Un hombre ya mayor, viejo pero no decrépito, sin circunstancias que limitaran su libertad de seguir siendo él y no el que fuese dirigido por otros: su familia, ideas asumidas del entorno político, religioso o social, se planteaba cada día y cada noche una pregunta fácil de ser respondida por cualquiera, obviamente cada cual a su manera de entenderla. A él, sin embargo, le parecía casi imposible que le pudiera satisfacer la respuesta. Porque la respuesta que obtuviese le habría de parecer conformista, para salir del paso de la inquietud permanente en la que estaba sumido su pensamiento. «No me importa preguntarme qué va a ser de mí cuando me muera», se respondía antes de formular la pregunta. «¿Qué he sido yo en la vida?» Esa era la pregunta. Pareciera una pregunta poco menos que infantil, pues la respuesta sería intrascendente, dado que ya no le serviría para enmendar cualquier camino errado, si alguno encontraba en ese repaso retrospectivo de su pasado. Tampoco le valdría para estar orgulloso de sí mismo, si alguna vez acertó en algún propósito que emprendió. Eran esos dos casos los que se le presentaban cuando los fundía en una sola consideración: «¿valió la pena que yo naciera?» Y ahí se quedaba, columpiándose su pensamiento sin que el vaivén cesara, como ya digo, día y noche. Pero nuestro hombre no cesaba en esa consideración de carácter ontológico, en la que la existencia determina la categoría fundamental del ser.
Los días y las noches pasaban, a su parecer cada vez más de prisa, y la pregunta ya se iba diluyendo en las pocas ocasiones que su pensamiento la formulaba. Un día cualquiera en el que ya no pensaba, sólo sentía, el único nieto que tenía regresó a casa después de una ausencia prolongada. Saludó a su abuelo con un beso y le dijo: «Abuelo, lo he conseguido, he conseguido lo que pretendía ser en la vida, gracias a ti por haberlo hecho posible». El hombre no entendió de qué hablaba aquel joven, del que no guardaba recuerdo.
La pregunta hubiese tenido una respuesta satisfactoria, pero ya era demasiado tarde.
Siempre merece la pena , Amigo.
Hasta los mas negados dejan algo cuando se van.
Cosas buenas y cosas menos buenas pero que merecen ser recordadas para imitarlas en el caso de las buenas y para no repetir
las malas.
Concretamente el ¨¨ abuelete¨¨dejo una descendencia y que con sus genes, no se puede predecir su nivel de colaboracion con la humanidad.