De la tristeza

Qué es la tristeza? En mi anterior post hablaba  del estado de ánimo bajo. No es lo mismo. Según leo, tampoco es un estado depresivo. La tristeza no es una patología que precise de atención médica. Se puede pasar de la tristeza a la euforia, si se revierte la causa que la produce. Voy a intentar dar un ejemplo de  tristeza que yo mismo he experimentado. Cualquiera puede contar el suyo; la tristeza es una sensación familiar que a todos afecta en algún momento.

Salí de casa para dar un paseo. Cerca hay un parque por el que no circulan vehículos. Eran horas permitidas, la verja de entrada permanecía abierta  e invitaba a entrar por los umbríos pasajes que te adentraban más y más en la fronda. Era pleno otoño, y los caminos casi se esconden debajo de las hojas muertas, multicolores. Las observo y con el pie trato de apartarlas para no pisarlas. A veces uno no puede evitar ponerse estúpidamente transcendente.

En el camino hay bancos que te permiten descansar o sentarte y meditar. Uno de esos bancos me invita a usarlo. No estoy cansado, así que será para poder meditar. A él me acerco, procurando poner el máximo empeño en no pisar las hojas que se esparcen en el camino. No fueron tiradas a mis pies por bellas doncellas,  para glorificar al héroe que no soy. Son el exponente del ciclo de la vida que los árboles tienen designado. Y sentado, miro al arbol casi desnudo, erguido, aparentemente en estado de letargo. Sin estar muy seguro, pienso que ha dejado de cumplir con la función principal, la de proporcionar el oxígeno que nos permite vivir, y no aventuro su estado de ánimo. Quizá está exhausto y pasa por un merecido descanso. Pero hay árboles que siempre permanecen frondosos, y al verde de sus hojas, de las pinochas de los pinos, sin dejarlos denudos, suceden unas a otras dando la sensación de perennidad, de inmortalidad si este vocablo no fuese la expresión de una utopía.

Pero desde mi banco lo que observo es una forma de muerte, de muerte anunciada. Son humildes hojas que han dejado de existir y esperan que la tierra las incorpore para alimentar las venideras. De momento no soy consciente de esta función transcendente, sólo las miro como las hojas muertas. Prefiero pensar que están muertas a que están secas. Secas sería una tragedia, muertas es un destino inevitable. Y su destino me produce una profunda tristeza que me afecta, porque de ser una tragedia, sería un suceso imprevisible, quizá sólo lamentable.

Y como no podía levantarme del banco y que desapareciera mi tristeza, algo vino en mi ayuda. Una solitaria hormiga, trabajadora indisciplinada de un hormiguero, parecía haber perdido la senda de sus hermanas. No parecía  sentir angustia al sentirse sola y desorientada. Debía tener muy clara su misión, y, lejos de corretear aligerada de peso, trataba  de superar los insalvables obstáculos que se interponían en su camino para transportar la hoja que llevaba en su boca. No llegaría nunca al hormiguero, cada espacio que recorría en cualquier dirección, era una rampa que la devolvía al punto de partida. Ella persistía sin mostrar desaliento o buscar otra alternativa. Pensé que iba a morir en el intento. Me levanté y miré el área que alcanzaban mis ojos. Unos metros más allá, vi la senda de las hormigas que se dirigían al hormiguero cargando con otras hojas, otras volvían de vacío a cargar de nuevo, sin desviarse de la senda.

Con cuidado de no asustarla, cogí la hoja de mi heroína. Se sintió extraña al perder todo contacto  con algo sólido, pataleaba frenética, aunque sin soltar su presa.  Y en un vuelo nunca experimentado, hice que aterrizara al lado de sus hermanas. Debía saber qué dirección tenía que seguir, pues no tomó la de las hormigas que volvían de vacio. No sé si se preguntó qué había sucedido, pero yo pensé por ella. Estaba contenta, su hoja llegaría al destino que la vida  le había fijado.

Y  yo me fui de allí contento, la tristeza había desaparecido.

P.S. Y qué pensé luego de las hojas? Nada, sólo pensé en las hormigas.

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