¿Pudo suceder?


Nunca imaginó, supo o sabrá cómo sucedió algo que suele ser al revés. Que un viejo se enamore de una chiquilla es más que habitual. El viejo ya no piensa en el sexo, si  acaso en el déficit de ternura, y una chiquilla puede darle torrentes de ternura que él canaliza a todo su ser impulsada con su corazón cansado.

Es sencillo, es habitual que Internet ocultara la verdadera edad de los dos protagonistas de esta historia. Un viejo que oculta ser viejo y una joven, casi una niña, que nada hace pensar que su precocidad es una anomalía si se supiera su edad. La Red es una celestina sutil que proporciona estas máscaras con total eficacia.

Se conocieron de forma accidental. El viejo recibía a diario media docena de correos no deseados, que él nunca borraba sin echarles una ojeada. En ocasiones eran correos que guardaba por alguna razón, mientras borraba el resto.

En ese buzón de correo no deseado, llamó su atención el que rezaba así:

Daniela                                                                                                                                                          Para  Antonio  Buendía                                                                                                                         Asunto: Urgente, necesito tu ayuda

Antonio picó ese correo llevado por la curiosidad y se abrió

Querido Antonio. Llevo tiempo pensando en ti. Tengo fantasías contigo que me hacen vivir momentos apasionados y hasta tener orgasmos intensos. No importa cómo te conocí, sólo te diré que el espacio que nos separa es insalvable y sería casi imposible que pudiéramos reunirnos. Pero te prometo que mis palabras te harán sentir los mismos gozos que me proporciona el imaginarte a mi lado.

Pero, últimamente, noto que esa pasión primera iba perdiendo grados, y es porque yo también  necesito escucharte. Todo lo que queramos hacer, aún ausentes físicamente, lo podemos escenificar con palabras. Escríbeme, háblame de ti como si quisieras, no mi deseo, que ya lo has conseguido, sino mi corazón. Sabrás de mí y no dudo que harás todo lo posible por hacerme tuya.

Un beso cálido y húmedo

El viejo releyó el correo, mientras le parecía que la tal Daniela se había confundido de destinatario. No podía ser, no tenía ningún sentido que una mujer, que por el nombre él no identificaba, pudiese sentir semejante pasión por un viejo. Pero el viejo se sintió también muy halagado, aunque fuese por una ensoñación irreal. Aficionado a la lectura, trató de diseccionar aquel mensaje y ponerle rostro, o cuerpo, a su remitente, lo hacía con frecuencia cuando leía novelas y los autores no daban detalles precisos de sus protagonistas. Por la corrección del escrito, dedujo que su autora era una persona educada. Por el fondo de sus palabras, quizá una soñadora solitaria. O quizá aficionada a crear situaciones novelescas que luego las convertía en historias escritas. Desde luego desinhibida al contar lo que, supuestamente, sentía por él. ¿No sería una ramera con un método sofisticado para cazar incautos? Finalmente, concluyó que se trataba de un juego de máscaras en el carnaval de Internet y nada más. El sabía muy bien quien era, pero ella no, por lo mismo, ella sabía muy bien qué mujer era, pero él no.  Podían, perfectamente, seguir ocultando  el uno y la otra algo tan accesorio como la imagen física en aquel juego en el que todo dependía de las palabras. No sin algo de pudor, el viejo pensó en ¿por qué no? Ya el mensaje le había hecho percibir un revuelo de mariposas en su cuerpo, que a él le pareció una forma de sentirse vivo. Se justificó pensando que del otro lado podía estar sucediendo lo mismo. Desde luego que descartó que pudiese tener una edad como la suya, su fogosidad era impropia de una vieja como él. A él nunca le habría sucedido.

Viudo y solo, la oportunidad de tener su mente activa, y quizá su cuerpo, hizo que no le diera carpetazo al asunto. Podía probar.

No fue en  aquel momento, después de releer aquel correo. Dejó el ordenador abierto como una ventana que se abría a lo desconocido, y se fue al dormitorio. En un espejo grande se miró. No hacía falta, se recordaba muy bien. Pero los espejos en ocasiones te devuelven una imagen que te complace, si es lo que deseas, de lo contrario todos los romperíamos. Por ese falso orgullo de no aceptar lo que somos, en esta ocasión el viejo se encontró interesante. Interesante es una forma de creer que el que tuvo retuvo, y él había sido un hombre de buen ver años atrás. Si Daniela le conoció de vista en alguna ocasión del pasado, bien podía haberse quedado con la imagen fija. O le había conocido recientemente y la imaginación hacía de máquina del tiempo. O sólo era el juego en el que había que cruzar las palabras precisas para causar el sortilegio. Fuese lo que fuese, con tal de no enviar fotos que delataran su incipiente decrepitud, podía jugar aquella partida. Si, finalmente, la perdía, volvería a pensar que las cosas son como son y no como quisiéramos.

