, y sacudiendo levemente su cabeza a un lado y otro, analiza su situación real. Soy feliz y afortunado porque podía estar peor, utilizando el aforismo optimista del vaso medio lleno. Félix, pues, no es pesimista, para él la vida no es un tema impreso en un calendario, ni siquiera en un futurible para uso propio. Su realidad está enmarcada en un comportamiento diario. Tiene achaqués, sí, y se toma alguna pastilla, pero esa circunstancia no le deprime, al contrario, para él entra en la rutina diaria y le da seguridad, no preocupación, por lo que otros considerarían dependencia.

Con esa buena, excelente predisposición, Félix se levanta temprano cada día. A esa edad, o elaboras un programa o te sientas en un sillón a dormitar o recordar efemérides. El programa de Félix es levantarse, hacer unos estiramientos para recolocar sus vértebras desplazadas, ir al baño e intentar evacuar los restos de la ingesta del día anterior. Generalmente no lo consigue, pero sabe que sucederá si se toma un laxante natural. Orina, el chorro lo tiene ya olvidado, ahora es a golpes de esfinter, pequeños chorritos que terminan por vaciar su vejiga. Se levanta del water, la larga postura allí sentado le causa algún dolor articular que se le pasa pronto. Se acerca al lavabo, un día sí y otro no se ducha, que no es cosa de exagerar, cuando los franceses lo hacen una vez a la semana, o más. Se lava cara y axilas. Enjuaga su boca con un elexir y toma la dentadura postiza que la noche anterior había dejado en un vaso con agua. Meticuloso, le pasa un cepillo, la lava y se la coloca con una pasta fijadora. Hoy no toca afeitarse, tiene un eczema en la cara y no es conveniente tocarla hasta que se cure. Se pone unas gotas de colirio en los ojos, peina sus escasos cabellos que amanecieron reveldes, y sale de nuevo a su dormitorio. He de decir que vive sólo, su esposa felleció hace un año, tiene dos hijos que según él no los necesita para valerse. Se viste con patalón y chaqueta a juego, camisa blanca y corbata. Se mira en el espejo y se da por satisfecho.

Mentalmente repasa el programa. Toca desayunar. Pan integral con aceite de oliva extra virgen y miel. Para beber, café descafeinado con leche descremada. No usa el azucar, pues tiene tendencia a tener alta la glucosa en sangre. En ocasiones se pone una inyección de insulina y el tema queda resuelto. Félix sabe que el mejor tratamiento para estar saludable es no abusar de nada, y de algunas cosas ni catarlas.

El día comienza para Félix cuando termina de desayunar, lo mismo que para la mayoría de las personas.

Hoy, Félix tiene por la mañana dos asuntos ineludibles que debe atender: reponer de alimentos su frigorífico y alacena, y como aún conduce su viejo coche, irá primero a la consulta programada del médico de la Seguridad Social para que le informe del resultado de una análitica ordenada con anterioridad. Luego irá a  un super y comprará lo que lleva anotado en una lista.

–Siento decirte, Felix–le dice el doctor–, que tu analítica no es muy positiva, nada positiva. Se pueden considerar algunas cosas surgidas nuevas desde la última que te hiciste. La glucemia ha subido y ya se puede considerar como diabetes B, eso supone el uso diario y en varias ocasiones de insulina. Tienes algo de anemia, y habrá que ver la causa. Tambien tienes el colesterol y los trigliceridos altos,  te pediré un analísis específico para comprobar el estado de tus coronarias. La elevada creatinina indica que algo no funciona bien en tus riñones. También veremos eso. De las heces hay un indicador tumoral que en principio no es definitorio, por lo que debes volver a hacerte una colonsocopia para segurarnos de la evolución de los pólipos detectados en la anterior. Hay algunas cosas más, pero prefiero asegurarme con nuevas pruebas. Si te parece, vamos a programar un exámen general de tu salud. No te preocupes, casi todo tiene solución.

Félix salió de la consulta con varios volantes para hacerse pruebas médicas y una hoja de instrucciones.

El el hall del hospital, y en la primera papelera que encontró, deposító todos los papeles que le había dado el médico.

Tomó su coche y se fue al super. Por el camino iba pensando: «No hay cabrón que me impida ser feliz y afortunado».

Por la tarde, después de la siesta, se acercó, como de costumbre, al club de jubilados. Allí le esperaba la habitual partida de mus con sus colegas y amigos. Hablaron de cosas, ninguna de los problemas de salud de cada uno.

Cenó ligero, vio la tele un rato, y se fue a la cama. Al día siguiente tenía un viaje con el Imserso, que no quería perderse por nada del mundo.

Felix, mientras vivió, poco importa cuánto, se sintió féliz y afortunado. Una muerte súbita impidió que cambiara de opinión.

Corolario: Sé feliz y afortunado mientras vives, no permitas que ningún cabrón te amargue la vida.

 

 

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