Asi lo pense

Escuchaba esta mañana a un científico contestar a las preguntas que la periodista le hacía en torno a la vida y, aún, su misterio. Un chip extraño en mi cabeza se desentendió de procesar los datos que ese científico proporcionaba. Sus explicaciones eran, sin embargo, bastante didácticas y al alcance de las amas de casa, que suelen ser las que ven la tele por la mañana (yo soy un amo de casa). Y digo didácticas, porque las definiciones se prestaban a embrollarse. Decía que me desentendía, porque, de una u otra forma, lo que se decía me era conocido. Mi chip extraño, quizá activado por el tema que se exponía, le dio por elucubrar lo siguiente: Si el Hombre es el resultado de la evolución del Universo; si la evolución del universo es materia que interactúa; si la materia interactúa en base a reacciones químicas; si esas reacciones químicas en la vida que conocemos son, básicamente, las de la química del carbono; si  en la muerte se destruye esa cadena de reacciones y se libera el carbono, que vuelve a la atmósfera… Entonces, «¡Vaya por dios!», exclamé y continué: «Los poetas no deben saber esto»
(JDD 2003)

A veces pienso que nunca he existido. Desde los albores de la humanidad hasta mi gestación, y corrieron millones de años, de mi existencia sólo había bocetos que habrían de contar con el azar para concretarse en un proyecto. Ese azar quiso que dos gametos se encontraran y procedieran a crear un cuerpo humano. Durante nueve meses, ese cuerpo se fue perfilando, con arreglo a códigos aún desconocidos, sin conciencia de existir. Luego nació lo que todos llaman un niño. Durante algunos años de la vida de ese niño, ese ser no tuvo conciencia de existir que almacenara en su memoria, ya que se limitó a seguir el proyecto marcado siguiendo, una vez más, códigos desconocidos, tan desconocidos, que nadie podía visualizar de antemano el resultado final de ese proyecto. Los siguientes años, aunque en otros aspectos, ese cuerpo siguió acentuando sus perfiles. Pero, aunque mi memoria me sitúa en un espacio concreto, con unas vivencias concretas, mi conciencia de existir se limita a lo que mi memoria suministra a mi pensamiento. La memoria no es fiable, por cuanto no es exhaustiva; aparentemente sólo me presenta limitados hechos difusos, que nada me asegura correspondieran a una realidad de mí como ser vivo. A esa memoria difusa, le sigue otra mas concreta que, cuando la utilizo, parece darme información de un ser en plenitud de existencia. Pero si en este instante dudo de mi existir, razón de más para dudar de esa existencia a la que me retrotrae mi pensamiento con ayuda de la memoria. Ya, en este presente, la situación en relación con la conciencia de existir, no me permite estar seguro de que existo. Para que eso fuese posible, mi pensamiento, en relación con mi pasado, debería no ser dubitativo, con intermitencias,  y sí exhaustivo en la de suministrarme información total de mi pasado. ¿Cómo puedo tener conciencia de que existo si mi memoria está plagada de lagunas parecidas al vacío más absoluto? Pongo como ejemplo unos trazos como estos: – – – – – –  – – -. Alguien, con limitada imaginación, dirá que son guiones en secuencia intermitente; otros verán que esa secuencia intermitente señala un trayecto rectilíneo; otros irán más allá y dirán que les sugiere  un trayecto concreto con comienzo y final. En definitiva, nuestro pensamiento se elabora no de forma universal, y quizá por eso lo de que el pensamiento no es verdad ni mentira. Pongamos, ahora, que mi memoria es eso: unos flashes intermitentes, como esos guiones. Con ellos yo podría, igualmente, razonar que definen una existencia concreta, como una visión imaginaria. Pero cuando ambas cosas son posibles, tener que mi existencia depende de una  de esas posibilidades, me lleva inexorablemente a dudar.
Escribo esto cuando no se me ocurre otra cosa alternativa, otra prueba de que puedo no estar en este mundo.
(JDD 2003)

El escritor y el que escribe.

Lejos de mi intención y de mis posibilidades adentrarme en disquisiciones académicas sobre tan ambivalente cuestión. Pero sí puedo tener la percepción de que ambas cosas son distintas, sobre todo cuando leo escritos de otros que, probablemente, deben pensar que sus trabajos responden al oficio de escritor, cuando a poco que se fije uno se ve claramente que son únicamente redactores, buenos o malos redactores en función de la práctica o formación recibida, pero que no me proyectan ese espíritu inconfundible del escritor. Es como el pintor y el copista de cuadros, el músico y el intérprete. Un escritor, al igual que un pintor o un músico, crea su obra desde la intuición, la nada la convierte en forma, entendiendo aquí forma como cuerpo con atributos; vida en suma. El redactor se limita a buscar deducciones, como el copista de cuadros o el intérprete cuando reflejan preexistentes formas deduciendo atributos. En definitiva, estos últimos, redactores, copistas e intérpretes, no crean nada ex novo, siendo fotógrafos de otras realidades que emanaron de otra fuente.
Y esto lo tengo aún más claro después de mi última experiencia en un foro donde pululan excelentes exégetas de los escritores grandes y pequeños pero consagrados, a los que continuamente invocan para fijar las fuentes de sus propias proyecciones. Son  académicos de alta o pequeña escuela, capaces verificar las más inaccesibles discordancias de una frase. Se diría que son capaces de escribir la más perfecta obra, la más ajustada a las reglas del lenguaje y del estilo escritos. Por eso, estos mismos, cuando investidos de heroísmo o de la necesidad de convertirse en fabuladores, si quieren figurar como personajes de la farsa que, en definitiva, es el mundo del escritor auténtico, plasman en sus escritos la  recurrencia a los lugares comunes, a las contradicciones que pretenden ser ideas felices con gran contenido figurativo, y todo esto de forma  tan evidente, producen ternura en el escritor auténtico cuando se convierte en lector, y se apiada de su frustración por considerarlo, en cualquier caso, un noble empeño. Y no le dirán, señalándolos con el dedo, porque dejarían parte de su aura en la sentencia: «Tú eres un buen redactor, pero nada tienes de escritor». No necesitan decírselo ni siquiera para que lo tengan en cuenta cuando estén tentados a presumir, porque ellos lo saben, aunque no lo quieren reconocer.
(JDD 2003)

Cualquier hombre puedo sentir dos llamados de la mujer (y la mujer del hombre); uno sería que despertara sus instintos de posesión y otro como una interlocutora válida. En el primer caso, es el cuerpo el que interactúa con el otro cuerpo en su presencia física; en el segundo, sería el llamado espíritu el que se siente a gusto con el otro espíritu. Es obvio que Internet sólo facilita el segundo, y todo lo que sea pasión física, sólo puede ser un juego sin ningún tipo de satisfacción individual o recíproca. Pero el primer caso puede ser inmensamente placentero. La soledad no es la abstinencia sexual forzada. La soledad es cosa del espíritu, más que del cuerpo, y no cabe duda que la distancia, la no presencia de los cuerpos, no es obstáculo para que se sientan no sólo a gusto sino felices. Los «amores» que se declaran en Internet no pueden ser más que eso, ni siquiera en el supuesto de intercambio de fotos que permitieran visualizar el sujeto y, partir de él, recrear una ensoñación que terminara en deseo de posesión, llevarían a los «amantes» así declarados a otra cosa que a la frustración. Lo más probable es que uno de ellos, o los dos, estuviese dispuestos a acortar distancias físicas, a presenciarse, pero no sería la atracción física la que impulsara ese encuentro; sería la conjunción favorable de muchas circunstancias, lo que sería tanto como empezar de nuevo a conocerse. En su defecto, gracias a Internet, las soledades de dos individuos que se encuentran en espíritu,  son menos lacerantes, y digo menos lacerantes, porque nunca llegarían a ser plenamente eliminadas.

No puede ser. Estoy en una encrucijada con malas salidas hacia lo que pudiera ser un destino feliz. Tampoco tengo claro en qué podría consistir un destino feliz. Supongo, sólo supongo, los destinos felices son aquellos que se alcanzan porque se anhelan. Yo no anhelo nada concreto, así que, ¿qué destino feliz puedo alcanzar? ¿Podría ser un destino feliz aquel que una vez alcanzado yo ya no anhelara nada más? Pues en esas estamos. Si en estos instantes no anhelo nada, yo debería ser feliz. Y siento que no lo soy. ¿Qué me falta? No lo sé. ¿Será que ser feliz es tan sólo un anhelo, que nunca se alcanza? Si fuese así, yo, que no anhelo nada concreto, como digo, tampoco anhelo ser feliz. ¿Será, entonces, que no soy feliz porque no anhelo ser feliz? ¿Y por qué no anhelo ser feliz, si éste es un deseo común en todas las personas? ¿Y qué hacen las demás personas para procurarse ser felices? No sé si sólo lo desean o hacen algo. La gente suele decir: soy feliz  o quisiera ser feliz, nunca les he oído decir: estoy haciendo esto o lo otro para llegar a ser feliz. Los que se consideran ya felices, es obvio que han alcanzado ese estado en el que ya no desean nada más. ¿Cómo lo alcanzaron? ¿Qué hicieron? ¿Le sobrevino sin buscarlo? Esta puede ser la explicación. No hicieron nada y les llegó la felicidad. Si es así, yo, que no hago nada, podré ser feliz algún día. Mientras tanto, lo que sí puedo hacer es tomar cualquier camino que me presenta esa encrucijada y caminar; no puedo hacer otra cosa.
(JDD 2003)

MUJER BUSCA HOMBRE

¿Qué busca la mujer en el hombre antes que el sexo, la posición social o el amor romántico? Observando a las mujeres, y me refiero a las mujeres con su propia y definida personalidad, no las relaciono seducidas por ninguno de esos atractivos que el hombre le puede ofrecer ( en otro momento escribiré del hombre y lo que busca en la mujer). Una mujer que no está en la disyuntiva de sobrevivir dignamente o malvivir en la indigencia; o que tenga anhelos de figurona en el relumbrón de la sociedad de elite; o que se consuma en su ansiedad sexual insatisfecha, anhela, principalmente, una sombra. Consciente de su insustancial vida, a pesar de tener criterio propio, supone que el hombre en el que ha puesto sus ojos, una vez hecho suyo, le va a proporcionar esa sombra con perfiles bien definidos. Señora de tal o mujer de cual suenan peyorativos pero son una realidad. Si ese tal o cual se proyecta como un hombre que tiene una expectativa, por pequeña que ésta sea, en el universo de su actuación, la mujer que se adueñe de él, de algún modo reflejará la luz que recibe estando a su lado. A partir de ahí, no se limitará a ser el espejo, sino que modulará esa luz a través de unos prismas propios imperceptibles. Llegará a considerarse cohacedora de todos los méritos de su hombre y disfrutará de pertenecer al grupo de mujeres autorrealizadas. No quiero decir que vivirá a la sombra de su hombre, sino que formará parte del objeto que proyecta una sola sombra, esta vez bien definida. Creo, por tanto, que la mujer de las características apuntadas no es ese ser que busca y se queda con lo que encuentra, y que más bien busca una luz ya preexistente, y esto con el ánimo de proyectar su propia sombra, superpuesta a la del hombre que elige y obtiene. Pero mujeres con propia y definida personalidad hay pocas, al igual que hombres.
(JDD 2003)

