En algún diccionario ideo constructivo o de frases de las llamadas felices, tres o cuatro autores coincidían en suponer que la lectura nos permite conocer los mejores pensamientos del autor, y los autores que esto decían, que no recuerdo sus nombres, eran de los llamados indiscutibles. A mi juicio se equivocaban, o su candor era notable. Según yo creo, al escritor no se le pasa por la cabeza, mientras escribe, dejar en el papel el testimonio de lo que piensa; lo que hace es pensar luego en lo que ha escrito. De esta forma, el escritor es el primer lector de lo por él escrito. Sólo así se entiende que para un escritor equis, lo que escribe está bien escrito, y lo que dice va a misa. Es la prepotencia del escritor frente al papel (ahora la computadora), que pocas veces tiene presente al lector al que van a caer sus escritos. La frase leída: “Los intereses del escritor y los de sus lectores nunca coinciden, y cuando lo hacen no es sino un afortunado accidente”, podría suscribirla, pero no deltodo. Y digo que no, porque escribir y leer no es una confluencia de intereses. Sería confluencia de intereses (luego se vería si afortunada o no) si el escritor escribiera bajo demanda acordada. Pero por lo que digo antes, el escritor sólo confluye consigo mismo en una primera instancia. Es como el equipo que diseña lavadoras en una firma de lavadoras: concluyen que el producto es bueno y que se venderá solo. Los artistas, en general, hacen lo mismo: se gustan a sí mismos y creen —o les importa un carajo— que deberán gustar a los demás que tengan la suerte de participar de su arte. En definitiva, lo que sucede es lo que dijo Ionesco, sin creérselo del todo, supongo: «Sólo valen las palabras, el resto es charlatanería». Asi como sólo valen las notas del pentagrama, y la música sólo es ruido; o los colores y esa amalgama llamada arte pictórico. Ah, y a través de los libros no se puede entender nada, y menos el Universo, como dice algún autor; menos mal que ese mismo autor deja aparte el amor, para que los poetas sigan divagando.