Mi composición: ¨Yo amo la libertad.¨ José
Recibo un escrito de un amig@ ( no sé si un elemento autobiográfico) que parece un cuento. Lo leo y todo parece que responde, y bien, a la historia que se quiere contar. Quedo a medias sorprendido y decepcionado cuando el autor llega a eso que los escritores, buenos y no tan buenos, llamamos el clímax de una historia. Es el momento que pretendemos quede impreso en la memoria del lector, para que llegue al final sin que lo tire a la papelera. Y es el momento en el que el escritor declara, explícitamente, la forma de gestionar ese clímax: que es libre o que su libertad está condicionada por los postulados de las buenas formas, de lo políticamente correcto. No es que esté manifestando mi desprecio por esas normas, siempre. Cuando escribo, siempre distingo entre una CREACIÓN LITERARIA y una simple suplantación de la comunicación hablada por la escrita. En la creación literaria la norma es la libertad; en todo lo demás, la norma son las buenas formas.
Mi amig@ se vio atenazad@ cuando debió elegir entre la libertad y las buenas formas, el resultado de su forzado clímax fue que, como en el sexo, sólo apuntó ganas.
¿Y dónde en ese escrito, transformado en pieza literaria, el aut@r deja de ser libre sin que nadie obligue a la observancia de las formas? Transcribo el argumento, algo modificado, sin alterar la idea, para mantener la privacidad del aut@r:
El argumento va de una señora que trata de alcanzar a su marido, perdido en el fragor de un tráfico enloquecido. Un camionero se ofrece a llevarla, quizá pensando en algún tipo de recompensa, en dinero o en especie. La señora que sabe lo que son, a veces, las armas de mujer, se inclina por dar al camionero señales de una buena disposición. Le ofrece, si alcanza a su marido, una recompensa que nunca olvidará, y por si al camionero le pareciera ambigua la oferta, la señora, cuando se ofrece, pone ¨cara de mujer desvalida, abanicando sus pestañas y con un mohín sugerente (sic)¨. El camionero , experto en los signos elocuentes de una mujer cuando está dispuesta, suelta una mano del volante y la planta en un muslo de la señora, haciéndole un masaje de experto fisioterapeuta. La señora, y aquí es donde comienza la no libertad del esctrit@r, sujeta la mano del camionero ¨para que no la cambie de sitio¨ (sic). Pero lo surrealista está en lo que sigue: el camionero se afana en cumplir con su promesa de alcanzar el coche del marido de la señora. Las hay estrechas, pensaría. Pero ahí al escrit@r le falta el reflejo que habría convertido el clímax del momento en una manifestación de la creación libre. Un escritor libre habría resuelto ese momento diciendo que el rudo camionero, ya de puesto, trató de zafarse de la mano de la mujer diciendo algo así como: ¨Déjame comprobar si tienes el coño en su sitio y… no seas una calienta pollas.
Y para que el clímax se quede, finalmente, en nada, la señora, en recompensa al camionero, ¨le da un tremendo besote¨ (sic), sin ni siquiera explicar si fue de lengua.
En fin, mi aporte puede parecer un exceso, pero, desde luego, no es surrealista.