HOMBRE BUSCA MUJER
Me quiero referir ahora a ese hombre que no puede ser otro, dado el amplio espectro de estereotipos, que aquel que la mujer busca y hasta reclama para sí por sus características peculiares, ya que no singulares, al menos singulares objetivas. Ese hombre que se ve seducido por la mujer, no por ser hermosa, de buena posición social o porque sea un romántico empedernido capaz de enamorarse de una escoba con faldas; ese hombre que convierte a su pensamiento en una especie de droga y su constante manipulación el vicio principal, de tal modo, que no vive sino para pensar y bastante menos para actuar consecuentemente  impulsado por ese pensamiento. Podría decir que estoy hablando de mí, y de este modo tener legitimidad para definir sin teorizar. No lo sé con absoluta certeza. Si ese hombre tiene por costumbre, que podría ser necesidad vital, el expresar ese pensamiento mediante la escritura  o la palabra y consigue un cierto predicamento entre mujeres ávidas de escuchar pensamientos que rompen con esquemas de conformismo y de incuria trascendente, ese hombre, digo, que tiene que encontrar un alter ego para canalizar sus pensamientos y se encuentra, sin buscarlo, con mujeres prestas a impregnarse de su personalidad para definir su propia sombra, tendrá que escoger entre el abanico que se le presenta, salvo que tenga otro vicio, cual sería dar rienda suelta a una vanidad que sólo se alimenta viéndose rodeado de admiradoras que pelean por abrirse un hueco en sus preferencias. Como no es este el caso y la persona que presento, pues de serlo su pensamiento se sobrepondría a una realidad que frena ese mismo pensamiento, la mujer que cumpliría con los requisitos únicos de ser el remanso donde descansaran las inquietudes de un hombre así, debería ser una mujer con una gran capacidad de escuchar, analizar sin ofrecer alternativas de superior entidad que conviertan en ridículas las ofrecidas por el mismo hombre, con criterio propio, no para ofrecer alternativas indiscutibles, sino discutibles y, sobre todo, que no haga de él una imperiosa necesidad de proclamar su posesión exclusiva. Si esas condiciones se cumplen en una mujer que se autoproclama admiradora de un hombre de esas características, necesariamente ese hombre ha de sentirse a gusto con la mujer y la convertirá en su confidente, hasta el punto de no necesitar a nadie más, con lo que cualquier debilidad vanidosa quedaría descartada. Si se analiza bien lo antedicho, supuesto que yo me haya sabido expresar, se verá que no se trata de encontrar una mujer que supedite su propia personalidad a la personalidad del hombre al que se une en espíritu, y más bien es el encuentro y comunión  del alfa y omega que todo hombre y mujer buscan encontrar más allá de la pura contingencia de los sexos y de otras avideces. ¿Hay mujeres así? Mi pensamiento no me permite deducir otra cosa que si hay hombres así, necesariamente debe haber mujeres que los buscan. Suerte para ambos, que la necesitan más que en ningún otro caso donde el hombre y la mujer desean compartir espacios comunes.
(JDD 2003)

Decía Thomas Carlyle que la convivencia entre hombre y mujer puede ser insoportable cuando no existe ningún vínculo de amor entre ellos. Sin duda, alguien que haya leído mis diálogos titulados genéricamente «La comunicación», albergará la sospecha de que mis personajes son estereotipos forzados por mi particular visión de las relaciones de pareja. Y yo digo que podría ser, pero lo que nadie podrá negar es que estereotipos o no, mis personajes responden al título dado para estos diálogos y que figura en mi página: DIÁLOGOS ENTRE ESPOSOS TÍPICOS. Otra cosa es que nos cueste aceptarlo, ya que el que más o el que menos, y en circunstancias de pareja, siempre encontrará acomodo a sus situaciones particulares, no haciendo de ellas sino un armisticio permanente, movidos por consideraciones extraconvivenciales en el sentido estricto, como el equilibrio familiar o el qué me espera al otro lado de la valla que quiero saltar. Dicho lo que antecede, alguien se preguntará, también, qué salida propugna el autor en un caso, típico, así. Si mi profesión fuese la de consultor matrimonial o de parejas de hecho, probablemente les diría: «Aceptad los convencionalismos, si no os une sinceridad, transparencia, criterios comunes y, sobre todo, si no os une el amor». Porque la situación dejará de ser insoportable, como dice Carlyle, por lo mismo que , gracias a las convenciones y convencionalismos, la humanidad funciona, si no de maravilla, sí aceptablemente, salvo en casos excepcionales, como lo son cuando el último precio no es el penúltimo, sino la guerra.
(JDD 2003)

EL ESCÉPTICO Y LA LEALTAD

Un escéptico, aquel que, filosóficamente considerado, niega la capacidad del entendimiento para percibir la realidad de las cosas, es, o sería, una persona tarada. Como escéptico, no filósofo, me permito dudar de esa aseveración. Porque esa cualidad de escéptico, sólo parece responder a una doctrina inducida. Ya sabemos que la filosofía odia los métodos empíricos y prefiere las grandes definiciones, después de pasarlas por las circunvoluciones más inutilizadas del cerebro. El «ergo, esto se puede concluir como…»  de los filósofos, es siempre una bengala.
Sin embargo, existe, y por llamarlo así, otro tipo de escepticismo: sería el de aquel que duda, especialmente, de las afirmaciones que escucha relacionadas con su sentir, incluso de las propias que sólo se escucha él. Este escéptico no afirma categóricamente no estar en condiciones de percibir la verdad en ningún caso; este escéptico no ha nacido como tal, no es genético; este escéptico llega a la duda casi sistemática después de haber sufrido en su vida múltiples desengaños, el haber sido crédulo sobre tal cosa y resultó que era cual otra, casi siempre la contraria. Este tipo de escéptico nunca se equivoca para sí, pues que , tanto si se confirma lo que percibe como si la realidad lo niega, nunca se considerará engañado. Lo que sucede es que este escéptico, a veces es injusto. Es injusto cuando, ante la duda,  niega estar frente a la verdad que le transmiten. Negar es ya una aseveración que entra en el primer supuesto de la doctrina filosófica, y si niega todo, está de lleno en ella.
El escéptico que duda y que no niega, es un escéptico tan sólo incómodo para los demás; el que niega es una especie de monstruo. ¿De qué les vale a estos confesar esto o aquello al escéptico, si dudará que sea verdad? Peor aún si lo niega. Las personas que conviven con un escéptico no filosófico, deben suprimir tanto cuanto les sea posible las manifestaciones que se refieren a sus sentimientos, porque ante ellas, el escéptico siempre manifestará su duda.
Pero el escéptico tiene una capacidad positiva frente al crédulo: el escéptico percibe la verdad, una verdad que nunca le llevará al desengaño. El escéptico no es un mentiroso cuando no dice la verdad; lo hace para desenmascarar la mentira de los demás, y no tiene inconveniente en aceptar la verdad cuando ha pasado todas las pruebas a las que la somete.
Una verdad que estima el escéptico es la lealtad, porque la lealtad no precisa de manifestaciones, se percibe constantemente y no permite la duda. Como consecuencia de esa percepción constante de la lealtad en los demás, el escéptico es una de las personas más leales que pueden darse con esas mismas personas, porque la lealtad es una proyección real del ser y su reflejo,  y no una postura, ni siquiera un sentimiento.
(JDD 2003)

ABURRIMIENTO

La vida, con guerras o sin guerras, es básicamente aburrida. Las personas, individualmente, sufren el síndrome del perro abandonado. Unos más, otros menos,  cuando no están inmersos en el ambiente de las movidas grupales y se encuentran a solas, se sienten como el perro abandonado por su dueño, sin puntos cardinales que les ubiquen en el espacio que ocupan, se dirijan adonde se dirijan. Una persona que no tiene claro el camino que transita en solitario, tiene una característica que es común para todas las personas, significando aquí por todas las personas, todas las personas: las personas, fuera de los movimientos de grupo, se aburren. Y como las euforias de la masa vociferante o festiva son ocasiones escasas,  la tónica general que domina en el ambiente humano es el aburrimiento, como inferencia de ser aburrida la vida. El género humano no es que sea culpable de su aburrimiento; la vida se desarrolla siguiendo pautas monótonas, y los individuos no tiene capacidad individual para alterarlas, salvo cuando se unen en grupos. Tengo por seguro que una persona haciendo la guerra o clamando contra la guerra, por tomar una situación actual en la que todos de algún modo participan, sólo deja de aburrirse cuando está acompañada por otros que hacen lo mismo; pero esa misma persona, cuando se encuentra sola, debe sentirse tremendamente aburrida, porque el aburrimiento es uno de los estados que más representación tiene en nuestras vidas; hablo de tedio, ostracismo, bostezo, hastío, empalago, cansancio… ¿Quién no padece de algo de esto hoy día cuando se encuentra solo?
(JDD 2003)

LA HUELLA

Hoy es último día de marzo de 2003, y repasando todo lo que he escrito, tengo la certidumbre de no haber dicho nada que me sirva a mí y que pueda servir a aquellos que lo hayan leído. A mi no me sirve de nada, porque, aunque se diga que algunos hombres dejan huella a su paso por la vida, no será por estas huellas que yo deshaga mi camino. Y no ha de servir a los demás, porque esa huella, supuesta por algún lector en la dirección buena, sólo le va a suponer un motivo de perplejidad, superado el cual, el lector se dirá: Sí, pero esa dirección no conduce a ninguna parte. Las buenas direcciones en cualquier empeño de la voluntad o en la proyección de los sentimientos, sólo representan pequeños espejismos, que se evaporan cuando el hombre se da de bruces con la realidad que le acompaña como una sombra. Jesús, se podría decir que dejó huellas marcando la buena dirección, al menos para los comportamientos humanos. Jesús, por todo lo que hizo y dijo, debe, de poder hacerlo, sentir una inmensa desolación; no podría deshacer el camino que trazó a fin de mejorarlo. Y aquellos que siguieron sus huellas, seguros de que transitaban el buen camino, habrán comprobado que ese camino no tenía la meta en la que creyeron, todo lo más, habrán concluido que alcanzaron, al final de su vida, al menos el espejismo, con lo que habrán muerto en paz. Así que, amigos que me habéis leído, lamento que vuestra realidad se imponga a los espejismos que os haya podido poner delante. Yo, no obstante, seguiré dejando huellas que conducen a ninguna parte.
(JDD 2000)

Cambiar de actitud

Para mañana tengo proyectado cambiar de actitud. Sólo tengo una vaga idea de cómo hacerlo. Pienso, ahora, en media docena de modos que debo cambiar. Un de ellos es este forzado aislamiento; pero tengo una duda: si debo, para ello, estar en alguien o con alguien. Otro sería dejar de escribir; pero tengo una duda: si dejo de escribir para mí mismo o para los demás. Otro sería no flagelarme con el pesimismo; la duda es si el optimismo no resultará a la postre frustración. Otro consistiría en cuidar mi cuerpo; pero sospecho que con ello no cuido mi espíritu. Otro debería consistir en procurarme lo que quiero; pero aquí la duda es si debo robarlo o pedir que se me entregue. Por último, pero no el último, si debo cambiar de actitud; mi duda es si vale la pena.
(JDD 2003)

