Doña Clara José D. Díez
Inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual de Andalucía, España
© José D. Díez
PRIMERA PARTE
Tierras de Castilla. Un pueblo que quiere vivir en el olvido. Gentes sin nombre que yo debo nombrar de alguna manera por suponer que han existido y quizá existan. Buenas y malas gentes, que de todo hubo, hay y habrá en la viña del Señor; viejas gentes que olvidaron el pasado y nuevas gentes a las que nadie les cuenta la historia. Todo lo demás seguirá hundiendo sus raíces en la noche de los tiempos, en la férrea voluntad de perpetuar la diferencia en lo absoluto; cosas eternas como el campo extenso, uniforme, plano y feo durante casi todo el año que se divisaba al otro lado de la empalizada…
Pero… siempre queda alguien que arrastra sus traumas de juventud, como páginas sueltas, traspapeladas de su vida. Recordar no siempre es añorar. Contar, no siempre significa estar orgulloso del pasado. Cuando ahogan los recuerdos, mejor es hacer de ellos historia.
Y yo voy a contarlos para que dejen de ser sólo míos.
Esta historia comienza cuando, desde la atalaya situada en el crisol de mi memoria, puedo ver que… por poco tiempo algo hermoso sucedía en aquellas tierras de baldío: reventaban de vida; era como un regalo de la naturaleza, seguía luego una orgía; las plantas, los animales, las gentes, todo parecía entrar en celo al unísono, embarazándose los unos de lo otros, sin respeto a las especies…
Como cada primavera, aquel campo ya no se vestía de escarcha cada mañana, sudario blanco de un largo invierno de muerte, y se llenaba de una vida breve, una vida plena de brillos y colores. Era aún el atardecer y el sol oblicuo, cansado de navegar por el mar del cielo, todavía arrancaba los últimos tonos de las cosas, estrujando los alientos de la vida que se consumía en su propia urgencia.
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