Con la cabeza embotada de tanta incoherencia como parecía estar menguando mis facultades mentales, dejé a Lola, al sosías, al fantasma y a Lucidez encarcelados en el ordenador, con la esperanza de que me dejaran dormir sin soñar, sin retorcer mi cuerpo, ya bastante maltratado por los años.
Inevitable fue que en los primeros compases de aquella partitura en la que ya no sabía quién tocaba y quién dirigía, la Lola varada me pareció que salía del ordenador y me acompañaba a la cama. No hice ningún gesto de desaprobación. Recordé que ella no había hablado de sexo, y eso me tranquilizó: podía fracasar en mi empeño de estar a la altura y me dejaria un pesar más a mi yo fracasado. No pensé en las matemáticas, que habría añadido un plus de estupidez a mi vida.
Pero no me dormí y Lola no me cantó una nana. Siempre dejo el móvil a lado. Espasmódico lo abro esperando que algún lect@r haya puesto un comentario a mi último post. Todo el día había sido la constatación de estar errado en mi propósito de llegar a mis lectores. Sus comentarios me vivificaban de la abulia con que emprendía cualquier escrito. El sistema Analytics sí me decía que alguien me prestaba atención, pero sin su comentario, podía haber entrado en mi página por accidente, o, lo que era peor, había entrado por cortesía, y romper el silencio comprometía su bondad.
Un solitario comentario era menos que nada. Mi amiga, ella en el continente hermano, siempre está para sacarme de la miseria, pero no consigue sino hacerme llorar. Preferiría un imposible abrazo a unas palabras que no me arropan lo suficiente como para sentir el calor de su amistad. Pero no doy todo por perdido, la ubicación de Analytics me señala una procedencia insólita: alguien, desde China, ha entrado en mi página y ha estado en ella algo más de tres minutos.
Son las tres de la madrugada y sigo dando vueltas al chin@ que había entrado en mi blog. Capaz de escribir un cuento con protagonista una avellana, no sé, en este caso, crear una razón que resulte verosímil, que Lucidez no me reproche la fácil auto complacencia y me deje llevar por una imaginación que sustituye con demasiada frecuencia mi realidad. Cansado, seguramente, de tanta impotencia para dominar la más mínima situación que me favorezca, caigo en el sueño, un sueño que a la mañana siguiente ni siquiera habrá dejado la posibilidad de tener otra vida.
Continuará…