Si miras para un lado, verás lo que te sobrepasa; si miras para el otro, verás lo que te sobreviene; si miras hacia adelante, verás lo que te sobrecoge; si miras para atrás, verás lo que te sobrecarga; si miras para arriba, verás lo que te sobrexcede; si miras para abajo, verás lo que te sobrevive. Pero si miras hacía ti mismo, sólo verás lo que puedes hacer entre tanta circunstancia adversa. Puede que tengas que cerrar los ojos y caminar a ciegas, pero cada paso que des, lo habrás dado tú mismo.
(JDD 2003)

La lógica, lo  lógico  (nada que ver con la lógica en la filosofía) es antes que algo normal, natural, aquello que es conforme a la razón. Para no meternos en filosofías, se podría decir que la lógica, lo lógico de las cosas, es aquello que produce bienestar, compensación. Hacer las cosas con lógica es básicamente eso; cuando se hacen las cosas de forma ilógica, se obtienen los efectos contrarios: malestar y pérdida. Pero esto no siempre es así, diría más, casi nunca. Muchas personas son ilógicas para los que las contemplamos y, sin embargo, esas personas obtienen unos buenos resultados personales. Pongo algunos ejemplos. Una persona ilógica por excelencia es aquella que escribe poesías. Nada más ilógico que un poema, incluso cuando se entiende, que pocas veces. Si el ilógico poeta consigue sintonizar con la sensibilidad del lector, inmediatamente será para éste su poeta de cabecera, el refugio de sus anhelos, el desagüe de sus frustraciones. Y si esto le sucede a muchos, será un poeta premiado, ensalzado, inmortalizado. Otro ilógico comportamiento es el de la persona enamorada. Un enamorado-a es una persona que ha perdido del todo la razón y, como consecuencia, todos sus actos carecen de lógica. ¿Y quién discute que una persona en tal trance es una persona feliz (se entiende cuando es correspondido) y las muchas satisfacciones que recibe? Otro caso de falta de lógica es aquel en el que la persona dice amar la vida. Si fuera por lógica, esa persona no debería necesitar nada más, ya que todo lo bueno se le daría por añadidura. Sabemos que no, pero también se es feliz pensando que se es feliz.
Como decía al principio, si lo lógico es fundamentalmente aquello que es razonable, y antes que normal o natural, resulta que yo sería lógico con cualquiera de mis actitudes si estas me reportan algo positivo, lo cual se ve que no siempre es así, y que más bien es al contrario: cuanto más ilógicos somos, más posibilidades tenemos de acertar.
Esto que he escrito arriba es un paradigma de lo absurdo, lo ilógico, ¿verdad? Pues miren ustedes por donde, a mí me acaba de dar una satisfacción: no sabía de qué escribir, y ya ven. Y si a alguien más le complace o simplemente le ha entretenido, entonces la proposición es cierta. (NOTA: Se recomienda no leerlo una segunda vez, pues el efecto puede ser el contrario)
(JDD 2003)

«Voy a decidir un cambio de vida drástico, total, sin paliativos. Mi vida hasta aquí ha sido un nadar contracorriente. No puedo seguir así, teniendo en cuenta que sólo tengo una vida, que tengo ya poco tiempo para rectificar, pero, sobre todo, porque nada me lo impide, porque soy una persona libre, porque soy una persona con dignidad a toda prueba, porque, ¡ya está bien el haberme dejado manipular por tanto tiempo!»
(JDD 2003)

«Voy a dedicarme a escribir. Tengo infinidad de cosas que decir que sólo se han quedado en pensamientos. Creo que ha llegado el momento de poner ante los demás el hombre interior que soy y juzguen que es más  valioso que el hombre exterior que conocen. Ellos creen que soy vacuo, malintencionado, servil, rencoroso, envidioso, una mala persona en suma. Verán que están equivocados».
(JDD 2003)

TU AMIGO, EL SILENCIO

No rompas el silencio con un grito de angustia. No hay nadie que te lo disculpe. Tampoco vendrían en tu auxilio. Se volverían hacia ti para observarte y adivinar la causa, luego, te darían por un desgraciado que encontraría su consuelo más tarde. Cuando el corazón te oprima, no dejes que la angustia se convierta en grito. El silencio es tu amigo más fiel. Guarda el silencio como el más preciado de los tesoros y recapacita. La angustia sobreviene cuando te supera el infortunio y se manifiesta enemiga del silencio. El hombre ante el infortunio sólo tiene una salida: dejar que pase el tiempo presente. Y si lo haces arropado por el silencio, puedo asegurarte que enseguida encontrarás alivio; habrás vencido a la angustia.

(JDD 2003)

LA AUTOESTIMA Y EL CORAJE

Dice un proverbio chino: Un viaje de diez mil kilómetros comienza con un humilde paso. Aquella mujer estaba a punto de tirar la toalla, reconociendo su derrota, cuando leyó por casualidad ese proverbio. «Sí, así es, pero ¿quién me asegura que no desfalleceré a mitad de camino?»
Muchas veces esa es la consideración que nos hacemos ante una ardua empresa que nos planteamos abordar.
No damos un paso y después otro y otro, constantemente esa consideración sobre nuestra capacidad planea en nuestra mente, y se hace más torturadora a los primeros obstáculos difíciles.¡Si al menos alguien me jaleara diciendo que voy bien!
Tengo amigos-as que están en ese trance en el que han destruido su autoestima por falta de estímulos externos. La autoestima que  necesita del empuje que nos proporcionan los demás para elevarnos es falsa y dañina. Existe otra autoestima que nunca nos fallará, y se llama coraje. Con el coraje se puede esperar andar esos diez mil kilómetros del proverbio mencionado; con la falsa autoestima, lo más probable es que en cualquier momento, ante la falta de apoyo que precisamos constante, tiremos la toalla con un autocompadecimento que luego enmascaremos con el eufemismo frustración. A partir de ahí, nadie consigue levantarse y reanudar la marcha.
Amigos y amigas que estáis en esa disyuntiva de si valéis o no valéis para ese empeño ilusionante de hacer la larga travesía como escritores. Creo que debéis dejar a un lado la autoestima que se alimenta del jalear del público y sacar fuerza de flaqueza. Si en lugar de pensar que cualquier etapa debiera daros satisfacciones, ponéis el empeño en terminar la carrera, nada ni nadie os podrá negar ese título, por lo demás ambiguo, del que ya no presumiréis por autoestima sino por coraje.
(JDD 2003)

Esas nubes que terminarán en agua. Agua que terminará, en gran medida, manteniendo vivo mi cuerpo. También mantendrá vivo mi espíritu. Ese agua inodora, insípida e incolora hará posible el milagro de la vida.
Oxígeno e hidrógeno, dos elementos nobles, gaseosos, imperceptibles a los sentidos, se fusionan para permitirme hacer lo que hago como ser vivo. Soy casi agua y un pequeño porcentaje de otros elementos no tan simples en su estructura atómica. Todos juntos, en armónica coexistencia, me proporcionan el ser que luego tiene todos los aspectos de ser el ente más complejo de la creación. O eso es lo que yo creo. En realidad, si observo detenidamente el fenómeno, puedo ver que no es así. Más compleja es una célula. Más complejo un microbio o una bacteria, capaces en su sencillez de múltiples y extraordinarias funciones. Más complejo un animal marino, cualquier otro mamífero terrestre, cualquier ave y hasta una planta, capaces de sobrevivir en medios hostiles. Mi supercomplejidad es, pues, subjetiva; la del resto de los seres vivos objetiva. Mi subjetividad no añade complejidad ni a mi cuerpo ni a mi espíritu. Cuando los sentimientos, y hasta mi pensamiento dan fe de mí, es decir, cuando subjetivamente percibo esos fenómenos, lo único que representan es una disarmonía pasajera en mi estructura; si fueran manifestaciones concluyentes de mi mayor complejidad, no sucedería, a menudo, que no aparecen en mí ni los pensamientos ni los sentimientos. Cuando eso sucede, toda mi complejidad se convierte en una masa informe, y, entonces, soy menos que un microbio.
(JDD 2003)

PALABRAS QUE DEJAN HUELLA

Cuando se ha estado varios años en este mundo virtual con nombre Internet, sólo a solas con nosotros mismos podemos calibrar aquello que se nos dice o nos cuentan: unas veces porque somos el objeto, otras porque el objeto son esas mismas personas. En esta ocasión no voy a ser yo el que habla de mí en mí, en esta ocasión voy a rememorar lo que dijeron de mí para mí. Es como reunir piezas de un puzzle que me ha acercado a mi verdadera imagen sin llegar a contemplarla completa. Es curioso que partiendo de un ámbito virtual por excelencia, parece ser el único medio real del que podemos extraer algo concreto que nos acerca a la verdad de nosotros mismos. Con seguridad, todo lo que pude leer de mí mismo, respondía a figurarme o desfigurarme, pero es así como somos: lo que ven y lo que dicen ven. Serán frases, juicios, opiniones inconexas, que voluntariamente he despersonalizado en su origen, no así en su destino, que ya digo fui yo mismo. Y no serán palabras de alabanza las que aquí ponga; las palabras de de alabanza no dejan huella. (JDD.2003)

DIVAGACIONES SOBRE LA VIRGEN MARÍA EN SU DÍA
Hoy, en los ámbitos católicos romanos, se celebra el día de la Virgen. Se hace fiesta y en algunos lugares se procesionan imágenes, todas diferentes, de la «Madre de Dios». María, la mujer que dio a luz en parto milagroso a Jesús de Nazaret, es así venerada por los fieles. Tomó el apelativo de virgen, del hecho, según se cuenta, de no haber «conocido varón»; es decir, que María no tuvo relaciones carnales con José, su marido, ni con ningún otro hombre. Resulta curioso un hecho que, sin embargo, no se analiza. Según se cuenta, María quedó embarazada por intercesión del mismo Dios. Hasta aquí, nada contradictorio; Dios podía hacerlo con su infinito poder. Y tampoco, a la luz de los avances científicos, era imposible para Dios poner en el vientre de María el germen completo, para entendernos, procedente únicamente de una célula madre, con un único código genético. Hoy se pueden producir clones, sin el concurso ni del óvulo ni del espermatozoide. Pero esta posible forma de dar origen a lo que luego fue Jesús presenta un problema, pues, como mínimo, deberíamos admitir que los genes de Jesús fueron creados ex novo por Dios y María una madre de alquiler, en términos actuales. Pudo ser. Se parte de que fue un milagro, y no admite explicación.  No se puede discutir que María no fuese virgen antes del matrimonio con José e incluso después. Pudo ser.  Por otra parte, había, también según se dice, un precedente de fecundación milagrosa, también por intercesión directa de Dios. Así fue que Isabel  concibió a Juan, luego apodado el Bautista. En este caso se dice que Isabel era estéril, algo que no pasa de ser normal. En ambos casos, María e Isabel, concibieron y parieron sendos hijos de forma milagrosa en su origen. Para la fe, este hecho no admite discusión. Aquí reside lo que no deja de ser curioso y que nadie plantea, no habiendo inconveniente mayor. Si en ambos casos, Juan y Jesús, fueron concebidos por mediación directa de Dios sin el concurso ni de hombre ni de mujer en sus respectivas fisiologías, salvo ser meros recipientes tanto María como Isabel, quiere decir que Juan y Jesús eran hermanos en Dios Padre,  «gestador» de ambos, ya que ni Zacarías ni José habían tenido parte alguna. En definitiva, ni María ni Isabel fueron madres biológicas, no podían serlo; Juan y Jesús eran clones, o Dios sabrá, pero, ¿qué fue lo que impidió que nos lo contara? Y si para Dios no existen impedimentos, ¿por qué nos lo contó tan mal, que convierte la fe en una ceguera absoluta? ¿Fueron ganas de joder a su manera? Pues vaya…
(JDD 2003)

