Un niño de siete años rompió la hucha de barro, recogió las pocas monedas que contenía y las metió en uno de los bolsillos del pantalón. Escondió los restos de la hucha entre unos matorrales y, muy decidido, se dirigió a una tienda. Allí vendían petardos y cohetes, aún no los habían prohibido, aunque sí los más potentes, que sólo estaban a disposición de personas adultas. Con el dinero de la hucha, aquel niño compró un cohete y regresó a casa. En la habitación donde dormía había una mesa pequeña que le servía de escritorio para estudiar. Se sentó, cogió un papel en blanco y un boli, y, sin dudarlo, se puso a escribir.
El niño enrolló el papel escrito alrededor de la cañita del cohete y salió de su casa.
Y mirando al cielo, hacia allí lo dirigió. El cohete se perdió entre las nubes. Al otro lado debía encontrarse la madre de aquel niño esperando noticias.