Y a mí qué…

Son las doce, medianoche. Me disponía a ir a la cama. No es normal que me acueste tan tarde; las 10 es lo habitual. Me duermo enseguida que caigo en la cama. A las 2 o a las 3 me despierto; mis huesos y mis músculos son un revoltijo que no consigo enderezar. Tengo que levantarme, paso por el baño y luego a la cocina, donde tomo alguna bebida fría o caliente, también algo dulce. Mientras, miro displicente la televisión; nada que atrape mi interés. Vuelvo a la cama. Consigo dormir, esta vez 4 horas seguidas; toda un proeza. Me levanto a la siete, visito el baño, me visto informal y vuelvo a la cocina. Un desayuno simple: un zumo de naranja, café descafeinado con leche y una tostada con aceite de oliva y miel.

Mientras desayuno, vuelo a mirar la televisión, la única ocasión que la miro. Informa sobre un atentado con cientos y pico muertos. «¡Vaya!», me digo, «ya tengo en que pensar todo el día».

Pero el día discurre, y en ningún momento se me ocurre encender la televisión para actualizar la noticia. Tampoco ojeo los periódicos digitales. Hago mil cosas anodinas para matar el tiempo. Sí, al acostarme, una ráfaga sobre el atentado pasa por mi mente, dura un par de segundos. Me duermo nada más caer en la cama.

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