Volvió al ordenador. La pantalla estaba apagada. Antonio pensó que poco antes lo que había sucedido era que había tenido una alucinación, que no había un bonito cuento de hadas en el que fuese protagonista. Se sentó y pulsó una tecla, la pantalla   se iluminó, y allí estaba aquel correo fantasmal,  que volvió a leer. Tenía que hacer algo más que complacerse siendo parte de una burbuja que le dejaba fuera de la realidad. Se acomodó en su sillón, se frotó los dedos usando el pulgar como escobilla y los acercó al teclado. No, antes usó el ratón para abrir «Responder». El correo de Daniela cambió del negro al azul pálido y el cursor se colocó parpadeante encima. Antonio se quedó por un momento en blanco. Nunca había intentado transcribir su imaginación en palabras, ahora le pareció que no lo necesitaba, que sólo tenía que responder a Daniela en los términos que ella se había expresado. Si era un juego, también él podía jugar. Comenzó a escribir, borró lo escrito, volvió a escribir, de nuevo borró. Después de muchos intentos, el texto comenzó a tomar cuerpo. Le pareció a Antonio que no estaba nada mal para un inexperto escritor de ficciones. Su respuesta decía esto:

Hola, Daniela

Si te soy sincero, tu correo me parece un error. No el correo en sí, sino el destinatario. Jamás mi vanidad se antepone a mi razón, y mi razón me dice que yo no puedo tener tanta suerte. ¿Qué méritos me atribuyes para ser, al parecer, el hombre de tus sueños? Tú, con tu inesperado correo, si has despertado en mí deseos que creía dormidos o muertos. Pero mi razón se vuelve a imponer y me impide creer que todo eso es real. De todas formas, Daniela, si puedo ayudarte, estoy a tu disposición. Sólo impongo una condición, que mantengamos puesta la máscara que oculta nuestra verdadera identidad.

Tuyo, si así lo quieres

Antonio

Antonio no encontró otra alternativa. Su respuesta tenía que ser conforme a su forma de ser, un hombre comedido, nada impulsivo. A su edad no podía forzar su naturaleza y parecer lo que no era. No sintió que la reacción que creyó sentir relacionada con una lìbido difusa estaba en contradicción con sus principios, al fin y al cabo el cuerpo, en todos, reacciona por su cuenta, aunque el sentido común, que se alberga en otra parte, canalice los impulsos. Pero  también es verdad que aquello más se parecía a un juego inocuo que algo que debía ser tasado en sus efectos secundarios, propios y ajenos. Podía seguir y ver hasta dónde llegaba, si veía que el juego se estaba convirtiendo en algo peligroso, podía cortar por lo sano y terminar, a ser posible, en tablas.

Le dio a enviar y ya no pensó más. No quería obsesionarse a la espera de una respuesta inmediata de Daniela, y cerró el ordenador.

Lo consiguió a medias. Cuando sus ocupaciones habituales daban paso a momentos de relax, de forma recurrente no podía evitar pensar si Daniela habría respondido y en qué términos. Se esforzaba en no tener la tentación de abrir el ordenador y comprobarlo. Era la forma que tenía de creerse dueño de sus impulsos primarios.

Solía sentarse frente al ordenador al atardecer. Consiguió dominar el impulso de cambiar la rutina. Cuando, al fin, creyó que seguía siendo dueño de sus actos, se acercó al ordenador. No lo hizo con la misma predisposición habitual, la de leer la prensa, algún correo de la familia o amigos, consultar alguna cosa práctica… En esta ocasión a Antonio le movió una sola idea: si Daniela había movido de nuevo ficha y en qué sentido.

El correo marcaba dos entradas nuevas. Una podía ser de Daniela y la otra de cualquier cosa. Lo abrió, y en el listado de entradas dos correos no leídos y un solo remitente. Antonio se puso nervioso, ¿por qué dos? Se quedó pensando en las posibles causas. Quizá uno era la respuesta a mi correo, y al ver que yo tardaba en seguir a su lado, como si de una conversación se tratara, Daniela podía haber reaccionado de diferente forma, o que yo había decidido no seguir el juego, y en su segundo correo expondría su frustración, o que… Antonio no quiso admitir que Daniela, ante el silencio por respuesta, habría intentado una jugada arriesgada para definir el final del juego o su continuidad.

