Vida nueva. Eso se decía cuando yo, aún niño, no entendía bien qué se quería decir. Era un saludo para transmitir esperanza entre personas afines. Si en el año que dejaban atrás las has habían pasado putas (frase popular habitual), pareciera que en la voluntad de todos se daba por terminada la resignación y se las prometían diferentes, llenas de cambios a mejor. Empezaba el año, se hacían esfuerzos para celebrarlo con copiosas comidas, alegría fingida, regalos, arbolitos con lucecitas y zambombas. Un mundo nuevo que empezaba así no tenía por qué fallar. Pero fallaba, todo después de Reyes, iba de mal en peor. Se añadía el mal tiempo, con frío, nieve y escasez de medios para calentar las casas. Un brasero o una chimenea, y a crear cabras en las piernas (rojeces que se extendían por las pierna). Las manos frías se metían debajo de las faldas de la camilla o se extendían en busca de la lumbre de la chimenea. Se comía caliente y se reconfortaba todo el cuerpo que la mayor parte permanecía tiritando, Al llegar la noche, el brasero o la chimenea daban sus últimos calores y se iba a la cama. Mi madre me calentaba previamente el lecho con el rescoldo del brasero que introducía en un artilugio, el calentador de cama, consistía en un recipiente con una tapa y un mango largo que se deslizaba entre las sábanas de las camas. Me cubría con tres mantas, la sábana y el cubre camas, y dormía de un tirón hasta el día siguiente, ya muy tarde. Empezaba un muevo día, sin juguetes en mis zapatos. Cuando nevaba, se solía salir a la calle a jugar con la nieve. Mis padres a buscar leña o algo que se pudiese quemar para preparar el «confort» de la casa. Cuando comenzaba de nuevo la escuela, cada niño o niña, llevaba una lata en forma de incensario, que se llenaba de brasas, La escuela, así, permitía estar calentitos, aunque la concentración de CO2 podía ser peligrosa. El maestro o maestra, que lo sabía, abría de vez en cuando una ventana para renovar el aire.
Pero no se me olvida, como una estampa indeleble, que , en ocasiones, los niños y menos niños, nos solíamos juntar en alguna casa y en torno a una camilla jugábamos algún juego de mesa. Si sentíamos ateridas las manos de frío, las metíamos bajo las faldas de la camilla para acercarlas al brasero. La ocasión la pintaban calva, porque las manos se deslizaban furtivas a las piernas de las niñas y menos niñas. Ellas consentían, así que las manos trabajan debajo de sus vestidos buscando otros focos de calor. Algunas sólo te dejaban acercarte, otras, en cambio, te dejaban meter la mano en el fuego. Ahí se quedaba la cosa, el sexo completo todavía estaba por inventar para esas edades.
Todo lo demás era parecido a lo ya pasado y conocido. Se sobrevivía a duras penas, nada nuevo se vislumbraba, la costumbre era ya una obligación más que un destino. Y esto sucedía en la ciudad o pueblo donde crecí, Zamora o alguno de los pueblos donde mi padre estaba destinado como guardia civil. Son recuerdos con mezcla de añoranza: ahora ni lo necesito ni tengo donde meter las manos. Han pasado muchos años desde entonces, pero algunas cosas siguen sin cambiar.
Me ha parecido ver un poquito de añoranza de aquella epoca y de Zamora.
Normalmente me parecia que no querias recordarla .
Si lo que me parece es real , me alegra mucho.
Yo añoro aquellos tiempos y aquella ciudad todos los dias . Fui muy feliz alli.
No quiero decir que mi vida no haya sido buena o infeliz, en absoluto, pero aquellos tiempos son inolvidables para mi y mi entorno.
Me gustaria y llenaria de alegria que cuando pasara la pandemia , pudieramos dar juntos un paseo por Zamora.