Zamora

Zamora, donde yo vine al mundo, donde aprendí las cuatro reglas, a leer y a escribir, donde me enamoré por ¿primera vez?, donde me casé… Te recuerdo desde el olvido, quizá porque no te supe querer. Veo este video y no puedo menos de sentir que, en muchos aspectos, pasaste para mí desapercibida. Pero lo que el video muestra, también explica por qué, a la edad temprana, tus 22 iglesias románicas, góticas, sin definición arquitectónica, todas casa de Dios, no consiguieron que en ellas albergara la fe, esa fe que entre miedos y esperanza me inculcaron los curas. A partir de mi, digamos escepticismo, todas las iglesias me parecieron monstruos de piedra. No veía en ellas esa belleza que canta el video y los palmeros del arte sacro. Reflexivo, a pesar de mi poca edad, veía en ellas el sudor y la sangre de los que las construyeron, también la burlona satisfacción de los que las mandaron construir. Zamora entonces y Zamora hoy es un cementerio de iglesias, sus mausoleos, donde Dios tiene sus moradas y su hijo, Jesus, su tumba, alguna Virgen Maria nunca alegre, siempre el desconsuelo en su rostro, muchos santos que asisten como invitados al funeral. Y algunos feligreses, que entran, toman agua bendita en sus dedos, se persignan, se arrodillan, parece que rezan, se levantan, se persignan y se van, nadie les invita a que se queden. Zamora, te recuerdo en este momento con nostalgia, es la única forma de devolverte el agradecimiento por una libertad de pensamiento, que tuvo el peligro de haber sido enterrado en piedra. ¿Presumir? Claro que presumo de mi ciudad, aunque no haya industrias, ni fábricas ni un claro porvenir. Zamora será siempre el lugar donde yo vine al mundo. Llevo 55 años sin volver por sus calles, sus plazas, los rincones donde el amor tenía su cobijo, el instituto donde estudié, el rió donde lavé todo mi cuerpo, únicamente cuando hacía buen tiempo, más y más lugares con historia, mi historia, que espero volver a ver. Pero de las iglesias, solo pasaré por sus sombras proyectadas en las calles. Espero no temer de su fantasmal apariencia.

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