Abrió el primer correo en su secuencia de llegada y leyó:

Mi adorado Antonio

Tu correo me ha sabido a una respuesta de trámite. Que seas una persona comedida no es la mejor forma de conducir una pasión como la que yo siento. De todas formas, yo llevaré la iniciativa para despertar en tu cuerpo no sólo deseos muertos, sino el renacer de otros nuevos que ni imaginar puedes. Ahora sólo esto, voy a esperar a que me digas o no me digas si estás dispuesto.

Responde, mi amor

Daniela

Antonio no salía de su asombro. Como no le había respondido de forma inmediata como ella esperaba, seguramente en su segundo correo sólo era para despedirse. Ahora lamentaba no haber correspondido a su expectativa. Decidió abrir el segundo correo, la suerte estaba echada. Leyó.

Antonio, si las palabras hacen   de manos, de boca, de cuerpo, de sexo, que sean las palabras, mis palabras, las que consigan que tus manos, tu boca, tu cuerpo, tu sexo entren en sintonía conmigo. Cuando pienso en ti, y es siempre, mis manos te desnudan espasmódicas, acarician tu cuerpo como un ciego palpa los obstáculos para reconocerlos, mi boca sedienta busca la tuya para beber de esa fuente inagotable, mi cuerpo se adhiere al tuyo porque quisiera con él fundirse, y mi sexo, oh!, se abre como una flor carnívora para atrapar tu pene, succionarlo y alimentar su hambre di ti. Eso sólo para ir abriendo boca, porque luego comienza el banquete. Todas las variantes, sin que ninguna se reserve, se sirven en nuestro devorarnos. Durante un tiempo infinito, nos devoramos sin sentir hartura. Torrentes corren por nuestros cuerpos hasta inundarnos. El placer llega, después de continuos espasmos, a un relax que nos recompone, recuperamos el aliento, los músculos se distienden, abrimos, finalmente, los ojos, nos miramos y sonreímos. Me pides empezar de nuevo y yo te digo que esperes, que la eternidad es nuestra.

Para seguir pensando, Antonio, necesito saber que tú al menos tienes la disposición de seguir probando que mis palabras están causando en ti el efecto deseado. Si me respondes, hazlo sin circunloquios, metáforas o vaguedades, necesito que tus palabras cubran los huecos que deja mi pensamiento y me provoquen otros. También puedes rechazarme, pero has de saber que si lo haces es señal inequívoca de que estás muerto.

El correo no decía más, no podía decir más, tampoco era necesario una despedida, Daniela aún estaba frente a Antonio, esperando.

Antonio, aún más confuso, bajó la pantalla de su portátil. El correo de Daniela era aún más explícito que el primero, sin embargo, Antonio en esta ocasión no sintió esas mariposas en su cuerpo, ni mucho menos el efecto de un pasaje sumamente erótico en el que él era protagonista. Pensó, sí, que no estaba capacitado para corresponder a aquella mujer, no con palabras, seguro que lo que le dijera estaba clasificado en alguna de las condiciones que Daniela imponía. Si las cosas eran como parecían ser, le pareció que lo más consecuente era proponer a Daniela un encuentro real, ahí si podía intentar estar a la altura. Dando por perdido el juego de la palabra, se propuso dar un salto cualitativo. Si Daniela aceptaba, bien, era hombre contra mujer. Si no aceptaba, zanjaría el asunto con un “me retiro del juego, no me siento capaz de seguirlo”. Por esta actitud su hombría no quedaría en entredicho ante una perfecta desconocida a la que nunca tendría que leer en sus ojos lo que pensaba de él.

Ahora no esperó, parecía tener claro lo que debía decir.

Hola, Daniela.

Reconozco que te expresas como si estuvieses escribiendo una novela erótica , y con mucho oficio. Si yo pretendiera estar a tu altura, seguramente te parecería un patoso que no sabe describir lo que, sólo con la palabra, te pudiera hacer sentir. Porque esto no tiene solución, te propongo un encuentro real. En él tú tendrías ocasión de hacer lo que dices y yo haría lo que correspondiera, sin otro compromiso. Quiero advertirte, para no dar lugar a engaño, que el hombre que imaginas es ya mayor, con muchas capacidades disminuidas, cuando no muertas. Si estás de acuerdo, dispondremos cuándo y dónde.

