Acabo de regresar. Mi decisión fue temeraria, pero tenía que hacerlo. Me hablaron del Infierno desde que tenía uso de razón, quizá antes. Se daba por sentado que el Infierno era el lugar donde moraba Lucifer desde que Dios lo expulsó del Paraíso. Podía estar en el centro de la Tierra , donde hay fuego, o por lo menos mucho calor. Pero para pagarse el alquiler, Dios obligo a Lucifer a crear un resort para las almas pecadoras, donde habrían de permanecer en castigo por sus pecados. Y en un llanto y crujir de dientes (Según Mateo y Lucas, corresponsales de la época) estarían en cuerpo y alma arrojados en el fuego eterno.
Con esa idea en la cabeza, no podía sustraerme a la curiosidad, tenía mis dudas. Podía morirme y no haber sido todo lo pecador que se necesitaba para tener allí una plaza. Así que para asegurarme que el Infierno existía y podía ser visitado antes de morir, escribí un correo a Dios con copia a Lucifer, decía así:
Señor Dios de todas las cosas creadas y por crear. Quisiera, si es posible… disculpa, debo admitir que para ti todo es posible, que me permitieras visitar el Infierno con billete de ida y vuelta. Sólo es una curiosidad, de paso, y si aquello, es como lo pintan los profetas y otros correveidiles. Puede que, una vez asegurado de su existencia, me vuelva más bueno que un santo y no encargue plaza fija allí para cuando me muera. Lo cierto es que no sé cómo llegar al Infierno, así que si Lucifer es tan amable, que me mande su posición, que yo me encargo del medio de transporte. En espera de ser complacido, voy a rezar el Padre nuestro que estas en los Cielos antes de acostarme, para que veas que creo en ti.
Con mi fe inquebrantable, mi Señor Dios, te prometo que utilizaré la información que obtenga sin otro ánimo que el constructivo.
Tu siervo José
Dudaba que el correo llegara a su destino, la dirección no podía ser otra que señor@dios.com y señor@lucifer.com, así que cada día, al abrir el ordenador y mirar el correo, podía comprobar que mi mensaje no había sido devuelto por destinatario desconocido. Y así fue, en efecto, el correo debió llegarle a Dios, y pasado unos días, recibo la anhelada respuesta.
Mi muy querido hijo José. He tardado en contestarte porque tenía que esperar a que Lucifer, que está muy ocupado, me asegurara que sería un buen anfitrión y te guiaría personalmente por los aposentos del Infierno. Sólo un detalle, no menor, habrás de morir, aunque luego resucitaras. Todo será, así, ajustado a la norma. Otros muchos se dice que han gozado de este privilegio, pero es mentira, sólo literatura, asi que vamos a hacerlo como dios manda, o sea yo. Esta noche, cuando te acuestes y te quedes dormido, voy a hacer que te mueras, Lucifer te estará esperando y él mismo te llevará . No podreis estar mucho tiempo, pues sólo podras resucitar si antes no te incineran. Y no cuentes esto a nadie, que no se lo van a creer.
Y me desperté. Había estado en el Infierno, pero ni por asomo se parecía al infierno que me habían anunciado. El lugar era bastante acogedor, nada de fuego, nada de crujir de dientes, nada de pasarlo mal de cualquier forma imaginable. Eso sí, estaba lleno a rebosar, como una playa en agosto. Tuve ocasión de preguntar a alguno que estaba por allí y me dijo que si no fuera por la superpoblación, no se estaba mal. Lo único que se podía lamentar era que estarías privado por toda la eternidad de estar sentado a la diestra del Señor y disfrutar del Cielo, donde habría más espacio, ángeles, muchas vírgenes y quien sabe qué otras cosas a gozar.
Releo lo anterior y me pregunto si no será el efecto del tremendo calor que padezco; otra versión del infierno.
Hola, José. Tu narración da para una novela, Piénsalo. Me hizo recordar un «chiste» (así decimos en México). Aquí te va.
Muere un hombre, llega ante San pedro que le da su sentencia: -Irás al infierno- El hombre llega a la puerta del infierno y hasta sus oídos llega sonidos de música y risas. Le abren la puerta y ve un enorme jardín lleno de flores de chicas exóticas, de hombres bailando y revolcándose con ellas. Mucho vino y música. Se queda atónito y le pregunta al portero: ¿Oiga, aquí es el infierno? -Sí, ¿por qué?- -Porque me dijeron en la Tierra que era un sitio obscuro lleno de fuego , de gemidos y cechinar de dientes. -¡Ah! No te preocupes, eso es pura propaganda de la Acción Católica. Pasa.
Pues de haber conocido el chiste, me habría extendido más.