España y yo

Qué lejos quedan los días del brazo en alto, pantalón corto, botas de cuero, camisa azul tatuada con el haz de flechas abrazadas por el yugo, y arremangada para la lucha. El Cara al Sol como canto de afirmación y el carné que me acreditaba como Jefe de Centuria del Frente de Juventudes, de La Falange, y como avanzado de la defensa de la patria, una, grande y libre. Era lo que había, lo que te permitía jugar al futbolín, al billar, a pasar un mes en un campamento premilitar con piscina y algo de hambre, a utilizar el campo de deportes y participar en torneos de atletismo. Podías renegar de todo eso, pero no existía contrapropaganda, y la oficial lo impregnaba todo. Eras, además, inocente.
La España de entonces era lo que había quedado de una sangrienta guerra civil, y no recuerdo si era una, grande y libre, como se cantaba, o era el resultado de un puzzle unido por remiendos mal cosidos. Era lo que había.

He vivido muchos años desde entonces, y la vida o mi propia inteligencia ha ido conformando mi pensamiento actual. Soy escéptico con cualquier verdad que tratan de imponerme, descreído con mis propias creencias, incrédulo con lo que parece evidente, indiferente a que el mundo gire en sentido contrario o se pare en la sombra, dudoso de querer o ser querido , ateo no sé por qué, receloso de mi propia verdad.

Ahora, en la España que sobrevive a sus padres y lucha por sobrevivir a sus hijos, una región, o si se quiere una parte de España quiere ser amputada del resto. Tenía creído que eso era cosa de los vascos, y si me dicen hace unos años, cuando visitaba habitualmente a mi hijo, estudiante en Barcelona, con vivienda propia, situada a la vera de Gaudi, que Cataluña iba a ser hoy la que pidiera romper la piel de toro y navegar sola, habría puesto en guardia mi escepticismo para negar tal posibilidad, pero sólo porque Cataluña me parecía la región con más sentido común de España, no porque resurgiera en mí una Falange redentora. Y hoy se está en eso, no sé si es verdad o mentira, y hasta me parece, por lo menos curioso, que este asunto me sea indiferente.

Quizá, por esta falta mía de compromiso, debería emigrar a otro lugar y olvidarme de haber sido español. Lo estoy pensando.

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