Y EL VERBO SE HIZO CARNE… PERO MENOS

Es indudable que la palabra es capaz, por sí sola, de crear un sortilegio, que partiendo de la emoción de quien la pronuncia, transmite esa emoción amplificada a la persona que la escucha. Pero para para que ese efecto se produzca se han de dar dos condiciones: la palabra o palabras deben tener en común el que suenen nuevas, y que vayan directamente al centro del ánimo de quién se espera una respuesta. En el supuesto del poema anterior, uno se imagina al poeta preso de emoción dirigirse a su amada. A su amada le debe resultar nuevo lo que escucha y el poeta no se dirige a cualquiera que pasaba por allí. Se cumplen, pues, las dos condiciones antes señaladas. Naturalmente, todo tiene un límite. El poeta puede estar permanentemente envuelto en el sortilegio de su verbo, pero no cuenta que su amada, en un momento dado, querrá pasar del dicho al hecho, y  hasta se sentirá frustrada si todo se queda en meras palabras. Esto parece bastante evidente, pero ¿adónde quiero llegar? Pienso que los poetas son capaces de crear ese estado de empatía en quien les lee, pero a continuación de penetrar y flotar en su burbuja y vivir su ensoñación, es bien probable que esa burbuja estalle, y quien había penetrado en ella se caiga de bruces al duro suelo de su realidad, con un sentimiento de vaciamiento que no estaría compensado por el previo estado de arrobamiento que le produjo el poeta de turno. No por eso habría que condenar a esos poetas y su incontinencia verbal, pero si alguno de ellos cree que puede producir orgasmos, sepa que sus poemas, como mucho, sólo producen calentones.
(JDD 2003)

MI DÍA ESTÉRIL

Busco, exijo que se presente ante mí el personaje, o personajes, de hoy para que satisfaga mi ambición creadora. Pero hoy parece que no voy a conseguirlo. Cierro los ojos, me concentro, hago desfilar por los laberintos de mi mente una serie de siluetas imprecisas y ninguna se deja atrapar. Es como salir de caza en un bosque y ver pasar las presas, fugaces, sin que sea posible apuntarlas, disparar sobre ellas y cobrarlas como trofeos. Hoy me siento estéril, incapaz de engendrar nada que tenga formas, que dé muestras de vitalidad. Tendré que conformarme con dar testimonio de mi limitada capacidad de creación. A Dios le debió pasar algo parecido. ¿Se agotó su infinita capacidad creadora? Él miró lo que había hecho y pensó que todo era bueno. Es lo mismo que yo me digo: todo lo que he hecho es bueno. Pero Dios y yo sabemos que no es así. Es una especie de conformismo. El creador no debe encontrar satisfacción en lo que ha hecho. No se puede estar satisfecho de haber comido, de haber amado, de haber tenido uno, dos… hijos, de haber hecho fortuna, de cualquier otra cosa. La satisfacción no se siente en y por lo que se ha hecho, sino en lo que se hace cuando se hace. Decimos que nos satisface contemplar una obra terminada, pero esto no es así; lo que sucede es que experimentamos un relajamiento y una autoexigencia: estamos preparados para seguir creando y buscando esa satisfacción en la creación de una nueva obra, en tener un nuevo placer, en conseguir una nueva meta. Cuando, como hoy, no me siento capaz de crear nada, lo único que me conforma es pensar que todos los creadores tienen su día estéril; como Dios el sexto día, ya que eso de descansar no se entiende.
(JDD 2003)

MIS OTRAS MUJERES

… son mujeres en mi vida, una vida que llamamos virtual. Una docena de mujeres variopintas a las que yo les atribuyo un corazón para amar, un cuerpo para desear y ofrecer, y una mente para estar presentes en mi mente. Todo ello significaría, ni más ni menos, que son una opción para yo amar, desear y observar a cada una de ellas perfectamente definidas en sus peculiaridades psíquicas, no tanto en las físicas. Pero todas estas mujeres, juntas o por separado, tienen un algo en común que las diferencia de cualquier otra mujer real que también hay en mi vida, y son varias. Mientras que éstas me producen certezas, las otras, las virtuales me producen incertidumbres. Las mujeres reales, están, cada una de ellas y por separado, ocupando una parcela diferenciada de mi vida afectiva, sin invadir unas las parcelas que ocupan otras. No me produce ningún desasosiego. No se sienten discriminadas y yo no me siento culpable. A veces les doy menos de lo que esperan, pero esto se compensa con lo que espero de ellas y no me dan. Es una certeza para mí este estatus convenido entre las partes. Y funciona sin sobresaltos.
El común denominador de mis mujeres virtuales, y por el que siento incertidumbre, es que todas ellas ocupan una sola parcela de todas las que mi vida afectiva ha diseñado. En estas circunstancias, me resulta imposible discernir a quién de ellas dedico mi afecto en cada momento. Es como una imagen con múltiples rostros que me complace en su totalidad, incluso cuando los rostros no tienen perfiles definidos. Es como imaginar un bosque encantado, donde las sensaciones que percibes no son producidas por nada en particular, sino por el encantamiento del bosque en su conjunto. La incertidumbre es una sensación de inseguridad. La que yo siento ante mis mujeres virtuales es por  verme atrapado en esa parcela de mis afectos y pensar que termine desdeñando las otras. Sería como entrar en ese bosque encantado y travestirme de gnomo. Mientras esa certeza e incertidumbre vivan en mí, no me queda otro remedio que unirlas por un hilo invisible, para que no me pierda en el laberinto.
(JDD 2003)

¿QUÉ SOY YO, AL FIN Y AL CABO?
¿Y sí lo probable hubiese sido lo previsible? Lo probable fue que algo hice mal; lo previsible es que me había quedado sin computadora. Si lo previsible  se hubiese conformado a los peores augurios, a estas horas sería una persona sin historia, mi historia literaria. No fue así y sólo un percance solucionable; la máquina aún no quería matarme, pero me anunció que podía hacerlo. Cuando los nervios me lo permitieron, reflexioné sobre este hecho, sin duda trascendente. La máquina forma ya parte de mí, es un órgano más de mi cuerpo, una proyección de mis manos, de mis ojos y de mi cerebro. Debe ser una fase más de la evolución del hombre, y alguien ya pensó en ello creando ese dibujo ilustrativo. La máquina funciona si yo la hago funcionar, mientras puede hacerlo, pero es independiente de mí para dejar de hacerlo cuando no puede. Esta mi conexión a la máquina puede, en cualquier momento, acabar con una parte de mí, irrecuperable. Se han creado sistemas de protección, como  copias de seguridad, etc. Con ellas se puede recuperar casi toda la vida que encerraste o confiaste a la máquina, pero esa no es la cuestión que yo me planteo. Otros órganos de mi cuerpo, vitales para que siga viviendo, funcionan con independencia de mi voluntad; no son, pues, como la máquina. Es cierto que mi voluntad podría determinar que no funcionasen, pero es a la vida a la que me aferro por ahora, y no a la muerte. Y si todo esto es así, ¿qué sentido tiene preguntarme qué soy yo? Yo debo ser el mayor exponente del determinismo; es decir, soy  una máquina. ¿Y el espíritu? Si mi espíritu, no es capaz de modificar algo tan importante como el destino, quiere decir que lo que yo llamo espíritu, no es otra cosa que la imagen virtual de la máquina, algo así como la copia que puedo hacer del contenido de mi computadora. Bien poca cosa, si cuando la máquina que soy yo deje de funcionar, no tuvo la precaución de usar la computadora, mientras funcionó, para hacer una copia de mi vida.
(JDD 2003)

CUANDO SE LLEGA AL PUNTO…

Me dices no te gusta, no te motiva, y le pones apelativos desconocidos para mí que tú interpretas como malos. Has cambiado. Antes, todo lo que hacía te parecía bien o te callabas. Ahora lo que te parece mal, lo dices, o dices que te parece mal sin parecerte. Mucho has cambiado. Estás para no perdonar nada ni callarte nada. No te reconozco. No es que me parezcas peor. Es el cambio tan brusco. No me atrevo a preguntarte si me amas. Yo era feliz pensando que sí. Ahora temo que tu respuesta sea seca: no. No te haré esa pregunta. Pero ya no es lo mismo. Ya no puedo vivir de la ilusión, cuando la certeza depende de una simple pregunta: ¿Me amas?. No, no te lo pregunto. Y en las demás cosas, pues en las demás cosas lo mismo. Creía que te hacía feliz. Ahora temo preguntarte. Y en cuanto a ti, no sé qué pensar de este cambio tan brusco, tan inmisericorde. También temo preguntarte. Antes separabas tus problemas de nuestra relación. Ahora no sé si tus problemas influyen en tu ánimo o soy yo el problema que te ha hecho cambiar. Soy el mismo, aunque quizá por eso. Cuando se tiene la expectativa de cambiar a las personas, irrita que sigan lo mismo, impertérritas. Tú si has cambiado. A mi no me irrita por lo contrario, porque mi expectativa respecto a ti era que fueses siempre la misma. El cambio sólo me produce inquietud. Tendré que acomodarme a tus cambios. Pero si no puedo, deberé adoptar la postura de indiferente. Cuando me veas indiferente, tómalo como si ya me hubiese curado de tu influjo. De momento, ya ves que estoy preocupado.
(JDD 2003)

EL AUTOR SE CONFIESA EMOCIONADO POR SU PERSONAJE

Un autor que no se emociona con sus personajes es un miserable embustero; es como no querer reconocer a un hijo, incluso después de una prueba concluyente de ADN. Es como una follatera de trámite: ahí dejo eso.
Pocos personajes de mi creación han dejado tanta mella en mi ánimo como la «gordita» del cuento más arriba. Se convirtió en una obsesión tan fuerte, que  sentía su presencia a mi lado, mirándome con sus ojitos casi ocultos en su cara deforme; acercando tímidamente su voluminoso y amorfo cuerpo al mío hasta rozarme, como si quisiera excitarme y que tuviese una respuesta positiva, que no habría de ser otra que poseerla incestuosamente, llenándola primero de caricias y besos. «Soy carne de tu espíritu, mi creador, si alguien  ha de amarme, ese eres tú. Dios ama a todos sus hijos por igual, sean bellos o feos, ¿habrías de ser tú diferente?». Ponía en su boca esas palabras y me sonaban a verdaderas. Pero yo no creo que ese dios que mi gordita invocaba sea un ejemplo en el que debería mirarme. Me es suficiente haber sentido que mi personaje no ha sido negado por mí y, también, que me emociona cuando pienso en él. Alégrate, mi gorda querida, perteneces a mi mundo, donde todos vosotros, mis personajes, tenéis una ventaja sobre los que pertenecen al mundo real; sois capaces de emocionar a vuestro creador cuando piensa en vosotros, hasta el punto de empañársele de lágrimas los ojos. Y quién sabe, hasta puede suceder que hagamos el amor en mis sueños y los dos disfrutemos. Tampoco esta idea me repugna.
(JDD 2003)

