Científicos de EEUU consiguen devolver a la vida a las células cerebrales de cerdos muertos, lo que abre la posibilidad de devolver la función cerebral tras un daño y obliga a redefinir la muerte.
Titular de impacto que leo en un diario. Parece obligada una reflexión.
No es que los cerdos salgan corriendo; se trata de cabezas de cerdo recogidas en un matadero y convenientemente tratadas después de cuatro horas de haber sido seccionadas del tronco. No importan, aquí, los detalles del proceso, importa que ha sido constatado científicamente. Tampoco es que sea gran cosa, pero así se empieza a tirar del hilo en los laboratorios. Lo que han conseguido estos genios es devolver vida a las células cerebrales que, como digo, llevaban 4 horas muertas. Células que murieron por falta de oxigeno, principalmente, algo tan químicamente comprensible. Bueno, pues nada más simple que oxigenarlas. De momento, y digo de momento, no se ha restablecido la función cerebral en forma de consciencia. Tampoco soy tan optimista de que algo así se consiga, pero las hipótesis son libres.
Es una hipótesis. Supongamos año 2100 (para entonces nadie me va a contradecir). Resulta que, y es una hipótesis, alguien que lleva muerto, pongamos de un accidente, unas cuantas horas, es llevado a un taller de neurocirugía y allí le reconstruyen los desperfectos de su cerebro, los oxigenan, etc, y el ya cádaver abre los ojos y pregunta: ¿Qué me ha pasado? Los cirujanos aprovechan la ocasión para preguntar, a su vez, al paciente: Has estado muerto cuatro o cinco horas y te hemos resucitado, ¿nos puedes decir qué había en el otro lado o que has podido ver, por extraño que te parezca?
Y el recien resucitado, aún confuso, les responde: ¡Joder, no había ni vi nada, estaba muerto!
Pues eso, y es una hipótesis, que no hay que esperar al año 2100 para saber qué hay al otro lado.