EPÍLOGO (fragmento)
¡Al diablo con las promesas! ¿Cómo ocultar los sentimientos que me atenazan el alma? Veo el desprecio que le dispensáis y no puedo menos de gritar: ¡Dejadla! ¡Dejadla sola alcanzar la sima por la que se precipite! ¡Que nadie pretenda dañarla con miradas de desprecio, que ya su alma está muerta! ¡Que su cuerpo ya está derrotado y ni siquiera sus vencedores encuentran ya botines de guerra! ¡Que nadie intente castigar la carroña! ¡Dejadla que se lleve su miseria a la tierra, que en ella hay siembra de mariposas! No, Raquel. No consentiré que la sombra robe el brillo de tu recuerdo. Yo puedo acabar con tu dolor y con la miseria que exhibes, bien a su pesar, o a su desprecio. Y el viento se levanta en huracán furioso, llevando espumas corrosivas. Ahí estoy yo, alimentándolo… no puedo evitarlo. Altera mi sangre el verte desecho humano. Continuar leyendo «Salmos por un cuadro»