La niña sin nombre

De padre borracho, de madre prostituta, el milagro de la vida hizo que naciera una niña. Los médicos del hospital materno, conociendo los antecedentes del hogar paterno, pusieron especial hincapié en ver si aquel bebé había nacido con alguna mácula heredada de sus padres. No encontraron nada, la niña estaba sana y era muy bonita. Así se lo comunicaron a los padres a la vez que les aconsejaron la dejaran en adopción; no faltarían parejas que se la llevaran y la cuidaran debidamente. Los padres entendieron las razones que les daban y aceptaron con una condición: no debían guardar en el hospital ninguna referencia relacionada con sus padre biológicos. Tampoco que tuviesen información de su destino en adopción a disposición de quien reclamara la paternidad.

Un matrimonio joven, incapaz de tener descendencia, optaron por adoptar un niño o niña. Si se daba el caso, en el hospital habían dejado la dirección para ser llamados, así como las referencias que les exigieron. Y la ocasión se presentó. Nerviosos se fueron al hospital. Alguien, un medico o enfermera les atendió. «Hay una niña disponible, está sana y pueden adoptarla. Tendrán antes de llevársela que cumplir con las formalidades de rigor». La pareja quiso ver la niña y no tuvieron inconveniente en mostrársela. Ella lloró de emoción y él abrazó a su esposa: «Es preciosa», exclamó él. «Si, mi amor, nunca vi un bebé más bonito, y va ser nuestra». «Nuestra hija», añadió él. Confirmado que la querían, en el hospital le extendieron un documento de reserva con la huella digital de la niña

La pareja cumplió con prontitud con los tramites legales, algo que les llevó tiempo y la consiguiente inquietud al no poder tener a la niña con ellos. Llamaban al hospital cada día para saber de su «niña», si se encontraba bien y sin problemas. Quedaban tranquilos, las noticias eran buenas.

Y fueron llamados para que se llevaran la niña. Previamente habían entregado en el hospital la documentación que les habían pedido.

Y durante el tiempo que tardaron, prepararon una habitación con todo aquello que se les ocurrió: una cuna, ropita para cambiarla a diario, pajaritos colgados del techo, peluches varios y todos los útiles para la limpieza y la alimentación.

Por el camino al hospital, ella le pregunta a él qué nombre le deben poner. Algo tan importante y se habían olvidado. «Desiré», dice él sin dudarlo. «No, cariño, no es un nombre español. ¿Qué te parece…? Ella no termina su propia pregunta, no encuentra un nombre que le parezca apropiado, todos les parecen copiados. «Bueno, lo dejamos para cuando estemos los tres en casa y lo pensamos, será necesario para registrarla», sale él al paso de su dubitativa esposa.

Y pasaron los días, los meses y ningun nombre parecía tener el consenso de ambos. Mientras en esas estaban, cuado querian dirigirse a ella decían simplemente “la niña” o “niña”. Pero estaban obligados a pasarse por el registro y allí le pedirían el nombre, así que empezaron a inquietarse decidiendo que tenían que tomárselo en serio. «Robustiana», dijo el padre como si hubiese descubierto un tesoro. «Sí, ese nombre es horrible, tendremos que cambiárselo cuando encontremos otro apropiado, y ha de ser antes que ella se avergüence del nombre que le hemos puesto», sentenció la madre. Y así fue como en el registro figuró inscrita: Robustiana Pérez Ferreira.

Ya con la edad de ir al colegio, primero a la guardería, los padres tímidamente y algo avergonzados no tuvieron más remedio que decir cómo se llamaba la niña. La directora los miró con una leve sonrisa: «La llamaremos Robus», dijo a los atribulados padres. A los padres les pareció una idea feliz, Robus no sonaba tan mal, y desde entonces así se dirigieron a ella a partir de entonces.

Pero en el colegio infantil ya no pudieron ocultar el verdadero y completo nombre de la niña. Aunque todos la seguían llamando Robus, sabían que su nombre era Robustiana, y algunos se mofaban. Robus no entendía por qué su nombre causaba la risa de sus compañeros, y en ocasiones se enfadaba.

A sus padres les preguntó por qué los niños se reían de su nombre. Los padres no tenían una explicación fácil para una niña de cuatro años- «Son niños malos, cariño», le decía la madre abrazándola. Cuatro años y aún no habían encontrado el nombre que satisficiera a ambos. Cinco, seis, siete y la niña no se llamaba Teresa, María, Isabel, nombres habituales de sus compañeras. Tampoco ningún niño se llamaba Robustiano, y Robus comenzaba a preguntarse por qué sus padres le habían puesto ese nombre que hacía reír a la gente. A los padres les resultaba más y más difícil explicar a su hija por qué le habían puesto Robustiana. «Porque nos pareció que así no te confundirían con nadie», le dijo el padre, no muy seguro de que la niña lo entendiera y lo aceptara como explicación

Y sufriendo de llamarse Robustiana, cumplió la mayoría de edad. Los padres no encontraron un nombre que lo sustituyera. Robus ya se había acostumbrado y ya no eran tantas las chanzas a costa de su nombre. Sus padres, incapaces de darle solución, le ofrecieron que como era mayor de edad, podía solicitar el cambio de nombre y ponerse el que más le gustase, que ellos lo aceptarían.

Robustiana no se cambió el nombre, consideró que era como renunciar a sus señas de identidad, y para siempre formó parte del exiguo número de mujeres que se llamaban como ella: Según el Instituto Nacional de Estadística, 116 mujeres se llamaban Robustiana del total de la población, un o,oo5 de toda la población comprendida ente un día y 74 años. Y hasta se sintió orgullosa de pertenecer a tan exigua singularidad, luego que se enteró del origen de tan extraño nombre. Al parecer » Robustiana es un nombre de origen latín que deriva de la raíz latina «robustus», que significa vinculado a los árboles de roble, por lo que significa «de madera fuerte como el roble» o «de buena madera».

Seguro que Robustiana hizo honor a su nombre.

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