No fue natural, o no se esperaba tener que calificarlo de natural. Aquel árbol estaba destinado a ser eterno, eterno dentro de los parámetros naturales; muchos, muchos años. Fue el aire el que lo inseminó y la tierra la que lo engendró. Creció lento pero de forma sostenida. Gozaba de buen alimento y aire puro para respirar. Se pavoneaba ante otros árboles vecinos, su ramaje era esbelto, sus hojas le daban un aspecto festivo cuando las acariciaba el viento.
Un buen día, al lado del árbol creció una plantita botánicamente desconocida. Primero fueron dos hojas, luego una tallo, luego más hojas. Al contrario que el árbol, la plantita crecía de forma inusitada, parecía querer alcanzar cuanto antes la altura del árbol. El árbol, condescendiente, lejos de hacerle sombra para que se marchitara, la protegía de los vientos huracanados, las lluvias torrenciales, la caída de las hojas fertilizaba la tierra que la alimentaba. Pasado algunos años, ambos constituían una hermosa pareja de hecho; se amaban a su manera, sin otras discusiones que las propias de una convivencia estrecha, nada que ensombreciera la harmonía llamada a durar eternamente; repito dentro de la eternidad que les es concedida la los seres mortales.
Pero en aquella fronda había lugar para otras plantas, para otros árboles, para otros idilios. Y así, al lado de la planta y del árbol de esta historia, comenzaron a brotar otras plantitas, tímidas al principio, osadas después de alcanzar cierto porte. El árbol, lejos de ignorarlas, las aceptó como nuevas compañeras y les brindó su amistosa protección. Esto no gustó a la planta que había crecido primera cerca del árbol, los celos se fueron convirtiendo en enfermedad y comenzó a ignorar a su árbol protector y pareja sentimental , ni siquiera se interesó por una enfermedad que provocó que al árbol se le amarillasen las hojas y sus ramas quedasen desnudas de su hermosa vestimenta. A la planta ya sólo le interesaba el nutriente que obtenía a su lado.
El árbol, que había hecho todo por aquella planta, comenzó a darse cuenta que aquel idilio había sido ficticio, interesado, y tomó la determinación de darlo por finalizado. Al árbol ya sólo le quedaba las otras plantas que habían crecido cercanas, que nunca le habían exigido nada en una relación alejada de compromisos, de condiciones. Agradecía que le consideraran el abuelo que les contaba historias pasadas o imaginadas, y al árbol que le mostraran un cierto afecto, muy de estimar en su decrepitud.
Hoy el árbol ya no tiene otra preocupación que su planta vecina termine por penetrar en sus raíces y le robe el poco tiempo de vida que le queda. Pero pondrá remedio a esa posibilidad, le dará a la planta el último alimento que la ha venido sosteniendo a su lado.
No se sabe de qué alimento se trataba, el caso es que, poco después, la planta comenzó a languidecer. El árbol ya no hizo nada por evitarlo.
El árbol frondoso , nosotros en nuestro crecer, las plantas aledañas , en principio amistosas …… algunos familiares amigos y otras yerbas. Al final del camino , de nuestra aparente vida larga y próspera , el final . Si , final pero feliz , y La Luz y esplendor y sombra y cobijo que yo di durante tantos años ? Que queda de todo ese trabajo que yo, tú , dejamos a nuestro alrededor ? Recuerdos , si recuerdos para quien ? Te preguntaras , me preguntaré , pues para aquellos que supimos dejarles un legado lo suficientemente claro de entender y cumpliendo la gran tarea pedagógica que tenemos como reto en nuestro crecer , desde la primera hoja hasta que fuimos ese árbol hermoso , grande y frondoso que un día fuimos . Yo también me siento árbol de esas características , aunque a veces creo ser un pobre arbusto de apenas unos centímetros que ni supo crecer .
Tu amigo Antonio .
Hermoso, melancólico, realista. Su lectura me dejó pasmada, tanto, que no sé que decirte, solo que tu mensaje se quedó clavado en mi corazón. Abrabeso.