DEL ALMA Y LOS INSTINTOS

Hoy no he podido extraer nada de mi mundo; el otro, en el que físicamente me encuentro, me ha atrapado por un hecho que debe ser muy importante, pues que no se habla de otra cosa en los medios de comunicación, en los corrillos, en las conversaciones de familia; me refiero a la muerte violenta de las jóvenes Sonia y Rocío, distantes en el tiempo (dos años), cercanas en la geografía donde vivían, cercanas a la mía propia. Ya hay un imputado confeso, un hombre, con abrumadoras pruebas objetivas, que habría sido el autor de esas muertes. Mientras tanto, o paralelamente, una mujer defiende su inocencia, Dolores, condenada por un tribunal popular y luego anulado ese juicio por falta de forma, por la muerte de la primera. Hoy, Dolores, rompiendo su silencio, ha dado una rueda de prensa para repetir hasta la saciedad que es inocente y que se ve sometida a un linchamiento por todos: medios, policía, sociedad. Es un gran espectáculo al que es difícil sustraerse, pues lo envuelve todo. Con un sólo ingrediente que hace que funcione: se alimentan las bajas pasiones humanas. Unas jóvenes asesinadas; sangre que clama venganza. Una sórdida relación homosexual de una de las madres y la principal inculpada, Dolores, de la muerte de la hija de aquella; sexo transgresor. La misma relación en su vertiente afectiva; celos atávicos. La sociedad se regocija ante tal espectáculo, que le da tantos motivos para sentar su culo inquieto, aburrido, frente a las imágenes que su pobre imaginación no es capaz de elaborar por sí misma. Y las devora con fruición, cada individuo extrayendo sabores distintos y ninguno rechazable por su evidente mal gusto.
Y ante esto, ¿qué hago yo, uno más, alimentando mis bajos instintos con imágenes que no me son propias? Yo podría elucubrar, desde mi mundo, esas y más exquisitas historias si lo pretendiera. Pienso ahora en cuál sería el destino de esas mis historias, si causarían el mismo efecto o pretendidamente mayor que las que el otro mundo presenta ante los ojos multiplicadores de las cámaras, de los medios en general. Concluyo que no, y por una razón: mientras que los personajes del mundo real rellenan el estómago de los instintos, los personajes de mi mundo de ficción, a duras penas ocupan los huecos del alma. No hay color, habida cuenta que el alma es otra fantasía, a la que el cuerpo, en ocasiones, le pide prestadas las imágenes que no le proporcionan sus sentidos.
(JDD 2003)

LA FICCIÓN QUE EXISTE
El escenario no puede ser más surrealista. El rey se ha dignado hacer acto de presencia. En el salón del trono hay bufones que clavan sus protestas e invectivas en las bien asentadas posaderas del rey, mientras otros ríen las gracias y le corean. Hay mujeres desocupadas de todo, que parecen gozar viendo a un rey aburrido, vapuleado por el bufón mayor, mientras suspiran por su atención, enseñando, a la distraída, sus alopécicos sexos. Hay, sobre todo, mucha zafiedad, incluso en la forma de vestirse: unos se visten de poetas con gorgueras y escarpines puntiagudos; otros de arlequines multicolores; otros, simplemente, con una flor en el culo. Unos y otros se excitan con vocablos volteados al aire, como piedras con olor  a regüeldo de vísceras.. Todos contra el rey, en un aquelarre de arpías y cabrones, excepto alguna virgen de remiendo rascándole el sarro de los dientes, después de rascarle los cojones buscando ladillas sin demasiado éxito. El rey se digna a hablar y todos callan como muertos, con la plácida, beatífica, babeante cara de los muertos. Tan pronto el rey se retira a sus aposentos, vuelve la algarabía: el bufón mayor se vacía el intestino en la sala, en la silla del rey, en su imagen; los demás aplauden, se masturban en su nombre. Alguno recoge muestras que luego se las llevará al rey, con dos fines: que el rey se encabrone y que el rey regrese a la sala del trono para que siga el espectáculo en su honor. El rey no regresa, asqueado de aquel reino, decide castigarlo a la indigencia.
Esto, que parece un exceso de mi imaginación, es algo que existe; es un foro en Internet.
(JDD2003)

Los escritores, o los que pretendemos serlo, gastamos tinta (ahora bytes) en crear cosas desde nuestra imaginación, o describimos cosas desde nuestra observación. El afán es el mismo: crear, quizá por ese síndrome atávico de creernos dioses. De lo que creamos, nos sentimos orgullosos, en general, si es estimado por el público, y nos frustra si es despreciado o, simplemente, ignorado. Es poco corriente que el hombre se considere enteramente satisfecho con algo que es común a todos, o a casi todos, y ese algo es la descendencia. La descendencia, sin embargo, es lo más importante que puede un ser vivo desear alcanzar; de algún modo es la pretendida inmortalidad, la única constatable al día de hoy. Porque una obra literaria puede sobrevivir a su autor, pero el pensamiento, plasmado en palabras, sólo es una huella de haber pasado por la vida, más o menos imperecedera. Nadie llamaría a eso inmortalidad en el sentido estricto; inmortales son los átomos de los elementos básicos con los que estamos formados, que luego se aprovechan para otras funciones del Cosmos. Pero cualquier cosa material está, visto así, en las mismas condiciones de ser eterna, y nadie diría, por eso, que una manzana es eterna, por ejemplo. La descendencia, en cambio, lleva una parte de nuestra esencia en una completa proyección futura; la transmisión genética en nuestros descendientes, que se continua en los descendientes de nuestros descendientes en una previsible cadena eterna, eso sí, mientras el hombre exista y no se rompa. En este punto nadie puede asegurar la eternidad de la existencia.
Hoy, que comienzo el mes de octubre de 2003 con mi afán creador, quiero decir que, en esa foto que encabeza este escrito, está representada, no mi obra, sino mi inmortalidad: mis dos hijos y mi nieto. De ella no estoy orgulloso, sino satisfecho, con una satisfacción que colma todas mis expectativas vitales. Quiero creerme que soy inmortal sólo por eso. Pero, mientras la contingencia de mis escritos no me preocupa, ésta sí, por eso hice, hago y haré todo lo que esté en  mi mano por preservar que esa inmortalidad no se trunque. Si a pesar de todo mi empeño, sucediera que muriera en mí con mi propia muerte, nada podría suplir esa pérdida; y yo pasaría a ser una cosa que sólo dejó huellas. Y ahora, para quitar tremendismo a lo anterior, miro la foto y exclamo: ¡Es hermosa, mi inmortalidad! ¿No os lo parece a vosotros también, queridos lectores? Bueno, eso es lo que verdaderamente cuenta.
(JDD 2003)

LEALTAD Y FIDELIDAD

Hablando de lealtad, Jules Renard dice: «Un servidor es leal hasta que le ofrezcan algo mejor».
¿Vale esta especie de axioma para otro tipo de relaciones? ¿Valdría que dijera «soy tu leal amigo hasta que encuentre otro mejor»? ¿Valdría, igualmente, decir «te amo fielmente hasta que encuentre otro/otra mejor»? Estaríamos tentados a decir que no, alto y fuerte, movidos por el rechazo instantáneo que sentimos cuando nos descubrimos imperfectos.
Las preguntas son maliciosas a propósito y deben ser analizadas a la luz de la experiencia. Es frecuente que un amigo que nos es más afín merezca de nosotros mayor atención que otro; es muy frecuente, que un amante sea infiel, porque encontró alguien que le ofrecía mayores satisfacciones. Incluso se llega a la incompatibilidad absoluta: o con él/ella o conmigo. ¿Es así, verdad? Claro que sí.
Volvamos ahora al axioma de Renard y analicemos. Alguien es leal, ¿por qué? ¿Lo es por condición? ¿No sería más exacto decir que lo es por exigencia? La lealtad, la fidelidad no son estados de gracia; son mercancía de trueque. Aquí está mi lealtad o fidelidad, por esto o lo otro que recibo de ti. No te soy leal o fiel, porque alguien me da más que tú. Quizá los términos con los que queremos expresar los conceptos no alcanzaron siempre las definiciones unívocas. Creo que este es el caso, y aunque nadie querría matizar el sentido con el que entiende la lealtad o la fidelidad, para que el otro no exigiera más de lo que le podría corresponder por lo que da, si debemos tener presente que la relatividad de esos términos, no debería llevarnos a engaño y, tampoco,  a intentar engañar.

Nébula  «Cabeza De Caballo»

NOSOTROS Y EL UNIVERSO. No sé  cómo llegó a mí una WEB absolutamente increíble:  http://antwrp.gsfc.nasa.gov/apod/astropix.html
Muchas personas sentían frustración cuando oían hablar de supertelescopios capaces de escudriñar el espacio profundo. Se acabaron aquellos tiempos de los telescopios rudimentarios que iban desde Galileo hasta el no muy lejano pasado, pasado en el que muchos de nosotros ya existíamos. El Sol, la Luna, los planetas… Una Vía Láctea plagada de cuerpos celestes, esos eran los cuerpos celestes a nuestro impreciso alcance. Hoy ya podemos ver qué existe donde antes sólo podíamos ver un espacio concretado en el llamado firmamento, conjunto de estrellas visibles. Los supertelescopios han profundizado en ese espacio, que por mucho tiempo se creyó vacío, y han puesto en evidencia la existencia de inmensas concentraciones de materia en las más diversas formas. Artilugios sofisticados han ido más allá. llegando a conclusiones que nos parecen pura fantasía: me refiero a los agujeros negros. Los agujeros negros son la nada aparente con todas las propiedades de la materia. Pero una materia colosal, de tal forma, que como un imán absoluto, es capaz de atrapar hasta la luz que emite; de ahí su apariencia de negro. Pero todo esto, absolutamente increíble, fantástico, aunque real, sólo sería el privilegio de unos pocos y la frustrante impotencia de todos los demás mortales, si esos pocos no hubiesen puesto sus descubrimientos al alcance de todos como  un conocimiento que es patrimonio de la humanidad entera. Y así, esta página que transcribo, permite a todos los interesados en estas cuestiones, el viaje más extraordinario jamás soñado por el Hombre. De paso permite, también, que cualquier hombre se dé cuenta de que a pesar de su infinita pequeñez, no por eso deja de formar parte de ese formidable Universo. Otra cosa es que se crea más importante de lo que es.
(JDD 2003)