Sinceramente

Antonio

Antonio supuso que su respuesta no iba a entusiasmar a Daniela. Todo parecía como si ella hubiese elegido el contacto epistolar y no otro. Esta reflexión le hizo concluir que debería ir olvidando que aquello podía tener otras variantes. Si le conocía, era obvio que sabía que era un señor mayor y lo habría tenido en cuenta. Tuvo otras sospechas, como que quería jugar con él, reservándose para ella la parte lúdica y para él el instrumento de su malévola intención.

Aquella mujer no parecía que tuviese otra cosa que hacer que formar parte de su ordenador, porque a los poco minutos de haber Antonio enviado su correo, una señal sonora le hizo mirar el icono de su Mail. Un 1 indicaba que un correo nuevo acababa de entrar. Antonio sintió cierto malestar al verse atrapado por aquella desconocida mujer que, quisiera o no, no había podido hacer otra cosa en su ordenador que escribir y leer lo que Daniela le decía. Abrió, pues, el correo, que no era otro que de Daniela. Decía así:

Antonio, Antonio, siento que mis palabras no te hayan llegado como esperaba. No sé por qué tenía la sospecha de que no entrarías en el juego. Desde luego no sospechaba que fueses un señor mayor, ¿cuánto de mayor, 70, 80 años? Pero yo nunca tuve en cuenta esa eventualidad, para mí era igual o casi mejor, pues cuanto mayor fueses más mérito habrían tenido mis palabras si alcanzaban  el objetivo. Tu oferta de vernos es imposible, tengo 15 años recién cumplidos, y no me río al decirlo porque tengo un abuelo al que quiero mucho, quizá porque es mayor como tú. Desde ahora, y si quieres, podemos hacer otra cosa: Tú me cuentas tu vida y yo te cuento la mía, tú me das consejos y yo te planteo mis inquietudes de joven con la poca experiencia de mi edad, ¿te parece bien? Ah, te sorprenderá mi precocidad. No es nada especial, los jóvenes de hoy tenemos a mano todos los recursos para vivir una vida a toda velocidad, tú en cambio, a mi edad, posiblemente sólo supieras hacerte pajas y poco más, ¿a que sí? Bueno, pues no hablemos más de sexo, te pueden pillar seduciendo a una menor incauta como yo, ja, ja! No te enfades, podemos reírnos juntos.

Daniela

Antonio se frotó los ojos cuando terminó de leer. ¿Había leído bien, 15 años? Sí, lo comprobó incrédulo. Una jovencita de 15 años, que no había rechazado de plano sus 79, ni se avergonzaba de su osadía ni daba por terminada aquella relación contra natura. No se hablaría de sexo como leitmotiv, ¿de qué podía hablar Antonio con una desconocida jovencita? No sabía qué responder a Daniela, toda su experiencia era nula en una situación como esa. Antonio no era un hombre estricto, chapado a la antigua, que hubiese terminado aquel despropósito con un “eres una guarra, chavala, ya estas doctorada en putilla, te auguro un gran porvenir”. Al contrario, aunque no hubiese vivido el tiempo de Daniela, era conocedor de la precocidad de los jóvenes actuales, para los que el sexo ya no tenía ninguno de los tabúes que tenía cuando él había tenido su edad. La información, los videos explícitos sobre sexo no tenían límites ni censuras Se recompuso de su sorpresa y hasta de su sentimiento de vergüenza, y su imaginación le transportó a un escenario imaginario. En ese escenario se sintió complacido. Una joven, un lugar todo lo bucólico que podía existir, él y ella y nada más en el mundo que se interpusiera. Su corazón se aceleró y no sintió que nada más de su cuerpo se despertara.

Se dio tiempo Antonio para tomar algún sentido a lo que le estaba sucediendo.  Era tal su desasosiego, que no le dio ocasión a su cuerpo a elevar la temperatura. A lo primero que que quiso dar respuesta fue si a la relación  que le proponía Daniela era conveniente. Podía trascender, no por su parte, pero los jóvenes no tienen reparos en intercambiar confidencias. Le podía costar caro si, públicamente,  si le ponía nombre a los protagonistas.

Los correos, pensó, son más peligrosos que chatear.  ¿Y si le ofrecía a Daniela la inmediatez de una conversación utilizando WhatsApp u otro medio similar? No muy seguro de que así quedaba protegida su intimidad, decidió proponérselo, le podría llamar al orden si se pasaba con algún comentario y se convertiría en educador y no en un sátiro, si esa relación trascendía.

