«La gran dama descansaba en mitad de una tumba circular. Sola. Su cuerpo estaba recubierto con 15 pequeñas chapas de oro y su cuello rodeado de 48 cuentas marfil. Conservaba, además, los tres botones de perforación en uve que cerraban sus desaparecidos ropajes» (Diario El Pais, 15/09/2018)
Extraigo esta foto de un artículo del Diario El Pais de hoy. Me ha impactado. Esqueletos ya he visto y no me dijeron nada. Este, sin embargo, merece ser glosado. Los arqueólogos dicen que es una mujer, que debió vivir tres mil años antes de Cristo, y que va adornada como dice la cita. El esqueleto, extraordinariamente conservado y sacado a la luz, habla de un cuerpo perfecto, ¿era, además, bella? No importa, hoy no lo sería, me sugiere otras reflexiones más importantes.
¿Qué significado le daban a esas chapas de oro que cubrían su cuerpo? El oro siempre tuvo un significado mítico, desde emparejarlo con el Sol hasta representar la eternidad. El oro es indestructible. Probablemente esas chapas, cubriendo el cuerpo de la mujer, pretendían para ella la misma indestructibilidad, la vida eterna. Ha permanecido el oro, de la mujer sólo sus huesos. Se equivocaron. Que el oro sea eterno y el cuerpo humano no, nos debería llevar a esta reflexión: con el oro se puede hacer una joya imperecedera, el cuerpo humano, perecedero, no sirve al final para nada. La mujer de oro sólo es un símbolo de la inquietud de los humanos por sobrevivir hasta encontrar el camino que nos conduzca a la eternidad. La gran dama de oro significa que el oro la hace grande a nuestros ojos en una abstracción de su realidad: está muerta, ya no existe. Un esqueleto que no estuviese cubierto de oro no nos motivaría reflexiones exotéricas. De esta mujer podríamos hasta enamorarnos , simplemente imaginando carne cubriendo esos huesos. Hoy la imaginaríamos con unos ojos azules, pelo de oro hasta la cintura, boca como cáliz de néctar, pechos como los que les hemos puesto a los mascarones de proa en los antiguos barcos, enhiestos como arietes que desafían todas las tormentas de los hombres, hasta que cubren la función de perpetuar la especie y ceden a la gravedad. Generosas caderas que albergaban lo que Gustave Courbet llamó «El origen del mundo», en su famoso cuadro de una mujer desnuda . Piernas largas que la llevaron por senderos con flores abriéndose a su paso. Brazos largos que aceptaron o rechazaron el amor de los hombres. Todo eso podemos imaginar, pero no decir que vive y vivirá eternamente. Está muerta. Esos huesos lo corroboran, el oro sólo es una entelequia.