El camino y la ilusión

Fuimos juntos por el sendero equivocado. Lo decidimos los dos, así que nada que reprocharnos. Recuerdo que dudamos al principio, porque en aquella bifurcación que íbamos a decidir, de los dos caminos uno era angosto, pedregoso, de difícil tránsito, y el otro estaba bordeado de rosales, el suelo desgastado por el paso continuado de personas o animales. Elegimos el más hostil porque nos predijo que nunca había sido usado por el hombre, quizá sí por algún animal salvaje. «¿Y si al final de ese camino nos encontramos algo maravilloso?», nos dijimos. No lo pensamos más y nos adentramos en él. El caminar resultaba doloroso, a veces teníamos que agarrarnos para no trastabillar y perder la verticalidad. Caminábamos lentos, y a cada paso que dábamos maldecíamos la decisión que habíamos tomado. Pero ya no podíamos volver atrás y admitir el fracaso. Quizá todo ese esfuerzo, toda esa dificultad nos traería una recompensa por la que habría valido la pena. El camino no parecía tener fin. En ocasiones se ponía más y más difícil caminar. Avanzábamos, no obstante, sin hablarnos, cada uno de nosotros mirando dónde poníamos el pie que nos asegurara cierta estabilidad.

Por si fuera poco aquel suelo imposible, de pronto se nos cortó el paso: el camino tenía una hendidura transversal profunda y ancha que no permitía ver el fondo. Como si una grieta sísmica la hubiese producido. Rodearla era imposible, pues se extendía a un lado y al otro sin que la vista permitiera establecer los límites. ¿Qué hacer? Si no había forma de continuar estábamos obligados a volver atrás. Ahora la decisión no implicaba fracaso, era una imposibilidad física insalvable. Advertimos, sin embargo, que el camino continuaba más allá de la grieta, y o bien la grieta se había producido recientemente o algún animal era capaz de superarla de un salto. Pero era grande la incógnita de lo que nos podíamos encontrar al final de ese camino, y decidimos buscar alguna solución. ¿Y si tirábamos piedras, tierra, plantas, todo lo que pudiéramos en aquella grieta hasta rellenarla de forma que nos permitiera el tránsito? Lo pusimos en práctica. Durante horas intentamos encontrar los límites de aquella sima. Cualquiera habría desistido al comprobar que ni siquiera se oía el golpear de las piedras al llegar al fondo, pero nosotros seguimos. Al cabo del día, ya dispuestos a hacer noche y seguir a la mañana siguiente, miramos con atención al fondo. Nos pareció ver que había algo que interrumpía la oscuridad. Sí, eran los materiales que reconocimos entre los que habíamos tirado al fondo. Aunque estábamos agotados y pronto la noche se echaría encima, la esperanza de vencer, por fin, aquel obstáculo, nos impulsó a seguir buscando todo aquello que pudiese ser arrojado. La oscuridad ya no nos permitía observar el progreso, pues el relleno debía estar aún profundo. La ansiedad y la satisfacción creciente de ver superado aquel reto, no nos permitía ni el cansancio ni el sueño. Seguimos de toda noche. Al comenzar a amanecer aún no podíamos ver el fin, pero ya debería estar cerca, pues era ingente la cantidad de piedras y otros objetos que habíamos tirado en aquella grieta. Cuando la luz del día ya era suficiente, nos tumbamos en el suelo para observar la situación a la que habíamos llegado. ¿Dónde estaban aquellos restos que el día anterior nos habían dado tanta esperanza? Es que no se veía nada, la grieta se los había tragado, así como todo el esfuerzo por continuar rellenándola. Sólo la oscuridad era absoluta, la grieta parecía no tener fondo. Nos incorporamos, y en silencio, nos dimos la vuelta para deshacer el camino andado.

Cuando llegamos a la bifurcación en la que habíamos iniciado el camino, con la esperanza implícita de una gran recompensa, miramos el otro camino que habíamos desechado por no ofrecernos ningún aliciente. En ningún momento tuvimos la tentación de tomarlo.

Una respuesta a «El camino y la ilusión»

  1. José. Todos tus escritos dejan algo en qué pensar. Este relato me hizo reflexionar, y recordé un poema que lo tengo como libro de cabecera. «No te des por vencido» , ni aun vencido, no te sientas esclavo ni aun esclavo; trémulo de pavor piénsate bravo y arremete feroz ya mal herido.

    Dime si no te lo he mandado y lo busco y te o envío. Abrabeso.

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