Hace mucho tiempo, tres cuatro años atrás, con la edad del calendario que rondaba los 78 años, y 65 aparentes, con una salud de hierro y tomándolo como un ejercicio físico para mantenerme en forma, construí un muro donde está el de la foto. No utilicé cemento, sólo piedras y tierra, imitando a los antiguos; se denomina este sistema muro de piedra seca. El muro resistió, tenía la inclinación adecuada y su fuerza se dirigía hacia la pared sobre la que se apoyaba. Lo vigilaba de tiempo en tiempo, especialmente si llovía.
Como si fuese el preludio de mi tránsito a la vejez enfermiza, llovió tanto un día que el cielo pareció querer borrar toda pretensión de alcanzarlo. La tierra detrás de las piedras se dilató con el agua, venció la gravedad de la inclinación y el muro se derrumbó, creando una confusa sensación de caos.
JEl muro se ha reconstruído. No por mí, que mi cuerpo ya no responde a ningún tipo de deseo. Otros lo hicieron por mí, ahora ya no podía ser de piedra seca, los antiguos ya se habían reído de mí mientras observaban mi empeño por imitarlos. En algo había fallado. Este se ha construido con la técnica actual. Cementada cada piedra, el muro debe resistir cualquier prueba de resistencia.
Y yo que lo miro, pienso en todos los muros que se me derrumbaron durante mi vida, aunque muchos de ellos, yo mismo, los pude levantar de nuevo; los que no pude forman también parte de mi historia. Hoy puedo contarla, no repetirla.