En la noche, desde mi ventana V

Cierro los ojos intentando ver  claro. En ocasiones, cuando a plena luz del día no consigo ver nada, si cierro los ojos se abre una ventana que resuelve la inoperancia de mis sentidos. Se movilizan coordinados, como si me estuvieran diciendo este es el camino que debo transitar, si quieres quedar satisfecho de ti mismo y dejar satisfechos a los demás. Pero esa proposición puede pecar de egoísta si no atiendo a las señales que los demás me envían. Me planteo, entonces, si mi satisfacción personal es prioritaria y la de los demás accesoria.

Estas y otras divagaciones se parecen a las que plantea mi mente observando las luces de la ciudad en la noche, que ni unas ni otras me dicen qué hay detrás de ellas. Y cuando la oscuridad domina sobre la luz, me sumerjo en la oscuridad, curiosamente empujado por Lucidez, siempre ahí para no darme tregua en el intento de salir a flote de una situación que me ahoga. 

Y dicho y escrito lo anterior, ¿a quién le puede interesar mis divagaciones sobre vía muerta? Podía haberme ahorrado este ejercicio de yoismo, aunque, en este caso no me considere el centro del universo y todo lo demás sometido a la gravedad que genero; más bien es un yoismo existencial donde domina el pesimismo sobre mis propias capacidades, y eso me libera de ser rechazado por prepotente.

Estoy a medias de no decir nada, y si esto sigue así, no voy a tener la  desfachatez de enviarlo a mis incondicionales lectores. Pensarán, y con razón, que José pretende ser comprendido y animado a perseverar en la linea en la que siempre fue aceptado.

Tengo un pequeño huerto que miro más que cuido. Cuatro plantas de tomates, seis de pimientos, dos de calabacín, dos de acelgas, seis de patatas moradas, creo que peruanas, ocho cebollas, una poca manzanilla amarga,cinco parras de uva moscatel de Alejandría constituyen  una evasión más que un propósito de supervivencia ante una catástrofe. Ah, y una planta de marihuana, por probar de todo. El exiguo fruto que produce me llena de más satisfacción que mi otra afición a escribir. Es completamente ecológico, y así lo proclamo cuando tengo ocasión de presumir de algo. Con las parras de uva moscatel he tenido un problema que a cualquiera le habría hecho desistir. Cuando las uvas ya parecían preparadas para madurar y que yo miraba y hasta contaba una a una con el orgullo de ser el padre que cuida de no perder a ninguno de sus hijos, que había seguido desde su evolución desde la mínima flor donde se engendraban, que cuidaba de no verlas afectadas por la enfermedad que las devastaba y las reducía a puntos negros, teniendo a mano, si era necesario, el remedio fitosanitario aconsejable, que, en fin, esperaba poderlas disfrutar cuando llegaran a estar en sazón, sucedía una tragedia que me hacía llorar. No habían madurado del todo y notaba que iban desapareciendo, dejando poco a poco los racimos desnudos. ¿Eran las ratas, eran los pájaros los que se comían mis uvas? Puse trampas para las ratas, y alguna cayó. Para los pájaros podía apostarme con una escopeta de perdigones y disparar a los ladrones. No lo hice, los pájaros me enternecen  hasta cuando cantan. Lo que hice fue poner un espantapájaros, lo más repelente que se me ocurrió. Todo inútil. Las uvas iban desapareciendo a medida que maduraban, tan exhaustivo era el espolio, que no me dejaban ni una sola para degustar su sabor. Si hubiese sido lo inteligente que parezco, habría dejado mi tendencia autodidacta y consultado sobre el problema. ¿Cómo no se me ocurrió antes? Era tan sencillo… Google, youtube siempre se prestan enseñar al que no sabe. Se llama embolsado de la uva, práctica habitual en los cosechadores de uvas de mesa, y consiste en poner una bolsa encerrando en ella cada racimo. Si la bolsa es la adecuada, esto no afecta a la maduración. Como suponía, encontré esas bolsas en un invernadero. 50 bolsas, 10 euros. «!Joder!, –le dije al encargado del vivero– «Con 10 euros me compro las uvas de tres cosechas». Me sonrió y dijo, seguramente acostumbrado a planteamientos parecidos: «Aquí se paga gusto y gana, amigo, ya verá qué satisfacción le produce vencer a esos cabrones que les roban las uvas». Y tenía razón, ese no era el precio que pagaban los cultivadores de uva de mesa, donde el costo de producción nada tiene que ver con un capricho.

Es pronto para mi embolsado casero. Si el resultado es el que espero, quizá me sugiera alguna historia que no contradiga la opinión de Lucidez.

Ahora sí, convencido de que lo escrito vale la pena, si a otr@ le sirve para resolver parecido problema, lo envío.

Continuará…

 

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