Estimada, y lo digo porque lo siento, Daniela. Repuesto del shok que me produjo saber tu edad, me encuentro ante el dilema de aceptar tu oferta, aún no sabiendo qué hacer con ella, y decirte, querida jovencita, que hagamos lo que hagamos, sin una relación que lo sostenga, será, al menos por mi parte, una insensatez. Sin embargo, me seduce la idea de hablar contigo. No tengo otras personas con quien hablar, o hablar por una necesidad recíproca. Esa necesidad nace, precisamente, de la edad que confesamos tener. Un viejo como yo no tiene la suerte de poder hablar con un o una joven como tú. Cuando lo he intentado, los jóvenes casi me desprecian, por viejo. Tan acostumbrado estoy, que hasta lo encuentro natural. Y ahora vienes tú pidiendo del viejo el consejo, cuando tu desparpajo me abruma. Pero el correo como medio de comunicación entre nosotros tiene un inconveniente, y es que podemos recibir un correo uno del otro y dejarlo sin respuesta para otra ocasión. Mientras volvemos a pensar uno en el otro, en ese tiempo pueden suceder cosas, como que pensemos en la mejor respuesta, nuestra mejor respuesta, con la cantidad de matices que queramos introducir; no será espontánea. Por eso, te propongo que chateemos, así la inmediated hará que nuestra conversación salga directamente de nuestro alma, por decir que así será lo que pensamos, no lo que querríamos decir, ¿te parece? Si usas un Mac, yo prefiero usar «Mensajes», me da más confianza de privacidad que «WahtsApp». No creo necesario decirte cómo usarlo, eres una chica que parece saberlo todo. También confío en que esto quedará entre nosotros, imagina la transcendencia que tendría que se hiciese pública nuestra «amistad». Dime pues.

Con afecto

Antonio

Antonio le dio a enviar y pasó a pensar hasta qué límites estaría dispuesto a sostener una conversación que, a buen seguro en ocasiones, Daniela elevaría de tono por aquello de parecer, más que sentir, una mujer con todas las consecuencias asumidas. «Seguirá queriendo jugar conmigo», pensó, aunque no para burlarse de él, algo que creyó fácil de detectar, de ser así.

Y sucedió que Antonio ya no esperó un nuevo correo, él mismo abrió «Mensajes, abrió, también, «Mensaje nuevo», puso como destinatario el correo de Daniela y sólo escribió:

*Hola, Daniela, estás ahí?

Pasaron unos segundos que a Antonio le incomodaron. Era ahora él el que hacía una propuesta, tomaba una iniciativa que no sabía si era correcta, más que por la esperanza de encontrar a Daniela en disposición de aceptarla.

** Siii! Aquí estoy, mi querido señor mayor.

A Antonio se le aceleró el corazón. Nervioso, no acertaba a encontrar las letras en el teclado. Al fin, consiguió escribir:

*Chica, pareces estar conectada a tu ordenador por un cable USB, ¿es que no haces otra cosa?

**Poco más, mi viejo. Ya irás sabiendo cosas de mí. Oye, me alegro de este sistema que nos acerca más , si cabe. Algún día se podrán con estás máquinas conectar los cuerpos, y entonces… ¿te imaginas?

La joven no parecía apartarse de los primeros esquemas, del sexo como único argumento. Antonio no quería, de entrada, hacerle ver que estaba dispuesto a secundarla.

*Daniela, parece que tienes una  única obsesión, ¿piensas que no hay nada más que te pueda interesar? La corrección  con la que escribes me hace suponer que estudias, ¿qué estudias?

**No es una obsesión, las obsesiones pertenecen al ámbito de los sentidos, lo que a ti te parece una obsesión es algo premeditado que sólo lo gobierna la razón. Ya terminé los estudios secundarios, ahora sólo hago una cosa que ya te contaré.

Antonio sintió que estaba ante un prodigio. Con quince años recién cumplidos sólo una fuera de serie lo podía haber conseguido madurez y reconocimiento de su excepcional valía. Debería estar estudiando una carrera universitaria y terminar cualquier grado con 18 años. ¿A qué cosa se podía referir? Tenía que saber con qué persona estaba «liado».

*Me sorprendes, Daniela, a cada palabra tuya. Dime qué cosa estás haciendo, voy necesitando estar más cerca de ti para comprenderte o pensaré que no es real lo que está pasando.

**Tranquilo, hombre, tú tampoco te obsesiones. Una historia no se cuenta partiendo del final. Te prometo que irás sabiendo poco a poco quién soy, qué pretendo, qué hago para conseguirlo.

Antonio no encontró inconveniente y no insistió, tampoco ella le había preguntado, de entrada, por sus circunstancias personales.

*¿Cómo llegaste hasta mí? ¿Existe alguna relación entre tú y yo por persona interpuesta?

