La última voluntad lleva al hombre a definirse; ya nada ni nadie podrá corregir su imagen.

El 8 de enero de 2008 comencé esta sección. Lo llamé “Lo último escrito”. Ese título podía interpretarse de dos formas: lo último QUE HABIA escrito y lo último QUE HABRIA  de escribir. Para iniciar la sección escribía esto que ya definía mejor uno de los conceptos que bullía en mi mente:


Probablemente lo que aquí aparezca denote cansancio, quizá abulia. Si por ventura pareciera fresco, dinámico y actual, sería buena señal, la señal de estar vivo, y vivo con vitalidad aún fresca y dinámica, al día y sin nostalgia; si fuese lo primero, alguien debería decirme: sé honesto contigo mismo y jubila tu pasión por escribir. Sí, ya sé lo que es ir jubilándome lentamente de muchas otras cosas. Soy consciente de los muchos millones de neuronas que se han muerto en mi cerebro, neuronas irremplazables, y eso se debería notar. Sólo confío en las que quedan operativas, es a ellas a las que apelo con una firme demanda: no permitáis que haga el ridículo. Ya veremos si también va desfalleciendo mi orgullo...”


“ULTIMO ESCRITO” ya no es interpretable. Estamos en enero de 2013. 15 años es demasiado tiempo, cuando se partía de un sentimiento del que ya no se vislumbraba ninguna ilusión, o ambición, si se quiere. Quizá pudiese alargar esa agonía en la que la actividad cerebral se sumerge al cabo de los años. Ánimos externos no me faltan, seguro que sólo bondadosos. Pero aún puedo ser honesto conmigo mismo y con los que me siguen leyendo. Si hubiese caído ya en el ridículo, eso es algo que no puedo evitar de la memoria ajena, y desterrar yo mismo escritos que aquí aparecen, sería como confesar mi incapacidad para discernir de forma objetiva entre lo valioso y lo evitable. Además de despedirme de todos mis lectores, lo que hago en la página de BIENVENIDA, he decidido ofrecer a una buena y fiel amiga todo lo que constituye mi patrimonio literario. Ella, en plenitud de su capacidad creadora, sabrá qué hacer con él, sé que lo que haga será honesto, así que no le impongo ninguna condición.


Por lo mismo que los libros no se destruyen, tampoco esta página será borrada. Aquí queda como testimonio de muchas horas de mi vida dedicadas a la pasión de escribir. Si es un mausoleo, no espero flores. Tampoco los muertos responden a las plegarias.

José D. Díez