Sin equipaje

Hoy he vendido mi casa, mi vivienda habitual. Un suceso así pareciera no merecer otra consideración, salvo la sentimental que conlleva cuando despojarse de algo material es el hogar, el lugar bajo techo que ha guardado durante años la intimidad de mi familia, que nos ha protegido de la intemperie, que constituía nuestro pequeño mundo habitado.

Pero para mí es algo más, con ser mucho lo indicado. Hoy no estoy contento, si esa era mi decisión a la que nada ni nadie me obligaba. Siento que ya estoy ligero de equipaje, que ya puedo emprender el vuelo sin nada que me lastre. Esta consideración pudiera entrar en contradicción con el hecho de estar triste. Son dos sentimientos distintos. ¿Por qué llora la gente cuando un devastador incendio quema sus casas? Sí, el seguro o el gobierno les compensará y podrán tener otra casa, pero no será ya su hogar, será un refugio a su desolación. En mi caso, el vuelo ya no encontrará otra rama donde posarse, en los días que me queden sólo podré refugiarme en la nostalgia. Dudo que esta pueda parecerse a la calidez del hogar.

 

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