Y el virus habitó entre nosotros

¿Miras la televisión o lees los periódicos? Hace meses que yo ni lo uno ni lo otro. Montema: el covid-19. Cuando apareció la llamada pandemia, todos los medios se volcaron en hablar de ella. Viendo que siempre se trataba sin cambios sustanciales, decidí no escuchar ni leer lo que machaconamente se me ofrecía. Pocos motivos para la esperanza, poca información fiable y contrastada. Ola tras ola, vacunas y más vacunas, contagiados y fallecidos. Pronósticos inciertos.

El mundo a la vista presenta una aspecto distópico; todos con mascarilla, como si de una zona pudenda se tratase; esas partes que, por pudor, se llevan cubiertas., como son los genitales externos: pene y bolsa escrotal en el hombre; labios mayores y menores de la vulva y clítoris, en la mujer. El ano. Los pintores de este siglo deberán pintar al ser humano con esa prenda, si en el futuro no quieren ser tratados de indecentes. Ahora todos somos parecidos, ocultas las facciones. Si esto acaba algún día, a muchos les costará salir a la calle a cara descubierta. Muchas mentiras quedarían a la vista y ser juzgadas de forma inmisericorde: «¡Hostia, qué careto más horrible tiene ese o esa». Motivo suficiente para un rechazo que implique cercanía, llamase amor o sexo casual. Sólo la convivencia sincera se dará en la familia, cerradas las puertas a la curiosidad crítica de los de fuera.

«Tápese la nariz, use guantes, desinfecte las manos, mantenga la distancia», son órdenes habituales cuando vas a un supermercado o un lugar público. Se cierran fronteras, no las de las naciones, que también, sino las de tu propio pueblo o, incluso, las de tu propia casa. Bares, restaurantes, hoteles, lugares de ocio se cierran o se limita el horario y se imponen otras restricciones. Y este panorama, que pareciera de ciencia ficción, es la realidad del momento, no en un lugar concreto, en el mundo entero. Amen de lo que esto supone y supondrá para la economía individual o de los colectivos.

Y aún no he visto a nadie llorar o suicidarse, pero llegará ese momento. Ante un suceso de tal magnitud, la ciencia debería tener una respuesta inmediata, pero me temo que se están dando por vencidos; es el efecto naturaleza descontrolada. Quizá sea la solución para la supervivencia de la humanidad. Volverá a ser válido el axioma: «Solo sobrevivirán los más fuertes». Darwin quiso humanizar esa expresión añadiendo: «“Las especies que sobreviven no son las más fuertes ni las más inteligentes, sino aquellas que se adaptan mejor al cambio”. Pero para el caso es lo mismo, porque para adaptaras mejor al cambio es condición indispensable ser fuerte.

No es mal ejercicio que cada uno de nosotros valore su fortaleza ante los acontecimientos adversos, y si concluye que no está preparado, un consejo sería que no hace falta que concluya tal cosa, porque si llega el momento, el momento decidirá qué hacer con él.

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