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Me disponía a escribir algo que mantuviera viva mi página. Miraba la ventana abierta de WordPress y no se me ocurría lo que siempre es el comienzo de lo que, a continuación, no tengo idea de qué va a tratar. El título ya es algo que despierta mis neuronas, aunque, al principio, se manifiestan renuentes a ordenarse para decir algo conexo que empálame con el título.
Y en esas estaba, que mi gata salta al escritorio, se pasea por el teclado y la página responde escribiendo un título; el que dejo en la casilla correspondiente. Luego, como si me dijera: «continúa tú, yo ya te he dado la entrada», se acuesta a esperar. Pero ahora su lugar de descanso ocupa medio teclado, y con las letras disponibles no soy capaz de articular palabras que expresen pensamientos, así que, sintiéndolo mucho, aparto a mi gata para que pueda disponer del teclado completo.
Y miro el título que me ha dejado. Sin duda quiere decir algo en el lenguaje de los gatos. Pero Google no tiene traductor del idioma de los gatos, así que ese título sólo me puede decir una cosa: «escribe lo que sea, puedes describir este incidente que resulte ser hasta curioso para algún lector-ra de tu página. Quizá hasta haya alguien que ha aprendido el lenguaje de los gatos y te aporte su traducción. Luego podrás escribir lo que se corresponda con ese título. Lástima que mi gata no comprenderá mi lenguaje, y bien que me gustaría, en esta ocasión, escribir para ella.