Así fue

Eras muy joven. Acababas de asistir a unos ejercicios espirituales, no por tu voluntad, porque por entonces ya eras algo escéptico. Debió ser por la verborrea de aquel cura que hablaba transpuesto del pecado y de su castigo, del infierno, que te sentiste sobrecogido y culpable. El caso es que hasta te vi arrodillado con los brazo en cruz en señal de penitencia.

Confesaste, comulgaste y rezaste no sé cuántos padrenuestros y avemarías que el confesor te impuso como penitencia para redimirte. Pero el cura, mientras te escuchaba, restregaba su cara con la tuya, sudorosa de misticismo, y aquello empezó a germinar como una flor maloliente. Con tus pocos años empezaste a desojar aquella flor, y al sí, no, sí, no es cosa de Dios cada vez que arrancabas un pétalo, la flor te dijo al final que sí era cosa de Dios. Pero un Dios pederasta no te encajaba en tu clara definición heterosexual, y decidiste apartarte de él y volver a pecar contigo mismo. Poco a poco, como sucede con todo lo que uno aparta de su vida, lo fuiste olvidando. Ya sin el temor de Dios, te creaste tú propio sentido de la existencia y, con mi ayuda, fuiste creando el templo del escepticismo radical. Ahora, ya viejo, constatas que llevas mucho tiempo sin emocionarte por nada que no seas tú y, si acaso, por lo que tú consideras es tu proyección en esa opaca pantalla donde se refleja la eternidad,  y que son tus descendientes. Morirás y yo contigo y, cuando eso suceda, ya no podré sacarte de tu escepticismo y devolverte la fe, porque ya todo habrá terminado.

¿El personaje? En el siguiente mensaje, si el autor lo estima justo y necesario.

JDD /1.999

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.