MIS DEDOS, TAN IMPORTANTES, TAN OLVIDADOS.
Escribo con dos dedos de cada mano: índice y corazón. Los otros permanecen, excepto el pulgar en ocasiones,   suspendidos en el aire, como comparsas que asisten a una representación  sin ningún papel específico. Cuando llevo escribiendo un cierto tiempo, se quejan, y no sé de qué. Supongo que les ilusionaría poder, aunque fuese de vez en cuando, pulsar una letra y considerarse útiles. ¿Qué hacen ahí los pulgares, mirando a sus compañeros activos? Sólo y cuando los activos han terminado de escribir un palabra, se dejan caer, y no siempre, como fardos sobre el espaciador, preparando el inicio de la siguiente. Ni siquiera actúan resolutivos cuando debo escribir un punto y seguido o punto y aparte. Los miro y me dan  pena; jamás acarician una letra; son tan torpes, que muchas veces se adelanta el índice a su dubitativa acción y es él el que marca el espacio; es cuando yo necesito de un tiempo muerto o porque no tengo la palabra precisa. Cuando descanso, mientras repaso el texto escrito, la mano izquierda frota el dedo pulgar de la mano derecha, y la mano derecha el pulgar izquierdo. Así les alivio de una cierta comezón que interpreto como su forma de sentirse menospreciados. Los otros dos de cada mano, anular o meñique son aún más patéticos. No hacen nada. El anular de cada mano permanecen expectantes, mirando a las letras del teclado, como esperando una oportunidad que nunca les llega. Los meñiques, además de patéticos son ridículos. Permanecen todo el tiempo estirados, como disimulando que con ellos no va la cosa. Son conscientes de su falta de operatividad. Si intentara darles una satisfacción permitiéndoles pulsar una tecla, seguro que su torpeza y debilidad haría que pulsaran la de al lado, en lugar de la correcta, o la pulsaran hasta su medio recorrido, de forma que no se marcaría la letra en la pantalla. Es curioso que después de mucho tiempo en esta actividad de escribir, mis dedos índice y corazón parecen dos jovencitos, elásticos, vivaces, satisfechos; no así el resto, que parecen palos secos, sin vida, una imagen de la inutilidad; si intento que demuestren lo contrario, siento su dolor; la artrosis se adueña de ellos de forma galopante; es como si me dijeran: no nos pidas una  respuesta alegre a tu voluntad si nunca nos permitiste ser proyección de tu pensamiento. Hoy, y con esta disquisición inútil, repaso mi cuerpo. Mis dedos son el exponente de mi naturaleza actual: una parte siempre activa, siempre joven, y otra avanzando la pancarta de mi degradación. Y no puedo hacer nada; el ruido de mi parte, hoy superflua, terminará imponiéndose sobre la que me queda viva, para decir ¡basta!
(JDD 2003)

A MI CORAZÓN
Dos mil cuatrocientos millones de latidos (2400.000.000). Tímido el primero, débil el último, pero no el último. Hablo de ti, mi corazón.
Cuando se me ocurrió hacer cuentas de los latidos que  habías generado hasta hoy y desde el primer latido embrionario, me quedé asombrado. El posible error de cálculo era despreciable, no existía exageración.
Incansable, me has llevado por la vida. Y no has protestado cuando te pedí un mayor esfuerzo. Ni te paraste cuando mi angustia atenazó tus músculos. Tampoco te cansaste cuando la pasión o la emoción aceleró tu marcha. Ni cuando todo mi cuerpo pareció renunciar a la vida, tú quisiste hacerme caso. Seguiste latiendo, y te hiciese responsable de todo: de mis aciertos, de mis errores. Aunque te pusiera por testigo de mis mentiras, de mis verdades, no te sentiste utilizado. Seguiste latiendo cuando, falsamente, te nombré en mis poemas o cuando quise llegar a otro corazón. Y sigues latiendo, a pesar de no exigirte ya casi nada.
Pero ese sideral número, que yo he figurado redondeando cifras, tendrá un día su expresión exacta; por ejemplo: 4.587.387.423, y será ese último 3 tu último latido. Y luego, corazón, comenzarás a desintegrarte, para, finalmente, terminar siendo polvo. Tanto te debo, corazón desinteresado, que hoy quise rendirte este mínimo y tardío homenaje, cuando debió ser permanente cada día de mi vida. No, no te alteres por la emoción; ya sé que no estás para excesos. Te prometo, mi viejo, y de aquí en adelante, mantenerte sosegado.
(JDD 2003)

NACER ESCRITOR, Y LUEGO, ¿QUÉ?
Leí en una ocasión que hacerse escritor implicaba algunas condiciones insoslayables. La primera, tener la condición de escritor, es decir, tener esa vocación como una manifestación vital. La segunda, y aunque parezca obvia, escribir; muchas personas sienten tener la primera aquí enumerada y no se deciden nunca a poner negro sobre blanco el transmitir con palabras escritas aquello que bulle en su cerebro. La tercera, como en cualquier actividad con proyección exógena, el individuo debe procurarse un cierto oficio, de forma que pueda llegar con decoro a quien pretende llegar con sus escritos. Muy en síntesis todo lo anterior.
No es que yo lo crea, afirmo que nací con la vocación de escritor. A los nueve años escribí una obrita de teatro que luego representamos un puñado de amigos. En mi juventud escribí poemas a mi novia y alguna historia corta. Luego tuve que ocuparme a tiempo completo a desarrollar mis obligaciones, primero de supervivencia y más tarde las de padre. Durante ese largo periodo, no escribí; me limité a tomar nota de cómo escribían los demás escritores.
Pero un día, no muy lejano en el tiempo (diez o doce años atrás), descargado de responsabilidades, compre un cuadernillo cosido con una espiral, un par de bolígrafos y comencé a escribir: «cantate Dómino, cánticum novum, allelúia: quia mirabilia fecit Dóminus, allelúia (Ps.97,1,2)» (Cantad al Señor, un cántico nuevo, aleluya, porque el Señor ha hecho maravillas). En realidad no hice otra cosa que tomar prestado ese salmo de algún texto religioso, que yo tomé al azar, abriendo un libro que, sin idea previa, extraje de las estanterías de mi pequeña biblioteca. Me quedé mirando el salmo, ahora escrito por mí (mejor trascrito) sobre la primera de las hojas de mi cuadernillo y a la vez pensando qué historia podría yo pergeñar, que teniendo presente esa alabanza al Dios de los creyentes, resultara coherente no sólo con mis creencias, o falto de ellas, sino con la realidad observada. No voy a extenderme en detalles, más o menos anecdóticos, sólo añadir que allí mismo comencé a escribir la obra que luego titulé «Salmos por un cuadro». Fue, con demasiada urgencia, publicada en papel y recientemente en edición digital por www.librosenred.com . Ya había dado muestras de seguir las dos condiciones primeras para ser escritor.
Pero habría sido falso que hubiese considerado que ya era escritor. Poco después de publicado Salmos por un cuadro, comencé a notar que tenía unas limitaciones, de todo tipo, que me impedían dar continuidad a ese oficio, que ahora ya era mi «forma de vida» exclusiva. Fue entonces cuando leí de alguien, probablemente tampoco suyo, que el escritor no es tal hasta que ha «emborronado» no menos de mil folios. Este aserto reafirmaba la tercera de las condiciones, dado que todo oficio con visos de aceptable maestría (maestría en la acepción pericia) se consigue en la práctica continuada de corregir errores.
Habré escrito, sin exagerar, más de diez mil folios; algunos formando novelas, teatro, poemas, cuentos, desarrollo de alguno de mis pensamientos, variados temas para consumo de foros… En paralelo a este entrenamiento, una ambiciosa obra fue tomando forma. Con sus más de 700 páginas, ya cerradas, impresas, encuadernadas, bajo el título, «Yo, Alejandro», deberían ser el certificado que pueda exhibir y que me otorgue el derecho a ser escritor con todos los condicionantes cumplidos. Creo, sinceramente, que lo he conseguido, lo que no tengo tan seguro es si, finalmente, sólo ha servido para que yo me lo crea.
(JDD 2003)

EL CANSANCIO DE VIVIR
Cuando casi todo me termina produciendo cansancio: lo amigos, las relaciones más o menos íntimas, la visión uniforme de la multiformidad humana, los recuerdos que me presenta la memoria cuando divaga mi mente, el presente como continuidad, el futuro que no se vislumbra aunque lo intente, la miseria como imagen, el dolor como lamento, la felicidad de los demás como testimonio, el amor como panacea, el cielo azul, el mar en calma, la tierra quemada,  los sueños coherentes, las vigilias como sueños, escribir por obligación, leer por aburrimiento, la portada de mi página… y otros muchos motivos de cansancio,  tengo la impresión de haber vivido todo lo que la vida podía ofrecerme. Por eso, y para querer seguir viviendo, me digo cada día que amanezco: la vida es eso, ir descubriendo cosas nuevas y cansándote de ellas.
JDD 2003)

EL BALANCE DE VIVIR
A dieta de lujurias, de sensaciones placenteras que contraen todos los músculos, de adrenalina como sangre «súper» que inyecten emociones para revolucionar el cerebro, el pobre cuerpo es una masa informe que sostiene la vida. Y ese es el estado en el que todos estamos postrados la mayor parte de nuestro tiempo de vivir. Si tuviésemos que hacer balance, en cualquier momento de ese nuestro tiempo cercano al final, probablemente casi todos tendríamos una sensación, esta vez de hastío, que se resumiría en: muertos, 90 %; vivos, 10 %. Y así, una persona que ha cumplido 80 años, se podría asegurar que sólo 8 años ha vivido verdaderamente. Esos 8 años, de haber sido las suma  de haber vivido en pequeñas proporciones de tiempo, repartidos a lo largo de todo ese dilatado tiempo de 80 años, habrían supuesto un balance aceptable, y todo el mundo estaría conforme en haber tenido cada día motivos para sentirse vivo; un pequeño fogonazo de luz en la oscuridad de 24 horas. Pero no es así. Esos 8 años se acumulan, en su mayor parte, en tiempo de juventud, algo en la madurez y muy poco en la vejez. Y siendo esto una especie de ley de vida, se comprende que todos digamos que, con el tiempo, la vida se va apagando, hasta que, finalmente, llega la oscuridad permanente. Muchísimas sombras y pocas luces, sería el balance final.
(JDD 2003)

A MIS LECTORES
Nunca tuve la deferencia de dirigirme a todos esos amigos que me honran visitando mi página. El contador de vistas me dice que, a diario, se acuerdan de mí, y entre la infinita oferta que ofrece Internet, ellos marcan en el navegador www.jose.diez.com  o tienen la dirección de mi página en su listado de favoritos. Creo que, aunque nunca es tarde, no me he portado bien con ellos, y por eso que hoy escribo por y para mis lectores.
Queridos:
Sabed que aunque en su mayoría no os conozco ni intuyo, todos los días, antes de irme a dormir, o simplemente a la cama, miro el contador de visitas. Los dígitos que señalan las visitas del día son fríos, pero yo con el pensamiento los arropo y los hago aparecer cálidos. Si son, digamos, 15, una vez que descuento el mío propio, repaso fugaz el resto, uno por uno: «éste es él-ella». Cuando agoto las presunciones, en el resto trato de configurar un rostro, y en el rostro un signo de complacencia o disgusto por lo que han leído. Me gustaría estar allí, con cada uno de vosotros para charlar sobre  cosas menos impersonales, cosas de mi y de vosotros, que no pretendan ninguna posición de yo soy el que hablo y tú el que me escuchas en silencio. Cuando termino de repasar la secuencia del número de vistas, la sensación que percibo, salvo en algún caso muy aislado, es que me habéis leído y habéis guardado silencio. Si yo fuese una persona ávida de silenciosos, haría permanente promoción de mi página. No lo hago, salvo rara excepción. Los que sois, sois, y ya me siento en impagable deuda con vosotros por el ánimo que me dais para seguir en esto. Ni siquiera se me ocurre pediros que forcéis vuestro silencio. Me ofrecéis lo que queréis y ya es mucho, pero sabed que esté que escribe cada día para vosotros,  echa de menos el calor de unas palabras vuestras.
José

