EPÍLOGO
Tragicomedia en tres actos
© José D. Díez . Julio 2001
Dedicatoria
Con este trabajo deseo rendirte homenaje a ti, sufrido y voluntarioso lector de teatro; a ti que nunca verás una obra representada y así gozar de la imagen en la que la palabra tiene origen y sentido. Y para que no te abrumes, ¡Dios!, con tanta palabrería descarnada, me he permitido introducir algunos elementos nada ortodoxos que, por pudor, no llamaría de humor pero sí frívolos. Mi pretensión ha sido hacerte sonreír y, si es posible, ayudarte a imaginar; feliz y pagado me sentiré si lo he conseguido. Va por ti.
Pequeño prefacio para no perderse
La obra está estructurada en tres actos. En el primero se pretende crear los antecedentes de un autor preocupado con su incontingencia: lo que hizo, hizo, y no pudo ser de otra forma. Sus personajes no están conformes y piden una oportunidad. El autor, contando con el tiempo que le queda, les da esa oportunidad a través de su sueño.
En el segundo acto, la realidad de esos personajes no puede ser «real», sino producto de un sueño. El autor dormita mientras sueña con ellos. El resultado es que se comportan «irrealmente», reminiscencias en el autor y su subconsciente del aprendizaje o influencia que obtuvo leyendo a los clásicos; y así, versean, son cursis hasta el empalago y el entorno es fantástico como corresponde a un sueño. Cuando despierta, rememora el sueño, y en lugar de tomar por bueno lo que bien pudiera ser todo un hallazgo, (imitación de los clásicos) lo rechaza no despreciando a sus maestros, que no se atrevería, sino buscando otro tipo de excusa. Se pone frenéticamente a escribir, en esta ocasión despierto y perfectamente consciente.
En el tercer acto ya no hay excusa ni pretexto para forzar ningún destino amable para sus personajes; cuenta sus realidades respectivas condensadas en una nueva escena de teatro: la vida misma. Los personajes habían estado fingiendo o reprimiendo pasiones que ahora se precipitan en sentimientos reales, explícitos, que les llevan al abismo. La tragedia se consuma. El autor tampoco esta vez se da por satisfecho; contar la verdad al público es como desenmascarar los propios fingimientos de aquél. No le van a aceptar. Se refugia en sus sentimientos como única salida a sus frustraciones y decide morir desde un postrer lamento.
¡Ah! Se me pasaba decir que la Raquel que se nombra y nunca aparece, representa ese personaje maldito que nunca el autor hubiese querido crear; un doler la cabeza, un escalofrío que recorre el cuerpo, volverla a ver ya sería el espanto.
¿Y el autor de esta tragicomedia? ¿Tiene algo que decir, antes de que se le olvide y, luego, sólo le quede el salir gritando a las plazas públicas a reivindicar su no sé qué? Pues… el autor anda por ahí, oculto, sin atreverse a dar la cara del todo; esto sí lo tiene bien aprendido de sus maestros.
Aunque es posible que, en su soledad, también sufra y no lo quiera confesar. O lo disimule con un gesto distante. Es la displicencia de quien se sabe autor de las emociones que, a través de sus personajes, llegan al público y que no siempre éste recoge como provenientes de él, que fue a la postre quien los creo. Probablemente tiene celos de los actores que los encarnan. Quizá hubiese querido aparecer en escena como un personaje más, aunque sólo fuese moviendo los hilos, o representándose a sí mismo. El gran Pirandello, en su “Seis personajes en busca de autor”, lo ignora. Sólo le menciona como un referente necesario para que los personajes puedan existir. Sin embargo, habréis observado, los que hayáis leído su obra, que no dejó de aprovechar la ocasión de hacerse presente; ya que no podía aparecer en la obra representada y su drama personal sería ignorado, introdujo un largo panegírico de sí mismo en ese prefacio, por lo demás pedante, egotista, rayando en la descortesía al poner en tela de juicio la inteligencia del público. Todo se lo perdonamos, porque quizá tenía razón, o porque fue un genio. ¿Consiguió lo que se proponía? No lo puedo saber; él nunca, que yo sepa, dejó testimonio de que estuviera o no satisfecho de su papel de simple autor, uno más entre sus personajes en busca de un destino, pero que, al contrario que estos, no se le permite salir a escena, salvo a saludar si llega el caso. Ahora, lo que pensemos el público, ya no importa; él está muerto. Pero si podemos pensar que lo intentó y deducir que le preocupaba.
Bien, yo ya dije lo mío. Al final lo remataré con algo que se me ocurra. Os tengo por amigos, y sería mezquino contaros mis penas.