** No, fue muy sencillo. Tienes puesto un anuncio en un portal de Internet en el que vendes no sé qué. No importa, yo sólo tomé tu correo de contacto, y te escribí. Descubrir quién estaba detrás formaba parte de mi propósito.

*Eso significa que pretendías utilizarme, eso no está bien, Daniela.

**Si y no. En el sexo online ambos protagonistas se aprovechan. Cuando uno propone y otro no acepta, se acabó, y no pasa nada.

*Yo no acepté.

** Sí aceptaste, aunque no a tumba abierta como yo. Recuerda que me confesaste que sentiste que tu cuerpo despertaba. Sentiste más que yo, con toda la la clase de tópicos sexuales que manifesté estar sintiendo. Yo sólo escribí.

*Y si te hubiese seguido, ¿algo habría sido diferente? ¿Pides algo por ese servicio?

** Quizá. Hubiese dependido de cómo tú te expresaras. Si parecías convincente e innovador, podías haberme catapultado a algún séptimo cielo. Piensa que el erotismo nace de la fantasía que se forma en cada uno, no necesita del acto mecánico que lo consuma. No, no soy una puta, si es eso lo que preguntas. Aunque te parezca extraño, mi intención  es puramente intelectual.

*¿Cómo sabes tanto, a tu edad, sobre este tema? Confieso que me superas, y a mi edad.

**Desde que me ocupé en descubrir mi cuerpo, supe discernir entre lo que me excitaba y lo que me daba satisfacción. Lo primero era puro pensamiento, lo segundo  era conseguir lo mismo pero masturbándome. Deduje que era aplicable a todos los casos y personas. ¿Tiene explicación que a ti, por ejemplo, te excite más verle accidentalmente en el parque  las bragas a una joven, que verla desnuda en un video porno representando una felación, un cunilingus o una penetración vaginal o anal? ¿Por qué una escena de la película Gilda, sensual, insinuante, que se quita lentamente un guante, causó tanto revuelo en vuestro tiempo, a lo máximo que, entonces, podíais aspirar? Porque el pensamiento llenó todas las carencias a las que estabais sometidos, o castigados. ¿Me explico?

*Como un libro abierto, querida. Y te confieso que si a tus palabras uno la imagen virtual de una joven de 15 años hablándome así, el efecto que me estás causando no te lo puedo describir, porque me avergüenzo de mi mismo.

** ¡Ja, Ja! Voy bien, entonces. Ahora te tengo que dejar para hacer algo. Si te masturbas pensando en todo lo que podría darte una joven de 15 años, me lo tienes que contar, es la forma de pago que exijo por mis servicios. 

Una Daniela en tu vida

Antonio a modo de despedida, preguntó:

*Danielita, ¿cuándo volverás a estar por aquí?

**¿Danielita? Ya te estás poniendo tierno, mi viejo. Agur. 

Le dominaba de pies a cabeza. Aquella jovenzuela sabía cuales eran las debilidades de los hombres. De momento, Antonio, no quiso ni pensar que podría estar utilizándolo, ¿utilizándolo para qué? ¿Qué podía obtener aquella joven de un viejo como él? Que le contara lo que pensaba y luego hacía, se lo había pedido. ¿Qué haría si luego de pensar no hacía nada, porque para  masturbarse tenía que poder hacerlo,  además de desearlo, y ya ni viendo videos porno le daban ocasión de desahogar su próstata? Pero para Antonio una cosa era cierta: aquella joven le tenía atrapado, y se sentía a gusto cogido en sus redes. De vivir solitario, sin emociones ni sobresaltos, a sentirse en una especie de nube, flotando, lejos de la tierra que pronto habría de fundirse con su cuerpo, con aquel premio de consolación que nunca había soñado, con todo eso ya tenía bastante. ¿Sería suficiente para Daniela?

La conversación siguió en parecidos tonos. Antonio ya se había olvidado del propósito primero de pararle los pies a Daniela si corría demasiado. Hubo momentos de auténtico porno literario, que los dos mintieron en la descripción de sus efectos.

Antonio cambió sus hábitos de vida. Antes veía la televisión, ahora mantenía fija su mirada en aquella pantalla esperando aparecer una señal. Solía salir a pasear a un parque cercano para hacer algo de ejercicio, ahora se quejaba del lumbago que le producía las horas interminables sentado en el sillón de su escritorio, hasta su vista parecía saturada de aquel foco lumínico permanente y los ojos le escocían. Antonio se preparaba sus comidas, y hasta se consideraba un buen cocinero, ahora , para no perder tiempo, había llenado su frigorífico de comida preparada. Dejó de dormir la siesta, no podía conciliar el sueño. La noche era un tormento. Se acostaba, pensaba en Daniela, y en lugar de placer sentía desasosiego. A media noche se levantaba,  y con la esperanza  de un último mensaje, miraba el ordenador que ya nunca apagaba. No era consciente de que podía estar enfermando.

