¡LLueve!

Meses sin llover. Las plantas debían pensar que era el fin del mundo; unas secas, otras lánguidas. Ya no miraban al cielo, o las inexistentes nubes que les prometieran saciar su sed. Sólo los privilegiados huertos, regados con agua corriente o pozos, deban un aspecto verde esperanza. Pero ayer comenzó a llover, Dios sea alabado, y no una lluvia cualquiera, sino una lluvia como no recordaba. Y sin parar toda la noche. Entre sueños la oía caer al golpear cualquier cosa que se encontrara en su camino. Las plantas que aún mantenían un hálito de vida se enderezaban, las ya secas permanecían muertas, ya no había esperanza para ellas, salvo que de sus raíces volvieran a renacer los tímidos brotes para cantar de nuevo a la vida. Y aquellas que tuvieron la ocasión de esparcir sus semillas, ahora germinarían vigorosas y el campo abandonaba su destino de convertirse en desierto.

A todo esto, que puede parecer un intento de ser transcendente, yo lo interpreto como si con esta lluvia todo siguiera igual; es el nacer, renacer y morir aplicado a la incertidumbre que nos ahoga. Por un tiempo, volveremos a creer en el dios que nos protege, pasado ese tiempo, volveremos a ser las mismas criaturas que soñaron, sueñan y seguirán soñando. Porque si sigue lloviendo como lo hace ahora, también, puede ahogarnos, y ya nada nos importe.

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