Leí el titular de un periódico (no entré en el fondo porque era de pago), que rezaba así: «No existieron los Reyes Magos, y menos que hubiese un rey negro». Recordé que ciertamente esas figuras cuasi mitológicas estaban ya devaluadas por la aparición, importada, de otra figura que, para los niños, venía a ser como un primo inter pares que les quitaba trabajo a los Reyes: Papá Noel. Este no existía cuando yo era niño, y los Reyes siempre pasaban de largo por mi casa, quizá porque no cabían por la chimenea o porque en mi casa no había chimenea, no lo recuerdo bien. El titular que menciono me devolvió el sosiego del que venía careciendo en estos días, señalados». Si por entonces no había Papá Noel y los Reyes Magos no existían, entonces yo, niño, era menos tonto que los demás niños a los que les traían regalos. Claro, como niño que era, yo no comprendía por qué a mi no me dejaban nada, no podía ser porque fuese un niño malo ni porque dejase de escribirles una carta anónima que mis padres no leían, así que, como escribí en otra ocasión, para no parecer menos que los demás, yo mismo me fabricaba algo: una pistola de madera que, con una goma, me permitía hacer ruido con los restralletes que compraba con una perra gorda (la siguiente a la perra chica en las monedas de curso legal). Entonces era impensable que un titular así apareciese en un medio público de comunicación. No había hogueras para los herejes, pero casi. Gracias a que los tiempos van dejando las cosas en su sitio real, las ilusiones perdidas son hasta reconfortantes, pues consiguen convertirse en ilusiones fatuas. Y hasta consiguen que de paria de aquel tiempo, me sienta hasta un privilegiado, pues ya mi historia no tiene pasajes en blanco y negro.