Los chat con Daniela siguieron minando su autoestima. Aquella chica le superaba en todo, y llegó a pensar que su narcisismo la mantenía atendiendo el reclamo de aquel viejo como forma de demostrar su superioridad.

Pero aquello empezaba a agotar una conversación para  ninguno de los dos interesante por sus nulos efectos, y Antonio no pudo ya contener el deseo apremiante de un encuentro real con Daniela. Le pediría que probara con él todo lo que sabía para despertar su cuerpo, ya que con la palabra no lo había conseguido. Si era con sexo, lo consideraría como un milagro. Si era  sólo con  ternura, le pediría que acompañara a su viejo corazón hasta el final. Si decidía olvidarlo, viviría el resto de su vida pensando: ¿pero esto me sucedió a mí?

Y Antonio escribió un último mensaje.

*Querida mía.

Parece que estamos agotando esa fuente que nos ha mantenido unidos. Digo unidos, no satisfechos. Tú misma habrás concluido que no elegiste bien tu objetivo para probar tus persuasivas dotes de conquistadora con el instrumento de la palabra. Eso no quiere decir que no seas capaz de desencadenar una tormenta en otras personas con tu fluido verbo erótico. Pero algo en mí sí has conseguido y es creer que, de otra forma, podría volverme loco. Pienso mucho en una posibilidad: que, finalmente, decidamos vernos. Ya no me importan los temores primeros y las prevenciones que debía tomar para evitar las consecuencias. Estaría dispuesto a ser quemado en la hoguera, culpable del grave delito de seducción a una menor. Por esto, y después de haberlo meditado, sólo por el posible resultado de que pudieras dar por terminada nuestra relación,  no viendo otra alternativa, te propongo, ahora sí, y con todas las consecuencias, que nos veamos, que practiquemos todo aquello que hemos hablado. Soy consciente de que para ti no es una oferta seductora la que te hace un viejo como yo, pero Daniela, ¿para qué sirven las palabras si en la práctica nos dejan fríos? Cuando respondas, si lo haces, te pido me digas cuál era el verdadero propósito para mantener esta relación conmigo. No me importa que me hayas utilizado.

Te quiero, sin saber cómo y por qué

Antonio

Por primera vez Daniela no apareció al momento. Antonio tenía seca la boca, el cuerpo dolorido, y aprovechó para estirar las piernas de camino a la cocina y allí tomar un vaso de agua. Reflexionó las posibles respuestas de Daniela. Era inteligente y, al menos, aceptaría que aquel «chateo» ya no tenía más recorrido, casi todo era recurrente. Le comenzaba a preocupar que para terminar aquella relación pareciera que sólo le ofrecía una alternativa: verse, y no precisamente para tomar un café y hablar del tiempo. Volvió al ordenador.  No había  una respuesta a su mensaje,  sí un correo no leído en el icono Mail. Podía ser de Daniela,  y más nervios para Antonio. Se sentó, abrió aquel correo. Era, efectivamente, de Daniela. Y era largo, dedujo que tenía mucho que decir.  Antes de leer recorrió el texto sin leer. Su sorpresa no le cabía en  el pecho. Al final del texto una foto mostraba a una joven en una silla de ruedas. Era muy bello aquel rostro sonriente. ¿Qué significaba? Leyó espasmódico, saltando palabras, intentando extraer el significado como si de un test de inteligencia se tratase. «Parapléjica». ¡Nooo!. Antonio trató de calmarse y leer ordenadamente. Decía así:

Mi querido Antonio:

La foto no es un montaje, es real. Estoy parapléjica de cintura para abajo. Mis padres murieron en un accidente y yo viví, pero tal y como me ves en la foto. Desde entonces vivo con mi abuelo, que me asiste en todo lo que yo no puedo. No me resigné a ser una persona inútil. Durante el último año, con mis catorce, conseguí el acceso a la Universidad con sobresaliente. Sí, parece que soy una chica lista… sobre una silla de ruedas. ¿Qué hacer de mi media vida? A mi edad y en esas condiciones, todos los anhelos de una joven se vieron truncados. Pensé en dedicarme a escribir, pero nunca había tenido esa inquietud y no tenía  ni idea sobre qué podía escribir. ¿Una novela? ¿Sobré qué? ¿Poemas? No me consideré capaz de escribir en ese estilo, la poesía siempre me pareció una forma de expresión poco seria. Teniendo a mi alcance toda la información que proporciona Internet, ya había podido darme cuenta que el porno, incluso el porno salvaje, había convertido el sexo  en algo mecánico, quiero decir que más bien parecía una máquina que sólo sabe hacer lo mismo. Era posible que algún hombre o alguna mujer se excitaran con él, pero dado que yo, en plena pubertad, con el estrógeno a tope, la serotonina, la oxitocina, la dopamina formando un cóctel explosivo, aquellas imágenes me dejaban fría, y dejé de buscarlas. Entonces leí textos sobre el erotismo. Pronto me di cuenta que erotismo y pornografía era algo distinto, que el erotismo era siempre nuevo y la pornografía siempre previsible. Decidí profundizar en ambos conceptos y escribir sobre ello. Si lo hacía, tenía que ser diferente a todo lo que había leído. Antes de contactar contigo, ya lo había hecho con otros hombres y mujeres. Los fui descartando uno tras otro por constatar, desde el primer momento, que todos querían superarme en la descripción de sus fantasías. No me aportaban nada nuevo que debiera tener en cuenta. Leí todos los libros famosos que utilizaban el erotismo como base del  argumento: 50 Sombras de Grey (muy obvio), Pídeme lo que que quieras (éste demasiado cercano a lo pornográfico), Pasa la noche conmigo (demasiado explícito). Y en otro orden más literario, Trópico de Cancer, Lolita, Kamasutra, Sade, Las edades de Lulú, El amante de Lady Chatterley, etc, etc. De todos aprendí algo, pero cuando yo me propongo hacer algo, debo ser original o no lo hago, mejor dicho, ni lo intento. Creía tener alguna idea de cómo conseguirlo, básicamente pensé que la palabra utilizada convenientemente podía ser una herramienta fundamental en el efecto erótico. Puedo estar equivocada, no me creo infalible, pero valía la pena intentarlo. De entrada no conozco a ninguna escritora que con quince años haya escrito algo así, así que con mi edad añadía morbo extra a mi texto. Contigo, y en un principio, me planteé un reto difícil. Fuiste sincero en tus limitaciones naturales, dada tu edad, así que eras un perfecto banco de pruebas para comprobar lo que podía conseguir con la palabra, ya que, ahora lo sabes, era imposible que yo ofreciera otra cosa.

No podemos vernos, Antonio, no lo tomes como un desprecio, dada mi situación, hasta yo me consideraría halagada.

Cerramos, pues, este contacto habitual y te prometo que si algo nuevo me sucede o necesito tu opinión, lo comentaré contigo; me inspiras confianza, viejo, ya te considero mi amigo.

Un beso, pero tendrás que agacharte.

Daniela

Antonio apenas si pudo leer aquel texto, más distópico que habitual. Sus  ojos empañados en lágrimas, su cuerpo desfallecido, Antonio estaba completamente abrumado con aquella confesión. Miró la foto adjunta, ¡qué bella eres, Daniela, es injusto el destino contigo». Cerró el ordenador y salió a pasear al parque; en casa le faltaba el aire.

No le fue fácil olvidar a Daniela. En ocasiones tuvo la tentación de enviarle un mensaje para preguntarle simplemente cómo se encontraba. Pero si tenía que olvidarla, ese no era una buena forma, volvería a tenerla presente y cercana. Se reprochó no haberle ofrecido una amistad sincera y pura y mantener un contacto más continuo, pero habían sucedido tantas cosas entre ellos, que no le iba a ser fácil a ninguno abstraerse de los recuerdos. Lo dejó así, a la espera de que ella tuviese algo que preguntar o contarle.

Casi había pasado un año sin noticias de Daniela, Antonio la recordaba de vez en cuando con alguna  nostalgia superable. Un día de los habituales ante el ordenador, un mensaje no leído apareció en el icono. Antonio no pensó que fuese de Daniela. Lo abrió y leyó:

Querido Antonio.

Sólo para comunicarte que mi abuelo ha fallecido ayer. Besos.

Antonio sufrió otro mazazo, ¿que sería ahora de Daniela, quién cuidaría de ella?

Por el parque se vio a un hombre mayor empujando a  una joven en una silla de ruedas. Todas las tardes. Al anochecer se iban y desaparecían entre la gente que regresaba a sus casas.

Fin.

 

 

 

 

 

 

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