NOCHE DE HALLOWEEN
Casi sin excepción, esta noche la dominan los fantasmas. Hay fantasmas de muchos tipos: el fantasma simpático que después de querer dar miedo al que no cree en fantasmas, luego no hace nada, se queda quieto, avergonzado de sí mismo; el fantasma que se nos aparece todas las noches, cuando tenemos quebrantos del espíritu, pero que solemos evitarlo; el fantasma bobalicón, que se cree un fantasma, y sólo hace reír; el fantasma que deambula por cualquier sitio buscando su sitio sin encontrarlo; el fantasma que se atribuye méritos que no tiene; el fantasma que gusta de sorprender a la gente y pasa inadvertido. Y muchos más, que más que fantasmas son fantasmones, en la terminología popular
Pero hay también un fantasma que todos llevamos dentro. No es necesario que que se corporeice con una sábana, ni siquiera como una calavera macilenta; es nuestro espíritu cuando no sentimos el cuerpo. Si alguien se siente muerto en vida, sólo nuestro espíritu emerge inmaterial, como una sombra en la penumbra. Ese fantasma, tan próximo a cada uno de nosotros, lo vemos con frecuencia, sin necesidad de ser convocado en la noche de Halloween, y es el que verdaderamente nos causa pavor.
(JDD 2003)

EL VÉRTIGO DE MI VIDA

Me ladra mi perro, mi nieto me toma el pelo, mi esposa dice que no estoy en el mundo, y mis hijos me dicen: «papá, haz esto o lo otro». Y a mí, por todo esto, me duele la cabeza. Pero no es un dolor lacerante, es una jaqueca que yo llamo de sobresaturación.  Entonces abro desmesuradamente los ojos y siento fascinación por la lejanía, hasta perderme en ella. Y vuelve mi perro a exigirme atención, mi nieto se aprovecha para hacer lo que quiere; mi esposa no soporta mi ausencia; mis hijos no me quieren ocioso. Entonces cierro los ojos, y siento que pierdo el equilibrio; ordeno callar a mi perro a gritos; obligo a gritos a que obedezca mi nieto; grito a mi esposa que me deje en paz; grito a mis hijos que ya estoy viejo. Y vuelvo a abrir los ojos y perderme en la lejanía. Si tengo la suerte de quedarme solo, a veces vuelvo del horizonte, conecto mi ordenador, leo los mensajes que me dicen algo, borro los que no me dicen nada, miro fugaz los titulares de varios periódicos, abro mi página y me pongo a escribir. Cuando doy por terminado, no lo que se me ha ocurrido, sino lo que se me va ocurriendo, lo lanzo a la RED. Cierro el ordenador, cierro los ojos y siento una sensación nueva, que en esta ocasión no me hace perder el equilibrio; me deja completamente a oscuras, vaciado de sensaciones, flotando a la deriva en una ciénaga sin acantilados, sin playas, sin puertos. Luego, si ya es muy tarde, me voy a la cama; a veces no me quedan fuerzas  para lavarme la dentadura ni subconsciente para soñar. Por la mañana, al levantarme, siento el vértigo de mi vida.
(JDD 2003)

¡COGE EL DÍA!

«¡Carpe diem!», famosa expresión de Horacio que, traducido libre, viene a decir «aprovecha el tiempo», me hace recordar unos versos de Garcilaso de la Vega:

«Coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes de que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre»

Luego el poeta terminará su soneto apostillando:

«Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre»

A continuación, me pregunto qué es aprovechar el tiempo. Escribía hace unos días del poco tiempo aprovechado de que disponemos los seres humanos, salvo excepciones. Pero entonces me refería, más bien, a las oportunidades que la vida ofrece de tener la sensación de vivir. Entendía esas oportunidades desde la posición pasiva del hombre, más bien inerme ante los acontecimientos que le sobrevienen. Pero ese grito, aunque sea en latín, me hace reflexionar sobre la responsabilidad del hombre en la consecución de todo aquello que, pasado el tiempo, reprocha al destino. No se trata de hacer de Sísifo escalando cumbres para caer rodando antes de alcanzarlas, repitiendo siempre el mismo intento. El hombre debe, individualmente, fijarse metas posibles y variadas, y luchar por alcanzarlas. Ya en ese empeño se tiene la sensación de vivir, aunque finalmente fracases. Porque esos fracasos son a medias reales y a medias éxitos. Un hombre que con voluntad de vivir emprende tareas que le han de llevar a algún tipo de meta, saca siempre consecuencias positivas durante la acción. Si luego no alcanza lo que había pretendido, tendrá un bagaje de experiencia que no tenía antes, de forma que le será más fácil fijar la nueva meta con mayores posibilidades de éxito. Pero un hombre que sólo espera que el destino le sonría, está condenado a que el destino se burle de él.
(JDD 2003)

LA PEREZA

Son las 3 h. de la madrugada y no puedo dormir más. Me he levantado, he tomado algo caliente y aquí estoy, conectado a esta máquina que regula mis biorritmos. Estaba alterado porque ayer no había escrito nada, siendo mi obligación autoimpuesta el hacerlo a diario, sin excusas que no fuesen causas de fuerza mayor. Ayer no las había; me dejé llevar de la pereza y me fui a la cama inusualmente a las 10.
La pereza es, a veces, benefactora. Permite al hombre la laxitud de sus neuronas y como consecuencia la recuperación de sus células, forzadas a seguir sus instrucciones. Luego, el hombre que sale de la pereza, parece encontrarse en disposición de emprender una actividad renovada, creadora. El sueño no siempre es reparador. De él, en muchas ocasiones, se regresa con la impresión de haber sometido a tu cuerpo a los mayores excesos; se despierta uno cansado, con la consciencia obnubilada, sin capacidad para pensar con claridad. No así si te dejas llevar de la pereza. He comprobado que mecerte en la pereza, y siempre que tengas dominio sobre ella, te permite considerar cuáles son tus prioridades en tu actuación siguiente, de forma que éstas no responden a una rutina que te arrastra inexorablemente, sino a una voluntad consciente.
Pero esto que estoy haciendo ahora, no estoy seguro si responde a esto último o a que he dormido mal. Cuando ayer me sentí perezoso, no debí acostarme; hubiese sido mejor aprovechar ese estado para escribir cualquier tontería, como esas que se escriben sin ganas para pensar; como esto, por ejemplo. Pero ahora es tarde, y no me siento bien.
(JDD 2003)

UN MUNDO FANTÁSTICO

Imaginé un mundo fantástico donde todos los seres humanos eran ladrones, mentirosos, infieles, criminales, desagradables individualmente y anodinos en conjunto. Tenían  sólo un dios llamado dinero. Eran avaros. No amaban, sólo  deseaban. Allí dominaban los fuertes y  vivan en la miseria los débiles. Envidiaban  al que tenían enfrente y despreciaban al que estaba detrás.
He soñado ese mundo y, curiosamente, me gustó. Si no fuera materia de sueños, si ese mundo existiera y yo pudiese vivir en él, no lo dudaría. Sé que en un mundo así podría triunfar, ser feliz. Pero es demasiado fantástico para ser real, y debo conformarme con éste en el que vivo.
(JDD 2003)

ESCRIBIR ESTUPIDECES

A veces el escritor debe sentir hastío de tanta circunspección como se le exige. Y esa exigencia determina que no sepa si es un mercenario que se aviene a satisfacer al lector o es un requisito imprescindible para ser escritor. Cuando, en ocasiones, he leído estupideces escritas por algunos, confieso que censuré al autor por su falta de respeto a sus lectores potenciales, entre ellos a mí. Ayer quise sentir en mis propias carnes esa censura de mis lectores. Pareciera un burla para quien esperaba de mí cualquier cosa, pero en el tono exigible del escritor que quiere decir algo más o menos nuevo, que quiere, con palabras, crear un cuerpo estético. Censuramos con frecuencia a los pintores que abusan del estilo figurativo; nos parecen, cuanto menos, unos burlones que no saben pintar,  y sólo se lo permitimos si detrás ya han dado muestras de ser unos maestros. Ellos, en una eventual exposición de sus obras, jamás estarían dispuestos a explicar sus enigmáticos cuadros. Yo, aún, no he sido considerado como un maestro en esto de escribir, y tampoco sé quién me debe otorgar esa credencial. Por eso, tengo la sensación de que ayer convertí mi creación en una burla a mis lectores, cuando no era ese mi propósito. Si en mi currículo figurara el reconocimiento de premios literarios importantes, records de ventas, homenajes, mi anterior llámese como se quiera, quizá por algunos fuese considerado una genialidad, sujeta al microscopio de la interpretación esotérica. Como nada de eso que menciono me avala, lo que procede es considerarlo una estupidez, y no una burla. Lo cierto es que fui consciente de que era una estupidez, y si alguien lo consideró un burla, me estaría halagando con la capacidad, difícil, de ser un escritor satírico. En cualquier caso, hoy aprecio el silencio de mis lectores como un castigo merecido.
(JDD 2003)

¿Había reventado el mundo? No, era Londres por la noche desde la Estación Internacional
Me levanté, abrí la venta y miré hasta donde me alcanzaba la vista. El mundo no había reventado. Las montañas estaban firmes, los árboles aceptaban la caída de sus hojas, sujetas a un ciclo inevitable. Todo lo recordado parecía permanecer en su sitio y no pude apreciar ningún cambio, ni previsto ni imprevisto.
¿Y por qué no? El mundo podía haber reventado mientras yo dormía. ¿Cuántas posibilidades tiene el mundo de que en cualquier momento reviente? Como mínimo alguna. Entonces no era un disparate. Y esa posibilidad incrustada entre «alguna» ¿por qué no pudo darse esta noche pasada? ¿Y por qué, precisamente, al levantarme esta mañana pensé que el mundo podía haber reventado?
Me hago esta pregunta como si estuviese obligado a responderme.
Vuelvo a preguntarme, por si no hice bien mi pregunta, y veo que que no, que la pregunta que me hago se corresponde con una incertidumbre: ¿Lo quiso mi subconsciente? Y si lo deseó mi subconsciente,  ¿por qué mi consciente lo rechaza? La razón, me respondo. En estado de vigilia razono y sé distinguir entre lo bueno y lo malo. Cuando llego aquí en esta secuencia aparentemente lógica de mi pensamiento, no puedo evitar elaborar otra premisa seguida de una conclusión fatalista: si hago algo malo a sabiendas, y previamente este acto ha pasado por el tamiz de mi razón, será porque mi subconsciente se ha impuesto sobre mi consciente, limitado éste al papel de analizar si los actos son buenos o malos. De ser así, cualquier día mi subconsciente puede determinar que reviente el mundo.
Por si acaso, nunca almacenaré explosivos en mi casa ni escucharé a los fanáticos.
(JDD 2003)

