Me creía algo fuera de lo común. Según iba perfilando mi obra de enlosado, veía en ella la partitura de una ópera prima; ahora, una vez terminada y tiempo contemplándola, observo unos acordes que desentonan. Vi, también, esa obra literaria que aparece bien construida en su conjunto, pero que entrando en el detalle, tiene notables faltas de ortografía. En algunos casos, en el lienzo se aprecia la sustitución del fino pincel por trazos de brocha gorda, impropios de una obra pictórica excelsa. Imposible corregir los defectos, tendré con conformarme con que mi hija no me llame chapuzas.
Ahora tendré que pensar en ser genial en otra cosa, porque la dedicación a enlosar el jardín de mi hija ya no me invita mirarme el ombligo.
Y el tiempo corre en mi contra. Ser genial no se improvisa, no es de nacimiento. Si así fuese, ya hubiese tenido ocasiones de mostrarlo, y no ha sido así. Y no es porque las buscara y no las encontré, es, sencillamente, que siempre lo dejé para otra ocasión, como si de un momento de inspiración se tratase. Y ahora, ante esta ocasión fallida, me queda poco tiempo para que, mirarme al ombligo, sea un premio de consolación. Paca, querida, es que mi ombligo sigue siendo bonito, y algo es algo, ¿no crees?
Definitivamente te contrato a enlosar mi pequeño jardín. Así evitarás que te dé tortícolis por tanto mirarte el ombligo.
Cómo me pagas, en dinero o en especie?
Te pago en especie. Una especie de pomadita para que te limpies el ombligo y te huela bonito.