La mentira y la verdad

Se miente para sacar provecho, no importa qué tipo de provecho. ¿Qué se saca de decir la verdad? Casi siempre te perjudicas o haces daño.

Quizá existió alguien que siempre dijo la verdad. Quizá fue alguien al que crucificaron, o lo quemaron en una hoguera, o lo desterraron. No interesaba su verdad, molestaba a quien sólo sabía vivir de la mentira. Hoy, aunque parezca un eslogan, la mentira triunfa, la verdad está condenada al fracaso. ¿Quién tiene la culpa de que algo así se produzca con entera indiferencia? El que miente no es el culpable; tampoco lo es el que dice la verdad. Los seres humanos son una especie que vive de sus propias contradicciones. Imaginemos que todos mintieran. En un caso así, todos sólo podríamos vivir de nuestras propias verdades. ¿Y si, por lo contrario, todos los seres humanos sólo dijeran la verdad? Es muy probable que el sufrimiento nos obligara a mentirnos a nosotros mismos. La mentira y la verdad coexisten porque consiguen el equilibrio necesario para la existencia, no sólo la individual sino la universal. Pongamos un ejemplo.

Un matrimonio parece llevarse bien porque confían el uno en el otro. Pero lo cierto es que no existe un mayor ejemplo de esa coexistencia a la que me refería. Gracias a que se mienten en ocasiones y en otras se dicen la verdad, pueden soportar el vivir juntos. No podrían resistir la verdad a secas como norma de conducta, ni tampoco con la mentira reiterada. ¿Alguien duda de que esto es así y no un sofisma? Cuando descubres que te mienten, es que el que te ha mentido no ha sabido mentir; cuando descubres que te dicen la verdad, lo más probable es que hubieses soportado mejor el que te hubiese mentido. Sea un caso u otro, la verdad y la mentira se complementan para hacernos la vida llevadera. Al corazón, esa víscera que sufre y acelera su pulso con la verdad, siente sosiego cuando le mienten. No demonicemos la mentira, nuestra gran aliada para ocultar la verdad, casi siempre insoportable.

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