Los Años Perdidos

¿Y si no teniendo pasado proyectara mi imaginación al futuro? No podría hacerlo al presente, por cuanto la realidad se impondría y sólo me mostraría lo fatuo que soy. No estoy obligado a confesar a nadie lo que imagino, en realidad nadie me importa en el momento en el que tan sólo quiero encontrar sentido a mi existencia, y si no tocarla sí sentirla. Pero tampoco debo dejar que mi imaginación se desboque en ensoñaciones que superen lo realizable por el ser humano en su circunstancia temporal, porque, entonces, el futuro me devolvería frustración tras frustración hasta consumir la fuente. Y sin memoria y sin imaginación, ¿qué haría entonces? Como escritor, no me cuesta imaginar personajes y dotarlos de vivencias. Es cierto que mis personajes nunca parecen ser felices y sí atormentados, pero si quisiera haría de ellos paradigmas de seres pletóricos de vivir. ¿Y por qué no quiero? Mi escepticismo los margina de toda posibilidad. ¿Podré, contra mi escepticismo, hacer una excepción de mí mismo? Por ejemplo, ¿puedo imaginar para mí una época dorada llena de satisfacciones? ¿Y en qué habría de consistir esa época dorada? ¿Entra dentro de los límites de lo realizable algo que pueda llamarse así? ¿Amor, éxito, paz interior, ausencia de presagios, la buena salud como marco necesario? Todo eso en alguna medida lo disfruto ahora, ¿qué me falta para confiar que mi futuro me dará algo del que pueda decir: ahora sí, ahora puedo considerarme un hombre que ha alcanzado todo lo que la vida me podía ofrecer. Pero mi pensamiento enseguida anticipa una respuesta que no podré llenar con mi imaginación: los años perdidos, y son tantos…