miguel y el sueño inconfesable

A Miguel le gustaba pensar en futuribles. Probablemente ni él mismo los creía realizables, pero, ¿quién se priva de tener ensoñaciones que además de gratuitas pueden producirte cierto placer? Todo el mundo recurrimos a nuestra imaginación para romper las amarras que nos atan a la realidad previsible.
Miguel, por razones de su oficio y vocación, soñaba con visitar aquellas tierras ubérrimas situadas más allá del Océano. Quería comprobar por sí mismo si era verdad que allí se encontraría con plantas que sólo su imaginación había configurado.
Pero esto era un subterfugio que ocultaba un deseo inconfesable. Miguel, escaso de emociones fuertes, quería participar, realmente, en un juego erótico que él había propiciado, virtualmente, en la pantalla de su ordenador. Se trataba de hacer el amor a tres o más al mismo tiempo. Si era como lo hacía a través de Internet, él se conformaría con hacerlo de una en una y añadirle el morbo de sentirse observado por las demás, incluso, quién sabe si se le abrirían las carnes de placer imaginando que era él el que observaba cómo lo hacían entre ellas.
Si parece aconsejable no hacer juicios de intenciones, lo que era cierto es que Miguel, metido como estaba en hacer realidad lo que era probable, un día se fue allá. 
Pero su imaginación había idealizado tanto las situaciones que se encontraría, que fue todo un desencanto el que debió sufrir ante una realidad muy diferente.
Miguel volvió, y esta vez para siempre, a su realidad previsible, después de quemar las naves en las que viajan los sueños.