El calendario

En algún lugar me regalan un calendario. No es un alamanaque de 365 hojas, una por cada dia del año. Tampoco  éste tiene pasatiempos, frases célebres, ni pronósticos del tiempo. Son doce hojas de papel, cosidas por la parte superior. El presupuesto no debía dar para más y se han suprimido las bellas fotografias de paisajes, de animales y, por supuesto, de bellas señoritas que servían para dar toque machista salido a las cabinas de los camioneros. En una franja superior, por debajo del grapeado, el anuncio de la empresa o producto que lo patrocinaba. De mi niñez, recuerdo que mi madre con las primeras  confeccionaba cuadros, un cristal encima y una cinta adhesiva cantoneando los bordes a guisa de marco. El resultado no podía ser más humilde. Luego, mi madre, los colgaba de la pared y, así, la casa parecía otra cosa,  a pesar de la austeridad del mobiliario.

Este calendario sólo cumple con la función de señalar los dias del mes, el día de la semana, las fiestas de guardar, las fiestas nacionales y, si acaso, te premite adivinar los puentes para que hagas proyectos de escapada con tiempo. Ni siquiera las fases de la luna, ausencia impensable en los almanaques y otros calendarios antiguos. Lo de las fases de la luna debía ser algo importante en tiempos pasados, quizá también ahora. No se borra de un plumazo de la conciencia del hombre, ni de los animales, la influencia que se atribuye a la luna. Todas las culturas la utilizan para predecir de sus fases los más diversos acontecimientos, de las mayores venturas a las mayores desgracias. En algunos casos, la luna y sus fases sí parece que salen del ámbito esotérico y tienen una explicación científica, v.g, las mareas.

Pero no estoy en ese calendario. En el que ahora tengo, ya colgando de una pared de la cocina, es el cutre de doce hojas, una por cada mes, sin más información que los dias coloreados señalando el día de la semana, los festivos y la correspondiente leyenda:  Navidad, La Constitución, etc. Bien mirado, esos días deberían alegrar más que cualquier otro aditamiento gráfico, son días de asueto, de dormir a pierna suelta, de hacer lo que te da la gana.

Me pongo transcendente y levanto las once hojas primeras. Deseo vivamente que mi fecha de nacimiento, día 19 de diciembre, esté señalado en este calendario como día festivo. No es posible, el día más importante de mi vida es un miércoles cualquiera, no está coloreado, no tiene la leyenda que señale el acontecimiento. ¿Soy yo menos que Jesús de Nazaret? ¿No fui yo hecho también a imagen y semejanza de Díos? Esta falta de consideración está en mis manos subsanarla, hacerme justicia. Y dicho y hecho, con un bolígrafo pinto de rojo ese anodino cuadro con el número 19. No pongo leyenda, doy por sobreentendido que es mí día.

Sólo estamos en enero, cuando vayan pasando los días, las semanas y los meses, quizá, espero, deseo vehemntemente que mi fecha de nacimento luzca como merezco, la fiesta correrá de mi parte. O, quien sabe, alguien lo hará por mí.

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