jose d. diez
 
 

DESPEDIDA SIN LÁGRIMAS

Adiós, amigos, que me habéis seguido en esta mi peripecia literaria. Como en todo en esta vida, nada discurre placido y sosegado para siempre. Los toboganes de las letras suben empinados deseos y bajan vertiginosos desengaños, donde mueren, son como los ríos con vocación de ríos que, en su discurrir, se encuentran con una pendiente y sus aguas retroceden sobre sí mismas para formar un lago estancado, hecho que no satisface al río. Y tampoco acabar en el mar -ya lo dijo un poeta- es una especie de suerte para el río. Para el que escribe, una cosa es la fantasía y otra muy distinta el engaño, o así debería ser. Las letras forzadas promueven hastío,  cansancio y pocas ganas de seguir. Llegado a este punto, escribir es como radiografiar el alma, y todos estamos enfermos de algo inconfesable que no querríamos confesar.

Por todo eso y alguna cosa más, adiós amigos, ya no volveré a escribir, he de mirar de frente para no perderme en los laberintos del pensamiento...

José  (Diciembre de 2012)


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ULTIMO ESCRITO

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Torcido el rumbo de mis afectos,

como si quisiera ser odiado,

digo adiós sin volver la cara

ni extender la mano.

Detrás, quizá un rostro perplejo,

mira mi espalda adivinando mis ojos.

Si tuviese valor, me volvería,

pero mis ojos solo están llenos de lágrimas, lagrimas de sal y agua, nada más,

y ella pensaría que lloro por ella.

No, nunca supe qué era llorar,

salvo cuando mis ojos me escocían

de mirar fijo el destino y sus límites.

Ahora no es el caso.

Todo queda atrás, sin nostalgia ni ira.

Ella, la vida, cada vez me importa menos.