El lenguaje que nos hemos dado

Cuando nacemos apenas si, para expresarnos, hacemos otra cosa que llorar, esbozar una sonrisa, mirar fijo algo que nos atrae o sorprende. Mama nos habla y no respondemos.

Entre 6 y 11 meses ya entendemos «no-no», balbuceamos «ba-ba-ba», decimos «ma-ma» y, sobre todo, utilizamos un lenguaje gesticular para expresarnos.

Entre 12 y 20 meses el vocabulario sólo es de 6 u 8 palabras

Con dos años ya nuestro vocabulario puede alcanzar las 50 palabras e hilvanar frases de 2 o 3 palabras; las niñas alguna más. Casi siempre para pedir algo o negarlo.

Y en esa progresión, lenta pero imparable, el lenguaje va tomando forma como vehículo de expresión.

Pero no es siempre utilizado con un método universal. Los jóvenes, -algunos- tienen un lenguaje propio, que resulta ininteligible para los mayores. Expresiones como «¿Qué pasa, tronco? ¿No me digas que te rajas y te abres tan temprano?» Con respuesta del mismo tenor. Vemos que todas las palabras son perfectamente localizables en el diccionario, y es el contexto el que las maneja como un juego de azar. Rebeldía o incultura, no sabría a qué quedarme, quizá ambas.

Luego otro fenómeno. Dependiendo de donde eres y a donde llegas, te puedes encontrar que tu lenguaje no se entiende y el del local no te es comprensible. A los españoles nos sorprende la corrección con la que usan el lenguaje los hispanohablantes, a ellos también les sorprende que nuestro vocabulario sea tan extenso., aunque usado sin precisión.

Pero el abismo del lenguaje se abre cuando constatamos que de las cerca de 300.000 palabras que tiene el Español, apenas si utilizamos unas 300 a 500 para comunicarnos, dependiendo del grado de cultura. No es que sólo conozcamos esas 300, probablemente conozcamos el significado de 100.000, que nos permite comprender los textos escritos, que pueden llegar a 3.000. El Quijote se fraguó con unas 8.000, y a Cervantes lo consideramos el padre de nuestro idioma.

¿A qué viene esto, quizá generalmente conocido por todos los que me leen? Pues que no es por falta de palabras que me permitan confeccionar un texto, al final brillante, mis limitaciones son de otra índole: la capacidad de intuir, deducir, imaginar, y cualquier fuente -los sentidos- que conformen mi pensamiento es perfectamente mensurable, si no doy más de sí, será, no por falta de palabras conocidas, quizá porque mis neuronas no trabajan adecuadamente. Y esto es de difícil o imposible solución. La práctica, el aprendizaje conseguirán que use esas 3.000 palabras de forma correcta, pero para ser brillante hay que haber nacido con un don especial. Los músicos, los pintores, los cantantes, los artesanos, etc., y los escritores que se destacan por ser brillantes, son seres especiales. Y una frase propia para finalizar: No persigas la gloria, confórmate con desearla.


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