LA VIDA SEGÚN LA CUENTO

Me censuran, se duelen, no comprenden algunos que hable de tanta desesperanza, de una visión fatalista de la vida en todos sus aspectos, incluida la no vida. Así, dicen, mis escritos producen desasosiego, cuando no terror, ¿por qué?, me preguntan a continuación. La respuesta no es sencilla. Sería sencilla para los que escriben de todo lo contrario, para aquellos que muestran (no sé si ven), los aspectos amables que se pueden, y hasta se deben, perseguir y, a veces, se consiguen. Al fin y al cabo, la vida, dicen, es un reglo, y debe disfrutarse, o perseguir todo disfrute que, escondido o no, se puede esperar de ella. Yo no dejo de tener en cuenta esta posibilidad, pero parto de una constatación indubitable: la vida tiene aspectos negativos objetivos que acontecen inevitablemente, como el dolor, la angustia, la incertidumbre, las carencias esenciales, la muerte como un fenómeno más de la vida… Y esto que a todos acontece, en más o en menos, excepto la muerte por la que todos han de pasar o llegar a ella y sin alternativa, crea un estado permanente de ánimo que no se puede soslayar. Escribir sobre todo esto no se hace por amargarle la vida a los lectores, que estaban tan a gusto sin pensar en ello o pasaban por una buena racha. Tampoco porque el escritor sea masoquista. Escribir no es complacer a los fervientes optimistas o darle ánimos a los que padecen; escribir es poner las palabras al servicio de los sentimientos, no de la demagogia. Estoy seguro que mis escritos de la desesperanza, del sufrimiento, de la insignificancia del ser, deben suponer una especie de bálsamo. Un bálsamo no cambia dolor por placer, sólo lo aminora. Y es que el hombre que sufre, en ocasiones su mayor sufrimiento lo constituye el pensar que nadie le comprende, que está solo en su miseria, que nadie es capaz de hacer una interpretación de su estado. Yo confío en que mis escritos no hacen mal a los optimistas; tampoco a los que pasan por un estado de felicidad, de bienestar, de bonanza general. Yo sólo espero que los que sufren, tengan quien les escriba y se digan después de leerme: «Justo esto me sucede a mí, y pensé que yo era el único…». Y que los otros, mientras disfrutan de bienestar, piensen que ese estado sólo es la antesala del sufrimiento y que hay alguien que estará aquí para relatarlo.
(JDD 2003)

ENTENDERSE DESPUÉS DE ENTENDERSE
Resulta harto difícil entenderse en la relaciones continuadas, no importa que éstas estén fundamentadas en la amistad, el amor o, simplemente, en las relaciones sociales. Después de una primera fase en la que los relacionados muestran un alto grado de desprendimiento, de concesiva actitud hacia el otro, se da paso a una fase que yo llamaría «prendimiento». Ese prendimiento se manifiesta de muy diversos modos: Sí, pero yo espero-ba de ti otra cosa; no me comprendes ni te esfuerzas en comprenderme; tus motivos no son los míos; lo que tú dices, significa, ni más ni menos, que no tenemos nada en común; me parece que en otras relaciones te encuentras más a gusto; dime qué debo hacer para que nuestra relación no choque; si no quieres seguir esta relación, ya lo has expresado con tu actitud, etc. etc. ¿Qué significa todo esto? En cada una de esas manifestaciones se está, implícitamente, pidiendo un cambio en el otro; prender al otro en la tela de araña para luego comérselo cuando apetezca. Cuando el «bicho» que se cree atrapado rompe la tela que le tiende la araña, la araña se siente impotente para seguir prendiéndolo y de prendedor se convierte en víctima, pero una víctima no inerme que espera ser devorada, sino una víctima que reprocha al otro su poca comprensión; es como si le dijera: oye, tú, yo soy la que tiene la tela de araña, y en pura lógica, tú deberías dejarte atrapar. En fin, también es verdad que, animales que somos, cada uno de nosotros, o sentimos placer en ser prendido, o intentamos romper la tela que se nos tiende. En cualquier caso, ninguno entenderá la actitud del otro.
(JDD 2003)

INTERNET Y LA ANTROPOFAGIA

Un hombre, no de un país con remanente primitivismo o con esotéricas costumbres rituales, sino del llamado mundo civilizado, tuvo la feliz idea de usar Internet para conseguir lo que sólo Internet puede proporcionar: solicitaba un voluntario que se dejase comer. Y, naturalmente, Internet, que está en todo, le puso un voluntario en línea. Hasta ahí, el asunto no pasaba de ser virtual y con poca probabilidad de convertirse en suceso. Pero, esta vez, Internet, llevado, quizá, de su mala conciencia por la fama que se le atribuye de crear espejismos, puso todo su empeño en contradecir a los escépticos, como yo, que no creen que la RED sea otra cosa que un engañabobos. Y sucedió que el extraño gourmet y el no menos extraño alimento, concertaron una entrevista con el fin de satisfacer dos apetitos: el del que tenía ganas de comer carne humana y el del que deseaba ser comido. Y como en esa extraña fiesta de los sentidos ha de haber un componente sexual para darle entidad, aunque las crónicas no aclaran quién tuvo primero la feliz idea, la primera pieza que se puso en el plato, previamente cocinada, fue el pene del individuo que aceptaba-deseaba ser comido. Trato de imaginarme la escena. Mientras el depeneado intenta cortar la hemorragia, el otro salteando en la sartén el pene; luego, el depeneado, sintiendo la felación profunda, con profundidades jamás alcanzadas por otro pene, sintiendo el paroxismo del placer sexual. El felador, probablemente, gozando de semejante placer mientras tragaba el pene de su pareja. Y como el apetito sexual tiene, por lo menos, tanto hueco como el estómago, uno siguió, con placer indescriptible,  comiendo trozos del otro hasta después de la muerte del donante, que me imagino murió de un espasmo insuperable causado por el no menos indescriptible placer de verse comido.
No hay crimen, dicen los jueces; se trata de una aberración sexual.
Pues muy bien, majos. A partir de este precedente de la jurisprudencia civilizada, Internet podrá ser considerado como un proveedor de aberraciones sexuales en su variante antropofágica. Aunque, si bien lo pienso, ¿no lo era ya?
(JDD 2003)

Le vide ( el vacío),  por Mohammed Mahcer

El simbolismo es al arte pictórico lo que las metáforas son a la literatura. Cuando el escritor se encuentra con algo como lo que encabeza este escrito, le pareciera un reto que se le hace. El pintor crea su obra, y allá cada cual con su interpretación. El escritor se ve obligado a interpretarla y ofrecer su versión a los demás; es su forma de ser.
Cuando el pintor M. Mahcer pintó ese cuadro, con seguridad no partió del nombre que luego le puso: «Le vide» ( el vacío). Descartó, probablemente, otros relativos, como «Un esprit vide d´idées» (un espíritu vacío de ideas); el humo se podría interpretar como todo lo contrario: una cabeza en plena ebullición. «Avoir la tete vide» (tener la cabeza vacía); este título le pudo parecer, cuanto menos, impreciso; ¿una cabeza vacía de qué?. Se decidió por «Le vide», el vacío, y que los perplejos observadores de su obra interpretaran a su gusto ese título debajo de su obra. Seguro que no pensó en ningún escritor entre ellos.
Puesto, y obligado, a interpretar ese título debajo de esa obra, creo que el autor nos quiso decir algo así como lo que a continuación expongo:
Lo que vemos, lo que pensamos, lo que decimos, todo eso junto produce un magma que se combustiona en uno mismo. Como consecuencia, la manifestación de ese proceso, observable por los demás, de combustión, sería para el autor  el humo. ¿Y qué es el vacío? La ausencia de materia en un espacio dado. ¿Ver, hablar, pensar es un tipo de materia? No, no lo es. ¿Se puede decir, entonces, que ese humo (simbólico) representa la manifestación de un magma inmaterial en un espacio vacío? Decir que sí y no ir un poco más allá sería una simpleza. El vacío también puede interpretarse como aquel empeño del hombre por llenar de sentido su vida (vacía) y la consiguiente claudicación ante lo inevitable de tal posibilidad; se sentirá finalmente «vacío». Durante el proceso de la vida, esta actividad del hombre quema todas sus esperanzas, y sólo en  humo se manifiesta. O en los malos humos de un hombre malhumorado que se siente vacío.
(JDD 2003)

Todo incluido: La Vida
Salga del útero y comience el viaje
Unas recomendaciones:
a) No se muera de pena; es una vulgaridad.
b) No mire por la ventana a otros mundos; es una ingratitud.
c) No mire al cielo como final del viaje; los muertos no vuelan.
d) No quiera flores; se las pondrán en su tumba.
e) No coleccione dinero; no le sirve para regresar.
f) No ame al prójimo como a usted mismo; él no se enterará.
g) No se apee antes de tiempo; el vacío es el mismo.
h) No dé gracias  por hacer este viaje; sus padres estaban en otra cosa.
i) No cante a la Vida; puede molestar al de al lado.
j) No llore por la Vida; molestará a todos los que vayan a su lado.
k) No siga estas recomendaciones; la vida es ingrata, así que haga usted lo que quiera, que el pago va a ser el mismo.
(JDD 2003)

LOS MITOS

«Tenemos a Sadam». La frase del día. Sadam, el limpio, el que se bañaba dos veces al día, estaba sucio cuando lo encontraron. Creo que se dejó arrestar porque ya no soportaba su propio hedor. En las horas siguientes, imagino que invocaría los derechos humanos para que le dejaran ducharse. Y se lo habrán concedido, vigilado constantemente por un marine voluntario para que no hiciese la tontería de suicidarse. Le esperan días de gloria, y él lo sabe. El hombre que más interés despierta en el mundo. Pensará que ha valido la pena. De familia humilde a hombre especialmente importante. Muchos, por cualquier medio, intentan ser importantes sin conseguirlo.
Sadam será juzgado y probablemente condenado a muerte. Se debe estar frotando las manos de alegría. Ahí es nada que todo el mundo esté pendiente de su peripecia final. Todos aquellos que ahora se alegran de su captura, sentirán un gran vacío el día después. Porque para estos, como para sus seguidores, Sadam es ya un mito, y los hombres no soportan quedarse sin sus mitos. No importa que los mitos sean buenos o malos. El gran mito, Satanás, ha sido de los más importantes, y era malo. Dios, otro mito en bueno, le ha ido unas veces a la zaga , otras por delante a Satanás. A la Iglesia y sus fieles le está costando desprenderse de Satanás. A los agnósticos les cuesta desprenderse de Dios. El hombre, al parecer, sin mitos se siente huérfano, y por eso los crea. Una vez creados, por nada del mundo quisieran que desaparecieran. Satanás, Dios, Sadam tienden a desaparecer. El hombre de mañana, cuando todos los mitos hayan desaparecido, se sentirá desorientado. Quizá Internet consiga paliar el vacío.
(JDD 2003)

Qué afán este de ponerle nombre a las cosas. Las cosas como son. El caso es que cuando la cosa es importante le ponemos nombre propio. ¿Y quién decide qué cosa es importante? Sin duda es el pueblo llano el que encumbra la cosa a categoría y la nombra con mayúscula inicial; dejando la minúscula inicial para lo simplemente anecdótico. ¿Se ve el pueblo llano obligado por una fuerza superior a hacer esas distinciones? No. El pueblo llano, gris por demás, sumido en su vida de perfil plano, parece una paloma inquieta, que sólo tiene espasmos ante el ser superior; sea un tiburón, una boa constrictor o un águila, o un dios. Se inventó a dios (Dios), con todas sus perfecciones e incomprensibles imperfecciones, ora para alabarle ora para temerle. Los hombres poderosos hacen las pequeñas catarsis que permiten al hombre mediocre soñar. Ocho mil, mil millones de beneficio para un solo hombre es algo que al hombre pequeño le dignifica. Seguro que que no se siente tan miserable, cuando piensa que ese hombre es de su misma especie. (JDD 2006)