A mi hija le gustan los animales, a mí sólo los que se comen. Pensando que debo estar aburrido, sin perspectivas de futuro, me ha obsequiado con dos conejos, hembra y macho, para que se los cuide. Y yo, que no soy capaz de negar nada a mi hija, he asumido la tarea de tenerlos bajo mi custodia. ¿Dónde tenerlos? Sueltos por casa no era plan. ¿Una jaula? ¿Qué jaula? Amazón te provee de cualquier cosa que necesites. Se pide, se paga, y en tres días la tienes en casa. Hay que montarla. Aprovecho que mi nieto está en casa, por eso del coronavirus, y le pido que lo haga por mí, incapaz de ensamblar tanta pieza. La jaula toma cuerpo, es amplia, se sentirán cómodos, los conejos. Pero la jaula carece de refugio para que duerman o se resguarden del frío. Y ahí estoy yo, experto en hacer casitas. El resultado es el que se aprecia en la foto adjunta. Hasta me resulta conmovedor ver los bichos corretear y comer todo lo que les hecho. Que ni se me ocurra mencionar la posibilidad de hacer un arroz con conejo, dado que esa pareja cuando sea adulta van a tener numerosa descendencia, la propia de las conejas. Yo había pensado que si habré comido en alguna ocasión, conejo al ajillo, con arroz en la paella, etc., igual sería tener la jaula en condición habitable si mantenía un número de animales ajustado a su espacio, sacrificando los que fueran necesarios. Pero esa idea haría que mi hija renunciara a su padre, después de crearle un trauma insuperable. «O yo o los conejos», me dice muy seria. Bueno, pues heme aquí criando conejos sin alternativa. De los que vengan al nuevo mundo, se ocupará mi hija, dice, los regalará a alguien que le prometa no comérselos. Mi venganza la reservo para el día que mi hija me invite a comer y le pregunte: ¿qué vamos a comer? Y mi hija me responda: «Arroz con conejo». Pero el conejo será de supermercado.
Otro día me dará por relatar cómo me he convertido en ama de cría de un gatito con pocos días de vida, abandonado por su madre en el campo. Os vais a reír o llorar. Quizá no os lo vais a creer.
José Casitas, he comido conejo en dos ocasiones. De adolescente, fue por malsana curiosidad, y en el 2005 en un festival cultural a propósito de los 400 años de la publicación de Don Quijote de la Mancha. Juré no repetir el sacrilegio. Son tan bellos, me producen especial ternura, debo ser coherente. No me extraño que, Jewele Tenenbaum, un joven director de cine judío, tenga dos conejos Belier como animales de compañia, de hecho cada día ganan más popularidad, tanto o igual que los perritos. Cuenta que no los mantiene en jaulas y se adaptan a reglas de limpieza, lo reciben muy ufanos y cariñosos cuando llega a casa y todo eso. Claro, eligió dos machos bellísimos y no habrá de preocuparse por sobrepoblación cunícula. Como sabes, yo soy española, pero mi padre es inglés. Conozco de cerca a los conejitos English spot, igual de compañía. Si gustas, si te decides, te invito a tener una mascota como tal, libre, retocando en tu casita. Qué me dices ?